octubre 22, 2024

Estoy ocupada, lo siento

“¿En serio se trata solo de un partido de fútbol? El poder, es histórico, manipula las pasiones populares. Lo hacen las democracias y, más brutales, lo hacen ante todo las dictaduras”, Ezequiel Fernández Moores

I

Tenía entre ceja y ceja ir al menos a un partido de la Copa América Venezuela 2007. Nunca había visto fútbol desde el estadio, hasta entonces mis obsesiones se limitaban a las pulgadas del televisor y a las horas que pasaba jugando, estudiando, reflexionando y hablando. Unos pocos familiares nos pusimos de acuerdo para ir en cambote. Fue como lanzar un fósforo encendido sobre una bombona de gas. Hubo que alquilar un encava.

Las gestiones las hicieron mis tíos que vivían en Puerto Ordaz. Mi mamá me quiso regalar la entrada, así que les depositó a los familiares en cuestión y yo solo me ocupé de cuadrar mi viaje desde Los Teques hasta allá. Cuando me aseguraron que ya habían pagado las entradas sentí un alivio incómodo.

—¿¡O sea, que ya las tienen!?

—No, todavía no. Ellos la van a enviar por correo.

—Ah.

Por su puesto, las entradas nunca llegaron.

Viajé a Puerto Ordaz el día que la Vinotinto enfrentaba a Perú en la segunda jornada de la fase de grupos. Mi primo Steven y yo abordamos un autobús en el terminal de Rodovías, en la mañana. Cuando llegamos a nuestro destino era de noche. En la sala de espera del terminal todos veían el segundo tiempo del partido. Pocos segundos luego de haber llegado, el Cafú Arismendi anotó el 2-0 final. Por primera vez me abracé con desconocidos. Minutos después, íbamos en la parte de atrás de la pick up de mi tío, gritando. Las vías estaban llenas de ciudadanos que compartían nuestra emoción. Sentí la ebriedad en el cuerpo.

 “Los primeros años del siglo que corre –dice Cristóbal Guerra en su libro Richard Páez, el técnico de Venezuela– fueron de estremecimiento para la sociedad venezolana. Había choques y desencuentros en la vida nacional, pero en paralelo, como si fuese una compensación, emergía desde la nada un movimiento del país y que, al contrario de lo que ocurría en la política, funcionó como factor de unanimidad: la selección Vinotinto”.

La política es la ciencia que se encarga de gestionar y (tratar de) resolver los problemas de la sociedad. Aunque tenemos una visión peyorativa de todo lo relacionado a ese ámbito (es común acompañar el término de adjetivos como sucio y asqueroso), la realidad es que de unas mejores prácticas depende el éxito del país. Como ocurre en todo, la actividad solo es el reflejo de quienes la ejecutan. El desprecio que produce su sola mención es solo una manera de evadir o rechazar nuestras propias taras. La política venezolana no es una parte ajena a nosotros: es un ejemplo de nuestro fracaso como sociedad.

El boom vinotinto que llevó adelante la selección de Richard Páez no pasó desapercibido para el entonces presidente Hugo Rafael Chávez Frías, quien era un hombre carismático que supo echar mano del entorno para generar una épica en torno suyo que lo erigía como el padre protector y símbolo del pueblo venezolano. Para continuar con esta ilusión que tanto caló entre sus millones de seguidores, se interesó en el elemento con más poder identitario y religioso del mundo. El politólogo francés Pascal Boniface escribió que la definición de Estado no debía limitarse a los tres elementos tradicionales –un territorio, una población, un gobierno– sino que debía añadirse un cuarto elemento igual de esencial: una selección de fútbol. Chávez invirtió en la Vinotinto.

Una vez apareció en televisión, en tiempos de Mundial, con la franela de Brasil. Los venezolanos históricamente se caracterizaban por su apoyo al país vecino. En el documental La Vinotinto, se observa el tránsito de buena parte de la hinchada local, que se debatió a principios de siglo entre seguir hinchando a Ronaldo, Cafú y Roberto Carlos o comenzar a construir una identidad en torno a elementos propios. Un momento de malestar fue un duelo en Maracaibo, en el que ciertos fanáticos apoyaban a Brasil o asistieron con una franela que combinaba ambos diseños. Pues bien, Chávez se pavoneó con la verdeamarela en cadena nacional. Richard Páez, que estaba entre el público, se le acercó para darle una franela de la Vinotinto: “Póngasela, presidente”. Y Chávez se vistió con ella.

El único de los diez países de Conmebol que nunca había organizado una Copa América era Venezuela. Chávez se empecinó en corregir la tradición. Varios de mis primos, opositores desde siempre, celebraron el hecho. Tal como hicimos millones de venezolanos. Había algo genuino: las ganas de ver a la Vinotinto trascender y al fútbol venezolano avanzar.

