Sí. En 2019 parecía que el final estaba cerca.
Con más de 50 naciones reconociendo al joven diputado Juan Guaidó como presidente encargado de Venezuela, todo indicaba que los días del chavismo estaban contados.
Nunca antes tantas naciones democráticas y organismos internacionales habían apoyado con tanta fuerza y coordinación la lucha contra la dictadura de Nicolás Maduro. La revuelta popular que generó la juramentación de Guaidó provocó también una gran articulación entre fuerzas políticas y sociales venezolanas, que incluyó a opositores radicales y chavistas disidentes. Todos remaban en la misma dirección. En la dirección del joven político prácticamente desconocido, que en pocas semanas se había convertido en un héroe exprés producto de las circunstancias.
Pero Guaidó no era una aparente amenaza para Maduro por su coraje, el apoyo internacional o porque había revivido las protestas masivas y el apoyo popular hacia la oposición. Eso simplemente adornaba el momento histórico: lo hacía más épico y emocionante para los venezolanos que por fin visualizaban el cambio definitivo, en medio de la Emergencia Humanitaria Compleja que sufre la nación petrolera y que ha provocado hambre generalizada, cientos de presos y perseguidos políticos, además de millones de migrantes.
La amenaza real de Guaidó cabía en siete palabras: “todas las opciones están sobre la mesa”. La Administración de Donald Trump, que se convirtió en el primer Gobierno en reconocer a Guaidó como presidente encargado, no se cansó de repetir esta frase durante los primeros meses después de su juramentación, haciendo una clara alusión al uso de la fuerza contra el régimen venezolano.
Eso impidió que Maduro detuviera a Guaidó como se esperaba que lo hiciera porque, al final, la fuerza de estructuras políticas como la del chavismo no reside en lo popular; ni siquiera en las instituciones que controla por completo. Su fuerza está en las armas. Y por ello, solo pueden asustarlos las armas. No los políticos ni la sociedad civil organizada. En países con este tipo de contexto político, los ciudadanos en general terminan siendo simple plastilina para los monstruos dictadores que pueden detener, perseguir, exiliar o asesinar a placer, sin ningún tipo de consecuencia, salvo algunos comunicados de organizaciones de derechos humanos internacionales o sanciones que a la larga no los termina debilitando como se espera.
Una vez que quedó claro que todas las opciones no estaban sobre la mesa, Maduro estuvo listo para pasar la aplanadora por encima del Gobierno interino. Después de todo el alboroto y la decepción de aquellos agitados meses, quedó una oposición que se fue dividiendo en varios grupos con diversas propuestas. Muchos retiraron su apoyo a Guaidó y hoy la mayoría lucha entre ellos por el único premio al que pueden aspirar: el trofeo de ser la oposición oficial.
Cada quien a lo suyo
La oposición venezolana lo ha intentado todo para derrocar al chavismo: protestas, diálogo, paros nacionales, un breve golpe de Estado, mercenarios, elecciones, abstención, empujar desde el Parlamento o juramentar a un diputado como presidente encargado. Y siempre fue aplastada por la dictadura.
Hoy hay tres frentes con tres líderes que siguen en esta lucha interminable. Todos lejos de la transparencia y con intereses turbios que no son tan fáciles de descifrar. Se trata del propio Guaidó; el excandidato presidencial Henrique Capriles Radonski; y María Corina Machado, una opositora que se hizo popular a nivel internacional por decirle ladrón a Hugo Chávez durante una sesión de la Asamblea Nacional.
El primero de ellos intenta revivir las manifestaciones callejeras, mientras planea montar una consulta popular, aparentemente para legitimar a la Asamblea Nacional de mayoría opositora que él comanda, cuyo período culmina en enero del 2021 y sobre la cual pesa la amenaza de unas elecciones sin garantías convocadas para diciembre de este año. Esta jugada inusual y extraordinaria intentaría extender su mandato como presidente interino, con el apoyo de las más de 50 naciones que ya lo reconocen, o al menos manteniendo el reconocimiento de gran parte de ellas.
