Las niñas tuercen los ojos, presas del trance. La fe que mueve montañas paraliza sus cuerpos haciendo de ellos el instrumento de manifestaciones divinas, un canal de mensajes para la humanidad. Garabandal, el prodigio esparce su pólvora. Corre, indetenible, por el hilo encendido del fervor religioso. Arrasa con dudas, quema cuestionamientos alojados en resquicios de racionalidad. Las niñas vieron primero al arcángel Miguel y luego el rostro “indescriptiblemente hermoso” de Nuestra Señora del Monte Carmelo, coronada de doce estrellas, que las arropó bajo su manto azul.
Garabandal, tu nombre invoca música y danzas medievales talladas en templos de piedra.
Garabandal, escondida en las montañas de Cantabria, ¿quién sabía de tus parajes boscosos? Aldea con iglesia pero sin párroco, floreciste en los mapas a raíz de las apariciones. Garabandal, del aislamiento al interés de los medios y a la visita multitudinaria de devotos y peregrinos.
Todos quieren dar fe del milagro. Fotografías y películas en blanco y negro muestran a Conchita, Mari Loli, Jacinta y Mari Cruz hieráticas o levitando, arrodilladas o recostadas sobre la hierba, caminando de retroceso en medio de las piedras, poseídas por el éxtasis de la revelación. Garabandal, ¿quién decide si lo ocurrido es milagro o superchería? La iglesia zanja: no son comprobables los hechos, de Garabandal.