La Copa era una oportunidad simbólica de mostrar nuestra valía como país. Mexicanos, chilenos y ecuatorianos probaban la arepa con curiosidad y paseaban divertidos por los centros comerciales. Había una sensación de querer mostrarles a todos las cosas que enorgullecían a nuestro gentilicio. En paralelo, el gobierno de Chávez quería anotarse un gol internacional: mostrarle al mundo de lo que era capaz la Revolución Bolivariana, el Socialismo del siglo XXI. Si un país pequeño, con poca tradición, podía desarrollar un torneo llamativo y empujar a su selección hasta donde era impensable, ¿qué no podría hacer el chavismo en otros rubros? La narrativa en torno a la competición fue la de una batalla épica liberadora.

Foto: Reuters

Mis familiares y yo partimos en un encava alquilado hacia Maturín. Habíamos comprado entradas para el doble duelo de la fase de grupos: Brasil vs Chiles y México vs Ecuador. La empresa Delujo Promociones había vuelto a cambiar la seña: los boletos en físico no pudieron ser enviados por una excusa que ya ni recuerdo, así que serían entregados en un lugar habilitado para tal fin en Maturín el mismo día del partido.

Llegamos en la mañana. La jornada empezaría a final de tarde. Pasamos casi todo el día fuera de la escuelita rural devenida fortín en la que repartían las entradas. La fila de gente era larguísima, todos con las facturas que probaban que habían hecho la respectiva compra. Los hinchas mexicanos no entendían por qué todo era tan engorroso. La escuelita estaba cercada; desde dentro, Guardias Nacionales que sostenían armas largas te llamaban en susurros.

—¿Quieres entradas? –mostraban los boletos como quien exhibe una bolsita de cocaína.

En la calle, pasaban carros a toda velocidad, desde los que alguien gritaba:

—¡Entradas, entradas! ¡Tenemos entradas!

Nosotros, que habíamos hecho nuestra compra meses antes, permanecimos durante horas en una fila que no avanzaba –en la que una guardia empujó a una prima–, bajo un calor casi tan fastidioso como la burocracia venezolana, a la espera de que nos dieran lo que habíamos pagado de forma legal.

La Copa América fue una muestra de cómo funcionaba el país.

Cuando faltaban minutos para el pitazo inicial, un funcionario notificó que se habían acabado los boletos. Estaba escoltado por dos de los militares que habían pasado el día revendiendo.

Llegamos al Monumental de Maturín justo cuando comenzaba el partido. Nos dijeron que podíamos ingresar solo con la factura. Desde afuera, el estadio más grande del país –construido para la ocasión– era horroroso. No lo habían terminado de pintar. Dentro, se evidenciarían otras fallas propias de la Venezuela del momento y de la que vendría: pasillos y baños sin luz, áreas de compra sucia, filtraciones por doquier y grifos de los que no salía agua.

La reja por la que se accedía al estadio era amplia. A pocos metros, un burócrata sellaba las facturas. No había una fila, más bien decenas de personas lo acometían cual panal alborotado con ganas de descargar su furia. Tal era el desorden que nosotros pasamos sin mostrar los comprobantes, como, por supuesto, hicieron también decenas de persona que ni tenían factura ni boleto ni nada.

Un golpe. Una estrella descendiendo a toda velocidad. Una cascada de emociones ahogándome. Así me sentí cuando vi la cancha. Vagner Love cayó dentro del área y el árbitro pitó penalti. Mis familiares buscaban asientos. Yo ya me había olvidado de todo.

—Robinho lo va a patear a la derecha –le dije a mi primo.

Acerté.

Nunca, jamás, volví a ser arrollado de esa forma por una primera vez. Fue el primer gol que escuché desde un estadio.

Dice el sociólogo Ignacio Ávalos, en su libro El alma en los pies: “Con el correr de los años el fútbol adquirió el carácter de un acontecimiento simbólico de profundas implicaciones geopolíticas (…). Más allá de la cancha, es, entonces y en gran medida, una convocatoria al sentimiento nacional en todas sus formas”.

El Monumental de Maturín estaba lleno del color vinotinto. Había chilenos, mexicanos, ecuatorianos y brasileños. Pero la inmensa mayoría eran venezolanos que llevaban la camiseta de su selección, aunque esta ni siquiera compitiera en ese grupo.

Unos familiares se sentaron en un extremo del estadio, mientras que otros primos y yo buscamos asientos con una mejor vista. Al lado mío estaba un hombre solo, dijo que tenía el dinero y quiso ser parte de la emoción de la Copa. Ni siquiera entendía de fútbol, tampoco estaba al día con las noticias. Pero llevaba una bandera de Venezuela gigante que me pidió que le ayudara a abrir.

