noviembre 20, 2024

Cosas asquerosas que no hago

Las redes han potenciado un fenómeno que no sé si obedece a nuestra realidad actual (ya saben, las redes son un universo aparte) o si es otro invento absurdo manejado por el algoritmo y por “periodistas” cachiporros de la parte más triste del ámbito digital. Y dirán que el muerto tiene doliente, y claro que lo tiene, ¿por qué no?

En estos días he visto más de un artículo con títulos como “Cosas asquerosas que hacen las personas después de los cincuenta”, y por supuesto, yo, que tengo cincuenta y cuatro y estoy pronto a cumplir un año más, me he metido a leer tales muestras ejemplares del periodismo del entretenimiento. De más está decir que comencé a leerlos con prejuicio y saña, pues a cualquiera de mi edad le molesta que un agudo y joven periodista, observador de los tiempos, revele todas las cosas reprochables y achacosas que hacemos las personas mayores de cincuenta. Anhelaba yo sorprenderme, sentirme golpeado, descubierto, y odiar a muerte el ánimo intelectual del autor del artículo. Pronto me calmé y mi enojo creció por otro lado. Un enojo triste y decepcionado, quepa decir (sonó esta frase a Siglo de Oro español, y me gusta). El artículo señalaba que uno de los hábitos de las personas entradas en su mitad de siglo, era saltarse duchas diarias. ¡Caramba, entonces más de un niño de diez años tiene más de cincuenta! ¡Más de un manganzón universitario que ha pasado toda la noche estudiando, o probablemente de fiesta, tiene más de cincuenta! Hurgarse la nariz con los dedos, no bajar el agua de la poceta, no cambiarse la ropa interior o meter la mano debajo del pantalón, también fueron ascosidades señaladas en estos magistrales trabajos, y pues yo tenía para mí que estas son actividades recreativas o del descuido (recreativo) propias de cualquier edad. Quizás el periodista (o la IA) que ha escrito estos artículos obedezca a la siguiente falacia: Juan se saca los mocos. Juan tiene cincuenta años. Por lo tanto, todos los mayores de cincuenta años se sacan los mocos.

¿Qué pasa con el tema de la edad en nuestros tiempos? Pareciera que hoy en día, que cada vez más la juventud se prolonga, los jóvenes se empeñan es vernos viejos. Pero además hay un percepción de la vejez (no me consta que sea en todos los jóvenes, no asumo lo mismo que el articulista de marras) que se me antoja hiperbolizada, distorsionada. He visto quienes dicen tener treinta, y ya se consideran viejos. Hay un tonto de capirote en las redes sociales que mienta tener cuarenta y hace parodias de cómo los cuarentones están llenos de alifafes y mañas raras. En un video sale parándose de un sofá todo adolorido, por ejemplo. ¡Con cuarenta años! Oye, ¿será la edad lo que ataca a este tontín fresa, o más bien la falta de ejercicio, o el ánimo de hacer imbecilidades en las redes para ganar seguidores? En cuanto a las mañas raras, pues sí, con la edad las vamos teniendo, pero de allí a que no cambiarnos los interiores de un día para otro sea una cuestión de la edad, pues ya te pasaste. Y ojo, no digo que haya cincuentones que no se cambian los interiores o que no se duchen todos los días, lo que quiero argumentar es que es absurdo adjudicar la falta de desaseo a la edad. Digo, un artículo serio nos mostraría un estudio estadístico por edades de personas que se bañan o no todos los días, y demostraría que, en efecto, los mayores de cincuenta nos bañamos menos que los de veinte. Entiendo que esto que escribo pueda causarte gracia, y que más de uno dirá que se la puse bajita para la mamadera de gallo (frase quizás de cincuentón), pero vamos, en el fondo, supongo, estoy tratando de decir algo que creo que importa. Importa porque esa percepción afecta cómo la sociedad se relaciona con esas edades. El “viejo” bajo estas miradas no envuelve un campo semiótico donde encuentras palabras como “sabiduría” o “respeto”, sino todo lo contrario: estas miradas resultan burlescas, despreciativas, excluyentes. Y eso es peligroso, e incluso patético, ¿no lo crees? Vamos, todos envejecemos, nadie es joven para siempre. ¿Qué destino puede tener un mundo donde rechazamos con “asco” a los mayores de cincuenta? ¿Será que conviene a los sistemas de poder actuales apartar a los viejos de cuarenta o cincuenta y mantener en puestos de trabajos esclavizantes a jóvenes entusiastas, soñadores, ambiciosos de “éxito”?

Lo más irónico de todo esto es que ese periodista joven o ese grupo de periodistas jóvenes que escribieron esos “reportajes” o que escribieron prompts (“dime diez hábitos asquerosos de personas de más de cincuenta”) a su inteligencia artificial de turno para que esta redactara por ellos algo genial, llegarán a los cincuenta actuando como jóvenes de veinte. Más irónico todavía: aunque estos jóvenes lleguen a los cincuenta y actúen como de veinte, se llenarán la boca diciendo que están viejos y que tienen achaques, mañas y malos hábitos porque tener cincuenta o ser viejo, a conveniencia de ellos ya en su momento, tendrá algo de cool derrotista o nihilista, vaya a usted a saber. Si hoy día hay chicos que creen que están descubriendo en el mundo cosas que nadie había visto o hecho, y les parece que todo es hype, trendy y cool, pues no quiero pensar cómo será el asunto dentro de treinta años. Imagino que llegada la hora alguien deseará ser declarado asesino en serie, así nunca haya matado a nadie, o ser viejo por anticipado, y de tal modo cambiarse legalmente la edad y decir que se tiene setenta, aunque tenga diecinueve. Nótese que no es necesario que pasen tres décadas para que cosas como estas ya se vean. En 2018, Emile Ratelband, un jubilado de sesenta y nueve años quiso que las autoridades de su país le permitieran reducir veinte años su edad, pues se sentía de cuarenta y nueve. ¿Ven? Los jubilados también quieren estar en lo trendy.

Lo que sí me parece que es propio de un viejo; por lo menos de este viejo que soy yo, es que día a día entiendo menos los tiempos en los que vivo. Voy dejando de estar en lo trendy, estoy excluido del algoritmo (o quizás no, y entro en la categoría de “viejo ladilla y quejica”) y cada día me siento menos cool y siento menos hype. Pero sí me descubro siendo yo mismo y en paz con mi edad (aunque algún zagaletón de cierta madurez y que no me tiene a bien desde hace rato, dirá que artículo evidencia lo contrario). ¿Me percibo como o estoy viejo? Sí y no. Eso sí, no me hurgo la nariz en público ni manejando. Tampoco se me salen los pelos de la nariz, como le ocurre a algún escritor cincuentón que he visto en fotos por ahí. Eso por lo menos, a mí no me pasa. El resto de las intimidades no es problema tuyo.

Fedosy Santaella

Narrador y poeta. Ha sido profesor investigador en la UCAB y coordinador académico de diplomados de escritura creativa. Ha publicado con editoriales como Alfaguara y Ediciones B en Venezuela, Con Pre-Textos y Milenio en España y con Norma en México. Fue becario del programa internacional de escritura de la Universidad de Iowa. En 2016 obtuvo el premio internacional de novela breve Ciudad de Barbastro. Actualmente da asesorías literarias, dicta talleres de narrativa y poesía, y se desempeña como director de tesis en el Máster de escritura creativa de la Universidad de La Rioja, España.

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