Antesala de un chiste
Al caer el telón, con algún escueto aplauso a sus espaldas, el mago caminó directamente a ese cuchitril al que llamaba camerino. Quitándose la capa, se dejó caer en su butaca. Lucía agotado. El sombrero de copa voló a un lado, la corbata de lacito al otro. Se contemplaba con genuino desprecio en el espejo –ahora nadie está interesado en esto de la magia. La magia es mi mundo- mientras se servía, y casi en el mismo movimiento de su mano enguantada, tomaba un largo trago de vino con soda –Es mi final. ¡El final!-.
Un trago llevó al otro, y entre sollozos y lamentos, las botellas desfilaron una tras otra, como en el acto de las cintas de colores, no le importó pasar por tinto, rosa y blanco. En medio de la borrachera, el mago sí que supo desaparecer sus facultades psicomotrices. Como acto final, siguiendo el redoblante del delirium tremens, se derrumbó de la silla, y sin contar una sola oveja, durmió a pierna suelta.
El mago tuvo muy poca conciencia del tiempo hecho almíbar que se derramó, unas cuatro horas. La alarma de su celular suena insistentemente con el tema intro de Bob Esponja. Finalmente, confundido, pudo dar las primeras muestras de vida. Aún aturdido, logró incorporarse y fue en busca de agua, que bebió desesperado directo de la jarra. Tomó el sombrero y la corbata, que apenas se colgó… “Vive en una piña debajo del…” obstinado, apagó la alarma, y rendido ante un infernal dolor de cabeza, mal vestido de faena, decidió ir a la farmacia.
-La calle está particularmente sola- pensó el mago mientras aligeraba el paso. Un escalofrío recorrió su espalda. Se detuvo por un instante. El silencio era absoluto. Abrumaba. Toda esa quietud, rota inopinadamente por una risa seca que parecía venir de todas partes, y de ninguna al mismo tiempo. Apuró el paso, echando una que otra mirada desconfiada a su alrededor, con el corazón tocando la cabalgata de las valkirias.
***
Una sombra brincó de la nada abalanzándose en un franco tackle sobre el mago. –¿Qué haces? ¡Ocúltate!- mientras caían ambos, entrelazados, en un oscuro callejón. El mago, en completo pánico, dio un salto atrás y le lanzó tres barajas, como estrellas ninjas, que pegaron y rebotaron sin contundencia en la cara decepcionada del enano. –Guarda silencio, mesonero ¿quieres que nos maten?- -Mago- -¿Qué?- -Soy un mago- aclaró mientras se tocaba la capa carraspeando, y señalaba con su dedo índice el sombrero -¡Silencio!, ahí viene-. Ambos hombres se ocultaron dentro de un contenedor de basura. Afuera se escuchaba un ruido terriblemente confuso, chillón, era como una gran estática, o como una orgía de gatos, en todo caso, insoportable.
Luego de un par de horas, todo volvió a la calma. Al abrir el contenedor, los recibió un sol radiante que le permitió al mago ver en detalle al enano. Iba vestido de centurión romano. Con su túnica, su armadura y su casco de cepillo de escoba. –Actor- -¿Qué?- -Que soy actor de teatro. Por eso visto así. Ahora deja de verme con esa cara y vamos, en marcha. Corremos peligro-.
Con cuidado el mago y el enano se fueron escurriendo por entre los recovecos de la silente ciudad. Sin comida y sin agua, vagaron durante todo el día. Necesitaban un refugio antes de que cayera la noche. Entraron en una casa abandonada,pero bien pertrechada. Mientras preparaban sánduches de atún con mayonesa, el mago increpó al enano –¿Qué está sucediendo aquí? Necesito una explicación- el enano encendió un cigarrillo y le dió una bocanada –No estoy muy seguro. Anoche estaba actuando en el teatro de la cárcel, cuando de pronto hubo un gran destello acompañado de esa extraña risa y el ruido infernal que le acompaña. Me desperté atontado, tirado en una alcantarilla, solo que esta vez no había esnifado ni una línea. Raro. Cuando me asomé lo vi, era… un momento, ¿escuchaste eso?- Ambos, mago y enano, voltearon hacia la cortina para descubrir dos enormes zapatos rojos que sobresalían notablemente y delataban a un intruso. El mago, guiñandole un ojo al enano –no es nada, deben ser ratones o fantasmas- y de inmediato lanzó un conejo con todas sus fuerzas hacia la cortina, impactando en un bulto, de donde se reveló un payaso, sin nariz roja, ni peluca, pero con su maquillaje y traje harapiento -¿Pero qué haces?- El enano tomó un cuchillo y se puso en guardia –tranquilo pequeñín, no hace falta ser violento. Los espié para estar seguro que son de fiar. Por favor, baja el arma. Soy un pobre payaso- dijo mientras con presteza retorcía un globo rojo, hasta obtener una jirafa que le extendió al enano con una sonrisa. El mago se sacó un sanduche de debajo de la manga, y se lo ofreció al payaso.
–Estaba haciendo una función para el cumpleaños de un funcionario público- dijo el payaso mientras mordía animado su sanduche -De la nada apareció ese destello y luego esa risa acompañada de ese horrible ruido. Cuando supe de nuevo de mi, estaba en la copa de un espeso árbol y eso que tomé mi pastilla. Raro. Durante las horas que permanecí ahí, pude ver esa cosa. Es algo grotesco, sus grandes ¡mierda!- Se escuchó de nuevo la risa, y para cuando el ruido mordisqueaba dentro de sus oídos, ya todos estaban huyendo en completo pánico. Corrieron a una habitación, se escondieron como pudieron bajo la cama, quedando expuestos fuera de la cama los grandes zapatos rojos del payaso, que movía de un lado a otro con nerviosismo, pero buen ritmo.
Luego de unos minutos, todo estaba completamente en silencio. El enano se incorporó –basta de chácharas, no nos podemos exponer. Preocupémonos por el frío y por descansar, que mañana debemos seguir- -¿hacia dónde?- preguntó el mago mientras se asomaba con paranoia por la ventana, tapándose con su capa desde la nariz hacía abajo –hacia otro ahora. No hay mañana- contestó el enano mientras acariciaba la cabeza de medusa en su peto.
El payaso, que se había internado en la casa, volvió con varios libros, curiosamente todos versaban sobre el fin del mundo –a quien quiera que haya vivido aquí, debió apasionarle mucho el tema- Los apiló, tomó el yesquero del enano e hizo una fogata: la fogata del fin del mundo – A descansar- Todos se acostaron sin decir más. Ninguno pegó un ojo.
Al otro día, recorrieron la ciudad en busca de otros supervivientes. Hospitales, colegios, universidades, centros comerciales, apartamentos, casas, oficinas. Ni un alma. También buscaron en las oficinas de las aseguradoras, aun sabiendo que no conseguirían un alma, pero con la fe de poder conseguir algún superviviente.
Sólo estaban ellos. Aunque se desplazaron con sumo cuidado, no escucharon la risa y el ruido de nuevo, ni ese día, ni ninguno de los siguientes durante esos seis meses y tres días que dedicaron de lleno a la exploración y búsqueda. Luego de unas cuantas caminatas, se vieron reposando a las puertas de un bar -¿Cómo repoblamos el mundo de nuevo?- comentó el mago mientras sostenía el sombrero con la mano izquierda y con la derecha se rascaba la cabeza. Por unos segundos el silenció fue absoluto-¿entramos? Yo invito- Dijo el payaso, haciendo una mueca de sonrisa exacerbada y guiñando el ojo con picardía. Todos asintieron riendo.
Un mago, un enano y un payaso entran en un bar.