Contó Richard Páez: “Antes de la Copa América, el presidente me llamó cuando aquel lío de la plancha paralela que pretendió sacar a Rafael Esquivel de la presidencia de la Federación. Aquello era, en realidad, un asunto político, porque el gobierno pretendía hacerse con el control del fútbol nacional. Él me preguntó por la situación, que cómo la veía, y yo le dije: ‘No haga eso, presidente. El gobierno no debe meterse en los asuntos del fútbol. Nos desafilian. No vamos a poder jugar con nadie’. No sé si él influyó para que los que se postulaban a la Federación desistieran, pero la verdad es que las cosas quedaron como estaban. Esquivel siguió”.

Foto: AP /Gregorio Marrero/Archivo

Todos tenemos diferentes opiniones sobre Chávez. Pero creo que la mayoría coincidiríamos en destacar la destreza con la que supo multiplicar su poder. El día de la inauguración del torneo, en el estado Táchira, dio el siguiente discurso: “Después de 90 años, llega a Venezuela la Copa América, la copa de la felicidad. Hoy aquí nadie perderá, todos ganaremos, porque esta es la misma patria, nuestra Sudamérica. Bolívar dijo que la patria es América, hoy decimos desde San Cristóbal, para nosotros la Copa es América. Queda pues inaugurada la Copa América, que Dios bendiga a todas las delegaciones, y a todos los visitantes”.

Nunca dio la sensación de que se investigara de forma adecuada la evidente corrupción que rodeó la Copa. Fue como si la mayoría se contentara con la épica deportiva extrapolada a la geopolítica. El ciudadano de a pie pronto tendría más cosas de que preocuparse como para reflexionar sobre por qué los estadios costaron casi el doble de lo presupuestado y ninguno fue terminado. Aristóbulo Usturiz era vicepresidente del país y se hizo nombrar como el rostro público del comité organizador. Él, junto a Eduardo Álvarez (en ese entonces, viceministro de Deporte) y Rafael Esquivel construyeron una imagen de sintonía de cara a los aficionados. Al mismo tiempo, según le confirmó una fuente del Gobierno al periodista Jován Pulgarín, la empresa que auditó a la FVF era EGR Asistencia Financiera, la misma que se encargaba de los sueldos de varios miembros de la federación.

II

En 1978, la dictadura de Jorge Rafael Videla organizó la Copa del Mundo. Esa que Johan Cruyff se negó a jugar debido a las violaciones de derechos humanos que se cometían en el país. Argentina ganó su primer Mundial bajo un costal de dudas que señalan amaños y ventajismo.

Videla usó el torneo para “lavarle” la cara a su gestión. Mientras cometía secuestros, torturas y asesinatos, organizó el evento sociocultural más importante del planeta y se roció con el perfume de la victoria. Un año después, publicó la película Fiesta de todos, en la que se ve una Argentina desbordada de bienestar, amor y hermandad gozando su primer título mundial. Paraíso envidiable. Lo curioso es que, según un estudio de Daniel Sazbón, muchos hinchas recuerdan esa Copa como un evento significativo en su vida, el cual les resulta incómodo que lo asocien al régimen que rechazaban. No toman el triunfo argentino como una victoria de Videla, sino como un logro del que todos fueron parte. Las pasiones que despierta el fútbol son como el mercado: nadie puede controlarlas. Pero se puede generar un contexto para beneficiarse en perjuicio de otros.

El entonces dictador argentino Jorge Rafael Videla posa junto a la selección argentina. Foto: Agencias / Archivo web

En 1979, se celebró la Copa del Mundo sub 20 en Japón. Era la oportunidad de la dictadura de mostrar que Argentina era un país capaz de triunfar dentro y fuera. Con una selección dirigida por Menotti y que contaba en cancha con el joven Diego Armando Maradona, la Albiceleste fue la sensación. Luego del triunfo en la final, Videla se valió de los medios locales que manipulaba para que el reportero enviado diera con Menotti sí o sí. Pusieron al DT en vivo para la audiencia argentina, quien dialogó con el dictador y cerró la conversación deseándole “éxito en su gestión”. Años después, Menotti se refirió a esa conversación como “una imbecilidad total” que podría haber evitado.

La tía de Jorge Piaggio, defensor de aquella selección, denunciaba por esos días la desaparición de su hijo ante la comisión de la OEA que fue a Argentina a evaluar las violaciones de derechos humanos. “Tiempo después, me enteré de que a mi tía la cagaron a palos”, contaría Jorge. El eslogan de la dictadura era “los argentinos somos derechos y humanos”. Videla se refirió a la selección sub 20 como “ejemplo para la juventud”.

Un caso contemporáneo es el de Silvio Berlusconi, quien llegó a ser primer ministro de Italia y uno de los hombres que más poder económico, empresarial y político aglutinó en Europa. Fue dueño del AC Milan entre 1986 y el 2017. Edificó la etapa más exitosa del club: le arrebató protagonismo a la Juventus, que pertenece a la poderosa familia Agnelli.

Berlusconi fue abiertamente corrupto. Con el tiempo, algunos de sus excesos llegaron a la Justicia. No obstante, la realidad es que durante su ascenso a casi nadie le importaron los medios que escogió para sus fines. En esto, el Milan jugó un papel fundamental. Luego de una charla sobre la paz en Oriente Próximo, estando acompañado por el primer ministro saudí, juzgó relevante hablar con los medios sobre que no le interesaba comprarle al Manchester United a David Beckham.

