septiembre 12, 2024

La secuencia política

El que ayuda a otro a hacerse poderoso causa su propia ruina.

Maquiavelo

Algunos sostienen que el 2024 es un año electoral que los venezolanos tienen que aprovechar porque “si se dan las condiciones de unidad, organización y liderazgo” somos capaces de liberarnos del oprobio totalitario.

Ya hemos dicho antes que una estrategia llena de cláusulas condicionales es un atajo de buenos deseos, que no necesariamente llegan a cumplirse. Basta decir que los que hoy pugnan por elecciones libres, a la vez están reconociendo que no están dadas las condiciones.

Por eso exigen que el régimen abra de una buena vez el registro electoral y deje competir a todos los que quieran hacerlo, sin la vigencia de esas odiosas inhabilitaciones que representan todo lo contrario a esas “condiciones mínimas” que son necesarias para que se respete la voluntad del soberano.

Más allá de los buenos deseos de los ciudadanos, de las ganas que todos tenemos de salir de esta tragedia de pobreza, represión y derrumbe del futuro, lo cierto es que el régimen no parece demasiado dispuesto a transarse en lo substancial para su supervivencia política. Ellos saben hace tiempo que no cuentan con respaldo popular, y cada vez que han ido a las urnas, la respuesta de los ciudadanos es esa gélida indiferencia e indisposición que los muestra tal y como son: con fuerza, pero sin legitimidad. Con dominio institucional, pero con un poder espurio.

En Venezuela nadie siente que tiene el deber moral de reciprocar con respaldo una gestión tan patética como la que han acumulado en más de veinticinco años de dominación crecientemente totalitaria. Ni los suyos están contentos. Nadie puede estar conforme con una vivencia tan miserable y carente de sentido de futuro. Pero todos estamos acostumbrándonos a simular en la superficie mientras se practica una oposición pasiva a todo lo que ellos significan. 

Solo la “costra nostra” de intelectuales domesticados se ocupan de justificar lo injustificable. El resto de nosotros seguimos en lo nuestro, resistiéndolo todo, a pesar de todo.

Pero el régimen también simula. Ellos asumen una apariencia democrática que no tiene nada que ver con su esencia mientras continúan perfeccionando ese circo de sombras chinas donde nada es en realidad como parece. El gobierno no gobierna, y la oposición no hace oposición. El único esfuerzo que se les nota es el que hacen en conjunto para que no se les derrumbe la tarima en donde están montados todos ellos. Porque vamos a estar claros, todo esto es un gran montaje, que favorece al que, sin duda alguna, tiene el poder, lo ejerce con total arbitrariedad, y por lo tanto tiene la posibilidad de imponernos su agenda.

Debo decir que, a estas alturas, debemos considerar la presencia de “poderes fácticos”. Esas oscuras realidades que dan sentido al ecosistema criminal, a sus relaciones, a sus economías y a la inmensa capacidad de cooptación que exhiben. A estos atributos hay que sumarle el potencial de infiltración de la política, su experiencia en la extorsión de los que tienen flancos débiles y las competencias que han perfeccionado para doblegar a los más osados. No hay práctica, por más vil que sea, que ellos no estén dispuestos a practicar.

Por eso vemos la conversión siniestra de políticos que antes parecían genuinos y que hoy se han convertido en los sirvientes mas abyectos del ecosistema criminal. Recuerden siempre, vivimos la falsa realidad de las sombras chinas. Y aquí una primera clave para la supervivencia: La suspicacia sistemática, el aferrarse al sentido común, la práctica obsesiva de la sensatez, tratando de no caer en la trampa de los sesgos.

Cuando Maquiavelo comienza a hacer su detallada taxonomía de los principados, atina al decir que casos como el de Maduro (que “heredaron el principado”) suelen ser poco complicados a la hora de preservar el poder. Dice el florentino que “basta con no alterar el orden establecido por los príncipes anteriores, y contemporizar después con los cambios que puedan producirse.  De tal modo que, si el príncipe es de mediana inteligencia, se mantendrá siempre en su Estado, a menos que una fuerza arrolladora lo arroje de él; y aunque así sucediese, sólo tendría que esperar, para reconquistarlo, a que el usurpador sufriera el primer tropiezo”.

Tal vez por eso la primera etapa de la agenda fue asimilarse completamente como “el hijo de Chávez”, administrando una lenta pero sostenida metamorfosis hacia su propia marca personal. Sin dudas no es tan bruto como él mismo quiere presentarse. Ni tan sencillo, ni tan bondadoso, mucho menos generoso en las oportunidades que concede a potenciales competidores.

