De a poco empecé a notar cómo las estrellas se caían de la bandera y eran pisoteadas por aquellos que debían defenderla. Esos que como ratas que empiezan a comerse la comida de la alacena, a escondidas, en la noche; luego de un tiempo, engordaron y proliferaron y se hicieron de toda la casa.
Primero, quise ahuyentarlas con la escoba, pero no funcionó. Luego, les puse pega; para que se adhirieran a ella y quedaran inmóviles, pero tampoco surtió efecto. Después, en mi intento más animalista y respetando los derechos de todos, intenté dialogar y decirles que tendríamos que cohabitar, respetar los espacios y no herir al otro; su respuesta fue contundente: querían todo, y luego de mostrarme los dientes me dijeron que era yo quien debía irme. Pero, era mi alacena, mi patio, mi casa, mi hogar; ¿cómo iba a irme yo si ese era mi lugar?
Buscando una solución, decidí aliarme con todos aquellos que al igual que yo se encontraban en la misma situación.
Nos organizamos y revisamos a fondo para no salir nunca del asombro al descubrir que tan solo un pequeño grupo de ratas habían hecho tales destrozos. Nos habían sumido a más del 70% de los dueños legítimos de un hermoso territorio en la más profunda tiranía, miseria, desigualdad y desvalorización.
Después de muchos intentos, nuestra única defensa eran los votos.
Creyéndose dueños y señores de todo, aceptaron la batalla, anticipándonos perdedores.
El día pautado llegó y todos votamos, incluso las ratas, y nosotros ganamos, a la buena, legalmente. Ante el resultado, las ratas acostumbradas a vaciar la nevera ajena y saquear la despensa, negadas a abandonar la fuente de su festín, han decidido mordernos y hacernos sus rehenes.
A la fecha de este escrito se ha confirmado la detención de más de mil personas por solo manifestar. Gente que está siendo silenciada, adoctrinada, vejada y en muchos casos desaparecida o asesinada. Y mientras tanto, aquellos que deben ser jueces y parte de este brutal acto, miran silentes, como quien ve una película proyectada en el cine, como si esto no fuera la realidad de casi 30 millones de almas que son dueñas de su hogar, ese hogar llamado Venezuela, ese hogar que amamos y que hoy día más de 7 millones de personas no pueden disfrutar, porque un grupo de ratas los obligaron a dejar su hogar para poder respirar en libertad.
Dentro y fuera del país hacemos un llamado al mundo entero ¡No nos dejen solos, necesitamos de todos para hacer valer nuestros derechos, para volver a casa, para hacer de la democracia un hecho!