El magnate comprendió que el fútbol podía hacerlo popular. Para construir una narrativa de éxito, era necesario contar con el apoyo de los medios de comunicación: compró los que pudo. También agasajó periodistas del mismo modo del que la Juventus agasajaba árbitros. Si alguno lo desafiaba, el primer ministro de Italia y dueño de uno de los clubes más poderosos del mundo acababa con su carrera.

Foto: EFE

Según cuenta Franklin Foer, en El mundo en un balón, los millones de seguidores del AC Milan fueron un activo importante en su ascenso. Usó los clubes de seguidores como sedes de su partido político, el cual fue bautizado como Forza Italia. A los afiliados los llamaban azurri, mismo mote que reciben los jugadores de la selección nacional. Berlusconi explicó su candidatura de la siguiente manera: “Oí que el encuentro se estaba poniendo difícil y se jugaba en las áreas mientras el centro del campo quedaba vacío”. En una economía difícil y con políticos que parecían más de lo mismo, repitió una y otra vez: “Haremos de Italia lo mismo que del AC Milan”.

En Venezuela, ningún equipo es capaz de otorgarle tal influencia a sus dueños. En consecuencia, la Vinotinto y todo lo que la rodeaba se convirtió en el objeto más deseado.

Sobre la Copa América, por ejemplo, no se habló mucho de las entradas, de los estadios inconclusos, de historias como la de Hely Garagozzo –cuya empresa quebró luego de construir el Metropolitano de Barquisimeto y nunca recibir el pago adeudado del Gobierno–, o lo desacertado que fue ampliar la Primera División a 18 equipos. Tampoco se investigaron las declaraciones del ex alcalde de Maracaibo, Di Martino, quien contó cómo pagó más de un millón de dólares en sobornos. El discurso se limitó a instalar la idea de que se había organizado “la mejor Copa América de la historia”. Cuatro años después, el torneo se celebró en Argentina. El pase de testigo fue el idóneo. La Vinotinto, por primera vez, alcanzó las semifinales.

Al llegar al país, la delegación fue recibida como nunca. Polar, uno de los sponsors más antiguos, planificó una caravana. El Gobierno también, pero puso como condición que la empresa, un símbolo de la oposición al régimen, no estuviese presente. César Farías, entonces seleccionador, hizo de intermediario. Al final, el Gobierno hizo una caravana hasta Plaza Venezuela. Ahí, Polar armó la suya hasta Las Mercedes. Cada bando escogió los lugares en los que sabía que podía aglutinar “a su gente”. Lo interesante es que, indistintamente de las preferencias de cada quien, en cada milímetro de calle se celebró con euforia.

“Por lo menos, nosotros adentro hicimos mucho esfuerzo porque la selección no fuese tomada por una sola mirada política, y que pudiese representar y hablarle a diferentes espacios. Yo creo que el fútbol todavía tiene la posibilidad de hacer eso; pero, bueno, hay que ir con pie de plomo, porque cada paso es complicado”, me contó Manuel Llorens, psicólogo de esa selección, en el 2014.

Desde Richard Páez en adelante, los seleccionadores han tenido que mediar con el chavismo para que este no secuestre a la selección como símbolo. Y, al mismo tiempo, para que les dé las condiciones idóneas para trabajar. Caso emblemático fue el de Rafael Dudamel, quien, en pleno Mundial sub 20 del 2017, pidió a Maduro que bajara las armas, refiriéndose a que ese día un chamo de 17 años había anotado el gol que luego posibilitó el pase a la final, mientras que hacía poco otro de su misma edad había sido asesinado por las fuerzas del régimen. Asimismo, en 2019, en pleno resurgir de la lucha democrática en el país, Antonio Ecarri, el embajador designado para España por el presidente interino Juan Guaidó, quien lideraba la coalición contra Maduro, fue recibido en una concentración de la Vinotinto. La visita se publicitó en redes, lo que ofendió a Dudamel quien puso su cargo a la orden, diciendo que se había manejado ese encuentro de una manera distinta a lo acordado.

Foto: Archivo web

El fútbol ha servido para impulsar cambios sociales y también para tapar muchas cochinadas. El periodismo es un apoyo fundamental para esto último. En Venezuela, Armando.info comenzó a publicar investigaciones sobre quienes están detrás de algunos equipos profesionales. Lo que llama la atención es que periodistas de la fuente dediquen más tiempo a cuestionar una decisión arbitral o una alineación que a conversar públicamente sobre todo lo que ocurre tras bambalinas. Algunos, más temerarios o quizá regodeándose en su ingenuidad, repiten: “No hay que mezclar política con fútbol”.