Yo no logro entender por qué algunos políticos incorporan en su lista de buenos deseos la posibilidad de que el régimen se compadezca, sufra una radical conversión democrática y acate las exigencias de limpieza electoral que solo les puede provocar una terrible catástrofe. Tampoco logro saber por qué se le impone a la comunidad internacional “el deber moral de lograr nuestra liberación” asumiendo ellos los costos, y para colmo, debiendo tolerar el cinismo corrupto de una clase política que exhibe un sosegado estilo de vida, sin partirse el lomo, tanto aquí como allá. La verdad es que nuestra gran derrota moral se llamó “interinato”.

Por eso no entiendo que haya políticos con respaldo popular efectivo que quieren aferrarse al elenco del fracaso. Que quieran reconstruir con ellos la alternativa. Y que muestren tanta domesticación ante la oferta de un flujo de recursos “para la campaña” tan sucios como condicionados a una conducta política que obliga a la simulación de la locura. “Hazte el loco con eso” pareciera ser la consigna con la que se intenta la absolución generalizada a una forma de hacer política contra la gente, pero invocando a la gente.

Esos, los del elenco del fracaso, también están apostando a lo previsto por Maquiavelo: Ellos, que fueron desalojados por una fuerza arrolladora e irresistible, no de María Corina sino del hartazgo popular con todo lo que significan, también están esperando el turno de su reivindicación. Yo creo que los primeros fatídicos tropiezos ya ocurrieron con el abrazo a Superlano, la absolución a Primero Justicia y la extraña connivencia con Leopoldo López. De una relación así planteada no puede resultar nada bueno, ni nada nuevo.

A pesar de que el sentido común señala con esplendorosa claridad que el elenco del fracaso es también “el enemigo a vencer”, los que lo advertimos somos “los nuevos enemigos del pueblo”, y sobran los que nos acusan de “trabajar para el chavismo”. Estas imprecaciones no son solo aburridas por repetidas, sino la demostración de que estamos frente a un nuevo episodio de una vieja serie. Cambian los personajes, pero el guión parece ser el mismo.

Lo cierto es que nadie puede plantear una lucha existencial (María Corina tampoco) si no tiene claro quiénes son los buenos y quiénes son los malos. Todavía peor, si no ha pasado por el proceso de discernir qué es lo bueno y qué es lo malo. En este sentido hay un viejo apotegma que advierte que “lo bueno no es necesariamente lo que me conviene, y lo malo lo que me perjudica”. En política es necesario evitar esa actitud autorreferencial que es de suyo tan excluyente.

Maquiavelo tiene una frase que, a estas alturas de mi reflexión, es muy oportuna. Mal le va a un político que lo espera todo del tiempo. Mejor suerte tiene aquel que confía en su prudencia y en su valor porque “el tiempo puede traer cualquier cosa consigo, y que puede engendrar tanto el bien como el mal, y tanto el mal como el bien”.  Por eso no es demasiado alentador esa conducta política aparentemente correcta de cruzar los dedos y esperar que las cosas se resuelvan solas. No ha sido así nunca, y no se puede esperar que la entropía haga su trabajo con la rapidez que necesitan los venezolanos para lograr su liberación.

En la secuencia política que necesitamos hacen falta muchas dosis de prudencia y valor. Ser prudente no es ser timorato. Para Maquiavelo la prudencia es precedida por el discernimiento realista de lo que se quiere lograr y lo que se debe hacer para lograrlo. Uno nota mucho extravío en las posiciones políticas y en los principios. Responder, por ejemplo, dos preguntas sencillas pero basales: ¿Qué quieres lograr? ¿Cómo lo vas a hacer? Si no se ha conseguido respuestas a esas dos preguntas, no tienes cómo ser prudente.

Para el autor Florentino la prudencia se refiere a la habilidad de un político para juzgar y actuar de manera que pueda preservar su poder y su posición. Esto incluía la capacidad para adaptarse a las circunstancias cambiantes, la astucia amoral, si eso servía a su propio interés, si le permitía ser eficaz y sobrevivir más allá de la precariedad.