Capriles, mientras tanto, vende la idea de que hay que participar en las elecciones parlamentarias. El también exgobernador venezolano que se ha referido al Gobierno interino como un “Gobierno de internet”, está vendiendo la idea de que las cosas pueden cambiar si se obliga al régimen a negociar ciertas garantías; se apoya en el hecho de que por sus gestiones, Maduro indultó a más de 100 personas inocentes. Pero Maduro ya obtuvo lo que quería: que algún “peso pesado” de la oposición legitimara el proceso electoral; ahora está listo para ignorar cualquier promesa de condiciones que posiblemente haya pactado con Capriles por debajo de la mesa.
María Corina Machado, por su parte, está jugando otro juego: el del mero posicionamiento político. El de buscar ser el nuevo rostro de la oposición venezolana a través de su partido Vente Venezuela, el cual aún es pequeño y no tiene estructura política en todo el país.
Para ello ha utilizado principalmente dos estrategias bastante astutas: 1) alejarse de alianzas con Guaidó y cualquier otro sector de la oposición para evitar que su nombre aparezca cuando cualquier estrategia de éstos fracase y así reivindicarse el hecho de que no participó en tal fracaso. 2) repetir constantemente que Maduro solo puede ser derrocado a través de la fuerza que provenga de una coalición militar internacional liderada por Estado Unidos y otros países vecinos como Colombia y Brasil.
Esto último la ayuda mucho porque es una opción a la que miles de venezolanos hartos de la crisis política y social aspiran; es algo que quieren escuchar y creer que es posible. Además, es promovido por personas influyentes en redes sociales y algunos medios de comunicación.
Aunque probablemente sea cierto que la única manera de quebrar al régimen sea con fuerza militar extranjera (o interna), Machado quiere vender la idea de que esta coalición no se ha formado por falta de voluntad de Guaidó, como si él tuviese el suficiente poder para influenciar a potencias extranjeras para que invadan Venezuela e inicien un conflicto que podría tardar años y costar millones de dólares, además de mucha sangre y tragedia.
Algunos creen que una operación de este tipo sería “quirúrgica” y rápida, pero nada está más lejos de la realidad. La dictadura ha pasado muchos años invirtiendo tiempo y dinero en crear una estructura criminal conformada por grupos terroristas, guerrilleros, paramilitares, mercenarios y narcotraficantes, que podrían hacer una resistencia significativa a favor de Maduro en caso de una hipotética guerra.
Nadie parece estar dispuesto a mover un dedo para que este último escenario sea posible. Y María Corina Machado lo sabe. No es tonta. Pero sigue jugando su juego de posicionamiento.
¿Qué pasará en los próximos meses? Una mirada de Hilos de América
– El régimen venezolano llevará a cabo las elecciones del próximo 6 de diciembre, sin respetar ningún acuerdo político que haga previamente y a pesar de que la pandemia del coronavirus vaya a empeorar significativamente. En pocas palabras, hará fraude.
– Probablemente, en busca de algún tipo de legitimidad de este nuevo Parlamento, el régimen permitirá unos pocos diputados opositores alineados a Henrique Capriles Radonski, quien tras meses de estar bajo perfil, pasaría a estar al frente de la oposición venezolana.
– Juan Guaidó y su Gobierno interino podrían morir para siempre si Joe Biden gana las próximas elecciones presidenciales de Estados Unidos. Aunque el exvicepresidente de Barack Obama ha dicho que quiere apoyar la lucha contra Maduro, la posibilidad de que le dé la espalda a Guaidó, decida apoyar a otro grupo de opositores e incluso quite varias sanciones, está latente.
– De ganar Donald Trump, extenderá el apoyo sobre Guaidó más allá de enero de 2021, aunque esto sea solo simbólico porque todas las opciones no están ni estuvieron ni estarán sobre la mesa.
– Los venezolanos seguirán atrapados en su infierno del día a día, en medio de la hiperinflación y el hambre, mientras la dictadura seguirá aumentando el control social a través de la fuerza y financiando grupos guerrilleros y paramilitares, además de alojar terroristas en suelo venezolano; algo que aunque afecta a todos los países de la región, aún no hay nadie que quiera dar un paso al frente y hacerse cargo. Quizás porque el remedio puede ser peor que la enfermedad.
8 comentarios en «Una compleja pesadilla sin fin»
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