Escribe Ezequiel Fernández Moores: “La sociedad prensa-deporte para la explotación comercial del espectáculo nos complicó. Nos redujo al rol de misioneros. Propalamos la fe, no la podemos explicar. Alguien dijo alguna vez que las misiones de la prensa eran tres (informar, educar, entretener) y que informar es comprometido, educar es aburrido y solo nos queda entretener (…). Bien, el periodismo deportivo casi fue concebido inicialmente para entretener. Un show para aliviar las noticias más duras de la política y la economía”.

La crisis ha implicado la reducción de muchos espacios. Al mismo tiempo, el régimen se dedicó a comprar otros. En el fútbol, fue extendiendo su mano hasta casi monopolizar (o controlar) los medios.

En el 2015, el Aragua FC inscribió como “refuerzo” para el torneo Clausura al en ese entonces gobernador del estado Aragua, Tareck El Aissami.  Recuerdo leer la noticia y creer que era uno de los inventos de Chigüire Bipolar, el portal de sátira política más importante de Venezuela. Pero no, fue un asunto serio. El Aissami entrenó con la plantilla. Su expectativa era jugar al menos un partido.

La gobernación era el principal financista del equipo, quizá, incluso, la dueña. El Aissami parecía querer cumplir un viejo sueño, cosa que, en beneficio del respeto al gremio de futbolistas, no pasó: nunca llegó a debutar. Lo que sí comenzó a suceder fue una lenta apropiación del control del fútbol nacional. TeleAragua, canal financiado también por la gobernación, se hizo con los derechos para transmitir partidos locales. Luego, logró una alianza con Meridiano TV, que andaba en horas bajas y ya casi sin derechos de eventos deportivos, para transmitir los encuentros de la selección. Comentaristas y narradores de una y otra cadena comenzaron a ejercer en esta señal conjunta. Quien movía los hilos era Esteban Trapiello.

Trapiello es un hombre que entiende de televisión. Entre otras cosas, fue el artífice de la fama de Franco de Vita. Su salida de entretelones a la tarima principal del fútbol venezolano vino acompañada con un fortalecimiento de la narrativa chavista a través del deporte. Primero con TeleAragua, luego con la creación de TLT: hoy día, único canal del país que transmite a la Vinotinto.

En la crisis actual, los roles de comentarista y narrador de futbol se hubiesen visto extinguidos de no ser por los canales del chavismo. Quienes no migraron se adaptaron. Comentaristas, narradores, periodistas, que en su día a día y hasta en espacios públicos rechazan las consecuencias de la dictadura, colaboran –directa o indirectamente– en afianzar su narrativa. No solo porque en esos canales se hace propaganda, sino porque los mismos buscan edificar la idea del maravilloso país que es Venezuela y de cómo el régimen es artífice de glorias (cada vez más escasas) del deporte nacional.

Cuesta no pensar, por ejemplo, en Videla y Berlusconi.

Al mismo tiempo, muchos periodistas que no hacen vida en esos espacios, algunos de los cuales están ejerciendo fuera del país, también parecieran dedicar más energía a vilipendiar a un seleccionador, a cuestionar decisiones técnicas y a juzgar jugadores, que a ahondar sobre situaciones más urgentes que, dicho sea de paso, explican el pobrísimo nivel del fútbol venezolano. Casi pareciera un homenaje al famoso discurso de John Swinton, ex editor de New York Times, quien en 1883 dijo: “La función del periodista es destruir la verdad, mentir radicalmente, pervertir, vilipendiar, arrastrarse a los pies de la élite y venderse, vender su país y su raza por su pan de cada día… Somos títeres (del poder económico), tiran de las cuerdas y bailamos a su ritmo. Nuestros talentos, nuestro potencial y nuestras vidas son propiedad de estos hombres. Somos prostitutas intelectuales”.

En Venezuela, el deporte es una de las ramas más débiles del periodismo. Un amigo egresado de una importante universidad, me comenta que en las aulas quienes quieren dedicarse al mismo suelen ser los más vagos o menos preparados. Hay muchas y notables excepciones, por supuesto. Pero esto parece síntoma de un país en el que el deporte no acaba de ser asumido como objeto de estudio intelectual y materia prima para el arte. Lo que, teniendo en cuenta las ya casi nulas posibilidades por la crisis de que el mismo sea espectáculo, lo acaba dejando en un terreno ya no banal sino casi olvidado y desprotegido. En una situación de vulnerabilidad ante el partidismo y el populismo.

En una de las columnas de Ezequiel Fernández Moores, se lee: “‘Tanto o más dañino que el periodismo amarillo (escribió una vez el colega Walter Vargas) es el periodismo blanco’. ¿Y qué es el periodismo blanco? Es el periodismo deportivo que ve el costado bueno ‘así se haya caído un avión con setecientas personas’. Es el periodismo deportivo que ‘acompaña y acompasa la felicidad del feliz’ y que ‘ahonda en temáticas tan espinosas como lo mojada que está el agua’. Hasta que un día ese mismo periodista deportivo saca ‘el cuchillo del justiciero’ (…). Su libro en Ediciones Al Arco tiene título irónico: Periodistas depordivos”.