Estos son dos desafíos cruciales de un político que tenga que encarar cualquier totalitarismo. Es una ecuación compleja que acota lo que puede hacer para sobrevivir sin malversar el poder. Por eso mismo, no todo tiene sentido, no todo tiene el mismo valor. Por ejemplo, aferrarse al clavo caliente del elenco del fracaso debilita a cualquiera. Involucrarse en “complejas negociaciones” para lograr la propia habilitación, es un sendero lleno de peligros que no necesariamente garantiza la sobrevivencia, pero seguramente trastorna el sentido del poder recibido. A veces, si resulta obligante asomarse al abismo, lo más imprudente es decirlo.

Las negociaciones son uno de los mecanismos de los que se sirve el régimen para aumentar su poder, legitimarlo ante la comunidad internacional y lavar su propia imagen. Si la decisión es entrar en “complejas negociaciones” con tu adversario (el buenismo implícito es una maldita fachada) debes tener plena conciencia de que quien impone la agenda y establece procedimientos y tiempos de resolución, lleva las de ganar.

Parte de la astucia maquiavélica del régimen es tener completa claridad de lo que puede conceder y lo que nunca va a permitir. Y por supuesto, cuáles son las ganancias o si se quiere, las pérdidas contenidas, que también es una forma de ganar en la misma medida que les asegura un tramo adicional de tiempo para recomponerse.

Hablemos ahora del valor. En Venezuela se ha malversado el concepto al confundirlo una y otra vez con la personalidad temeraria. El temerario es un irresponsable que pone en peligro a la gente sin estimar los costos. De eso no se trata. Para Maquiavelo el valor es un complejo de cualidades inextricablemente vinculadas: Coraje y audacia en la toma de decisiones inciertas; capacidad de acción y disposición para actuar; firmeza en la gestión de las crisis; flexibilidad táctica y capacidad para el ajuste estratégico; visión de futuro y ambición de poder.

Aspectos como la necesidad de ruptura y de diferenciación, superar la parálisis analítica, imaginación política creativa y no tener miedo a dejar atrás a los grupos convencionales de referencia delinean el valor que necesitamos para administrar la secuencia política que se requiere.

Finalmente, se requiere mucha claridad para diferenciar las oportunidades de los abismos. ¿Cuál es la ocasión propicia que puede marcar la cadencia y darle sentido a la secuencia política venezolana?  Hay dos tentaciones igualmente desastrosas. La primera es el cortoplacismo apocalíptico que sostiene que “esta es la última oportunidad” sin caer en cuenta de que llevamos un cuarto de siglo oyendo ese cuento repetido. La otra, igualmente detestable, es asumir el personaje del “profeta desarmado” “que concibe la lucha política como el espacio para modelar la mojigatería más inútil y desechable. Todo profeta desarmado termina fracasando.

Para evitar malas interpretaciones, es necesario acotar en qué consisten las armas de un profeta: liderazgo, credibilidad, confianza y eficacia. Son muchas las veces que los venezolanos han visto a sus políticos ofrecer “castillos en el aire” y “aullidos a la luna”. Los planes grandilocuentes que se ofrecen como consignas de última generación muchas veces son el argumento perfecto para la decepción. Dicho de otra forma, un político debería abstenerse de ofrecer lo que no está seguro de cumplir. Mejor sería que ponga todo su esfuerzo y clarividencia en esperar e identificar la ocasión, el caso debilitante, la causa que le resulte funesta al ecosistema criminal, eso sí, sin abandonar ni por un minuto el esfuerzo de cohesionar, alentar y trabajar el sentido de la esperanza.

Yo soy un enamorado del magisterio de la verdad. Un fanático de la autenticidad. Es auténtico el que se muestra tal y como es, humano, falible, fiable, comprometido, audaz, generoso, íntegro, valeroso y valioso a los ojos de los demás, pero sobre todo de los más vulnerables.

En este año que recién comienza, pido a Dios que nos allane los senderos y que bendiga a aquellos que tienen hoy el encargo de guiar a su pueblo. Para mí, la compañía de Dios hace la diferencia.

Víctor Maldonado C.

Egresado de la Universidad Central de Venezuela como Licenciado en Estudios Políticos y Administrativos. Maestría en Desarrollo Organizacional en la Universidad Católica Andrés Bello. Profesor de Pregrado y Postgrado en la Universidad Católica Andrés Bello durante más de 15 años. También fue profesor de postgrado en la Universidad Metropolitana y en la UCLA. Actualmente dicta las cátedras de Opinión Pública y Comunicación Política y Persona y Bien Común en la Universidad MonteÁvila, Venezuela y de Organización Política y Liderazgo en la Universidad Hosanna, Panamá.

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