El chavismo acabó con los periódicos más importantes. Ahora, amenaza la vida de los comunicadores que le resultan incomodos. Muchos periodistas se reinventaron, crearon medios nativos digitales y se prepararon para a su manera ejercer el oficio cada cual con sus convicciones, pero con una idea en común: ayudar al país. Son tiempos de una crisis histórica, pero también de premios internacionales que reconocen la labor de varios medios.

Esto no ha sucedido en el fútbol ni, creo, en el deporte en general. Hay comunicadores independientes que ejercen desde su ética y trabajan lo mejor posible sin caer en ingenuidades ni en dobles intenciones. Pero no hay espacios especializados que resistan y ejerzan un pulso ante el poder, o, al menos, colaboren en el desarrollo del tejido social o realizando estudios y aportes que puedan ayudar a la reconstrucción del país.

Para el chavismo, periodistas, comentaristas y narradores, son parte de sus aliados estratégicos.

III

A principios de 2015, conversé con una ex integrante de la selección femenina sub 17 que había disputado el Mundial de 2010. Me agarraron desprevenido sus comentarios sobre el seleccionador, Kenneth Zseremeta. Concluyó que en el fútbol se juzga por la victoria: él se había ganado la simpatía del país. Eso, dijo, no la hacía olvidar sus prácticas dañinas y poco profesionales. O que al seleccionador le gustaba jugarse de pellizquitos, cosquillas y “hacer bromas” a otras jugadoras. “Yo siempre mantuve distancia. A mí, por ese lado, me respetó. Pero no creo en él, yo veo que lo aplauden, que ahorita lo enaltecen y yo… no sé”.

En 2010, por primera vez una selección femenina disputaba una Copa del Mundo. Venezuela no logró pasar de ronda, acabó de tercera en su grupo, pero marcó tres tantos que fueron el delirio de los aficionados. ¿Había chicas que jugaban al fútbol? En un país en el que concursos como el Miss Venezuela y la cultura de telenovelas definieron –desde una narrativa racista, clasista y machista– lo que debía ser una mujer exitosa, la figura de ese combinado era Ysaura Viso. Bajita, negra, cabello en trenzas y robusta. Lo más importante: talentosa.

Cuatro años después, el planeta se sorprendió, en el Mundial sub 17 de Costa Rica, con una niña de 15 años que jugaba en una categoría superior a la suya. ¿De verdad un talento como el de Deyna Castellanos era venezolano? Por fortuna, no era el único punto destacado de esa Vinotinto. Gabriela García cambió su destino a punta de goles, Sandra Luzardo nos estremeció con su eficiencia. Y así. Todas las niñas y el propio Kenneth alcanzaron la fama.

El pináculo de ese boom llegó en el Mundial sub 17 de 2016. La Vinotinto, como en el torneo anterior, acabó en cuarta posición. Esta vez lució más sólida. No por un fútbol de alto nivel, sino por el talento descollante de las seleccionadas. En Jordania, sede del torneo, firmaban autógrafos por doquier. Deyna se proyectó como alguien capaz de convertirse en la mejor del planeta.

Hay pocas declaraciones políticas tan contundentes como el hecho de ser niña-adolescente-mujer y ganar reconocimiento a través del fútbol. Todas las seleccionadas habían sufrido sexismo. Fueron acosadas desde la infancia, tanto por otros niños como por los representantes. Aprendieron los códigos del país: si eres mujer, los demás creen que tienen derecho de decirte quién eres y quién debes ser.

Foto: @CAFemChile2018

Sin ir muy lejos: los padres de varias de ellas –el de Deyna, por ejemplo– se negaron en algún momento a apoyarlas, porque consideraban que el fútbol era cosa de hombres.

Chicas de todos los colores, de actitudes distintas, cada una con su propia visión y experiencia. Una o dos provenientes de familias de muchos recursos económicos. Tres o cuatro que eran lo que alguna vez se entendió como clase media a secas. Y una gran mayoría que vivía en la precariedad. Pocas veces un grupo aglutinó tantos rasgos actuales que permitieran identificar a las mujeres venezolanas.

El fútbol femenino es una oleada reciente en el mundo, que ha venido creciendo en los últimos 20 años. Es una oleada reciente como, en general, lo es el reconocimiento de los derechos de las mujeres. Me cuesta pensar en una selección occidental, masculina o femenina, que tenga tan asumido su rol en la sociedad como la absoluta de Estados Unidos. Ellas lo saben: están cambiando el mundo.

En 1991, Estados Unidos ganó el primer Mundial de fútbol femenino. Las jugadoras llegaron a su país, con la medalla de campeonas y luego de firmar autógrafos en China, pero lo que vieron en el aeropuerto las impactó: nada. En su tierra, casi nadie había seguido la competición. Ocho años después, organizaron el torneo en casa. Las futbolistas salieron de gira para promocionarlo. ¿El resultado? Levantaron la Copa en el Estadio Rose Bowl que estuvo como todos los recintos durante cada partido: abarrotado.

Millones de niñas se dieron cuenta de que no habían nacido para ver a los hombres triunfar, sino para protagonizar sus propias épicas: ellas podían matar al dragón.

Estados Unidos ya ha ganado cuatro Mundiales, las jugadoras son super stars y pasan buena parte del año haciendo declaraciones duras. Critican a su federación, a sus colegas y hasta a políticos. Megan Rapinoe, ganadora del Balón de Oro y del The Bets 2019, dijo en la gala de FIFA: “Siento que si queremos tener un cambio significativo creo que lo realmente inspirador sería si todos aquí, excepto Raheem Sterling y Coulibaly, estarían tan indignados por el racismo como ellos lo están. Si todos estuvieran tan indignados por la homofobia como los futbolistas LGBTI. Si todos estuvieran tan indignados por la igualdad salarial, o la falta de ella, o la falta de inversión en el juego de las mujeres, además de las mujeres. Eso sería lo más inspirador para mí (…)”.

Foto: Agencias.

En Estados Unidos, miles de fans le pidieron que se postulara a la presidencia. Public Policy Polling le dio, en 2019, un 42% del apoyo del electorado estadounidense: un punto más que a Donald Trump. Cuando, ese mismo año, la selección llegó al país con un nuevo trofeo de campeonas mundiales, se subió a un estrado y pavoneó la arrogancia que la ha convertido en una de las futbolistas más importantes de su generación: “Creo que es responsabilidad de todos hacer un mundo mejor. Creo que este equipo hace un trabajo fabuloso llevando esa responsabilidad sobre sus hombros y entendiendo la posición que tenemos en esta plataforma. Sí, nosotras hacemos deporte, jugamos fútbol, somos mujeres atletas, pero somos mucho más que eso”.

Según el proyecto Global de Monitoreo de Medios (WACC, 2015), pese a que las mujeres constituyen el 50% de la humanidad, su representación en medios es pobrísima en cantidad y calidad. A nivel mundial se menciona a una mujer por cada cuatro hombres. Esto, no obstante, varía por región. En América del Norte el 34% de las personas mencionadas en noticias son mujeres (no pocas veces jugadoras de fútbol u otras atletas), mientras que en Oriente Medio solo representan el 18%.

Cada gol que marca el fútbol femenino es una declaración de principios. En 2011, luego de que su país quedara destrozado por un terremoto, la selección de Japón ganó el Mundial. Ese trofeo unificó a la nación: fue el símbolo en el que muchos se apoyaron para creer en un triunfo todavía más difícil, la reconstrucción del país.

Entre 2010 y 2015, el porcentaje de noticias en el mundo que habló de la desigualdad de género fue del 9%, lo que representó un crecimiento de 125%. En Venezuela, ningún medio tocó el tema.

Una investigación del Centro de Estudios de la Mujer (CEM) de la UCV determinó que en nuestro país los medios suelen representar a las mujeres a través de los siguientes estereotipos:

  • Madre – cuidadora.
  • Bruta – actriz/títere.
  • Objeto sexual – malvada, oscura, diabólica.
  • Prostituta – dependiente del hombre.
  • Cuaima – fastidiosa/amargada.

¿Cómo se rompen esos moldes? Dándole espacio a los éxitos de Daniuska Rodríguez, Sandra Luzardo, Verónica Herrera, Nayluisa Cáceres, Gabriela García, entre otras. Sin embargo, el fútbol como fenómeno socio cultural es un ente con vida propia susceptible de ser usado para movilizar las emociones de diferentes grupos. Si no hay un trabajo consciente desde el seno de un equipo, una federación o alguna empresa, es difícil que las narrativas adquieran todo el poder que pudieran. Y, al mismo tiempo, pueden contaminarse.

En 2017, Kenneth Zseremeta, luego de los Juegos Bolivarianos, declaró: “Nuestras jugadoras se encuentran en un estado de desnutrición tremendo”. Con esto justificó que la selección no lograra los objetivos deportivos que se trazó en un cuadrangular sub 20, en los Juegos Bolivarianos y en la Copa Pdvsa. La declaración causó malestar. La FVF, que hacía rato quería echarlo, se apoyó de esa polémica y de los objetivos no cumplidos para cesarlo.

Deyna Castellanos, al enterarse de que lo habían despedido y sin estar al tanto de los comentarios sobre la alimentación de sus compañeras, declaró a Panorama: “No es un secreto que Kenneth es uno de los entrenadores más exitosos en Venezuela. Gracias a él el fútbol femenino venezolano está donde está ahorita. Pero yo respeto la decisión de la Federación Venezolana de Fútbol, tendrá sus motivos, sabrán por qué lo hicieron. Yo estoy súper agradecida con Kenneth por todo lo que hizo por mí, por mis compañeras, por Venezuela, pero creo que su proceso terminó, dio muchas cosas y solo queda agradecerle”. Por el contrario, diez jugadoras firmaron una carta pidiendo la continuidad del ya ex seleccionador.

Decenas de miles de hinchas hicieron ruido en redes: tildaron a Deyna de chavista, se indignaron porque, según, negaba lo que era una realidad. La insultaron, amenazaron y hasta desearon la muerte. Ella tenía 17 años.

Kenneth Zseremeta, exentrenador de la Vinotinto femenina. Foto: Archivo web

En el podcast de Erika de la Vega, Deyna contó que la relación con Kenneth no era buena, estaba desgastada. Que muchas de sus prácticas, las cuales habían normalizado, eran perniciosas. En lo que llegó a Estados Unidos, se dio cuenta de que no era normal que un entrenador se metiera en la vida personal y sexual de sus dirigidas, por ejemplo; a raíz de eso, empezó a distanciarse de Kenneth: “Yo le dije: si tú tienes algo que decirme, que sea algo deportivo. No quiero saber nada que no sea deportivo”.

Con el tiempo, más voces han validado esos comentarios. Bárbara Serrano denunció a El Diario: “Si yo dijera la cantidad jugadoras que fueron botadas de la selección porque son lesbianas, no acabaríamos la entrevista. Hay muchas personas que fueron maltratadas física y psicológicamente. No puedo decir nombre ni lo que les pasó, porque cada quien tiene que contar su historia”. La psicóloga Alejandra Blasco habló al respecto en una entrevista publicada en El Estímulo: “Muchas de las jugadoras han abierto esa ventana de su sexualidad, cosa que en la selección en ese entonces no era público, pero definitivamente ellas vivían un constante asedio del cuerpo técnico sobre temas sexuales, sobre las ‘enfermedades’ que podía traer el lesbianismo, sobre cómo eso les afectaba en su rendimiento… Cuando yo llegué me di cuenta de que estaban generando un nivel de estrés en las jugadoras altísimo, porque no las estaban educando, porque la educación sexual en Venezuela es nula. Y siendo ese un lugar donde muchas de ellas buscaban refugio para ser libres, en vez de educarlas y decirles qué era lo correcto y cuáles eran las conductas que debían tener alrededor de su vida privada, lo que hacían era tratarlas mal”.

Nada de esto ha recibido tanta atención en medios, ni ha generado tanto ruido en los fanáticos, como aquellas primeras manifestaciones de Deyna por las que muchos consideraron que era chavista. Lo cual es una manera de decir que para millones de venezolanos es más relevante dirimir las posiciones partidistas de una ídola deportiva, que la posibilidad de que menores de edad hayan sido acosadas y discriminadas por un entrenador.

El fútbol es un gran teatro, en el que se escenifican los dramas humanos: miedos, sueños, alegrías, expectativas, frustraciones. Un reflejo de la sociedad, una metáfora de la vida. Una actividad que interesa a millones de personas, con una capacidad de penetración que no tiene ninguna manifestación artística, ningún otro deporte, ninguna figura de liderazgo. John Carlin opina, casi con sorpresa, que los líderes políticos no explotan tanto como pudieran el potencial de una actividad tan vista y que genera tantas pasiones. Él mismo, no obstante, escribió una columna en pleno desarrollo del FIFA Gate, en la que admitió que a él, como a la mayoría de los aficionados, no le interesa en realidad investigar los lados oscuros del fútbol profesional: sería doloroso descubrir que el espacio escogido para la evasión es, en realidad, el terreno sobre el que germinan muchos de nuestros problemas más graves y los vicios más perversos.

Hay quienes deciden ignorar esto por completo y colaborar –consciente o inconscientemente– con los poderosos que saben mover los hilos del juego, hay quienes tratan de construir o destruir a través del fútbol y tienen éxitos hermosísimos o fracasos que suelen pasar desapercibidos, incluso hay unos cuantos que entienden que hablar de fútbol es un camino para captar la atención de un público que luego puede ser trasladado a otros espacios. Y en un mundo en el que un tercio de las niñas y mujeres experimenta violencia sexual y física a lo largo de su vida, en el que hay más féminas pobres que hombres, una brecha salarial del 23% y 15 millones de niñas no tendrán la oportunidad de leer y escribir, hay quienes se preguntan si desde sus privilegios pueden ayudar a que las futuras mujeres tengan un camino menos hostil que el que ellas han padecido.

“No hay un mejor lugar en el que quisiera estar, ni siquiera en la carrera presidencial. Estoy ocupada, lo siento”, dijo Megan Rapinoe luego de ganar el Mundial. Cada quien debe saber desde dónde y cómo impacta al mundo.

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Lizandro Samuel

Lector. Escritor. Entrenador y analista de fútbol. Ex editor de Revista OJO y de Foro Vinotinto.

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