Pasa el tiempo y sigue siendo muy complicado calibrar las consecuencias para Venezuela de la invasión rusa a Ucrania. El coqueteo de los Estados Unidos con la «revolución bonita», en principio, por lo que públicamente logramos saber, no pudo avanzar debido a la presión ejercida por el congreso de esa nación y la reacción en la opinión generalizada allá y acá. Lo que no supone que soterradamente no se esté moviendo el río en ese sentido. El pragmatismo ruso, por su parte, no da para tanto como para aceptar que Nicolás Maduro y su régimen tan afecto a los rusos ceda a las pretensiones del poderoso del norte de surtirse del petróleo y del gas, cuya producción eventualmente pudiera aumentar considerablemente en el otrora gigante sudamericano de la producción de energía exportable.
Desde luego que al régimen del terror venezolano le cae de perlas blancas una negociación abierta, comercial, con el coloso norteamericano. No solo significaría la posibilidad de acabar o disminuir las sanciones impuestas, constituiría también la entrada de dinero fresco, indispensable para el funcionamiento más acorde del Estado en momentos en que Biden presiona diplomáticamente por elecciones libres e inmediatas en la pequeña Venecia, así como por la liberación de los presos políticos, a través de un cada vez más lejano intento de reavivar el «diálogo» en México, al son de Noruega. De hecho, aunque no se diga explícitamente, el ambiente venezolano es en este momento decididamente preelectoral. Allí se enmarca el aumento de los sueldos y otras acciones efectistas del régimen en función de incrementar su popularidad alicaída y su arraigo en la población más desprevenida.
El apoyo económico de Rusia a Venezuela luce imposible durante y después de la guerra. La última quedaría muy descolocada políticamente, además, al haber actuado, como hasta ahora, en un abierto favorecimiento hacia los asiáticos y su proceder en Ucrania. Con lo cual el futuro del régimen de Maduro y sus acólitos se tambalea en lo económico y en lo político mundial. Tal vez sea la oportunidad de oro para abrirse a las propuestas de Biden. Aunque eso implique el riesgo del abandono del poder. Detrás pende la espada de Damocles de la Corte Penal Internacional y la apertura de la investigación por crímenes de lesa humanidad. Elemento imposible de descartar en todo este complejo panorama. Cualquier negociación con algún provecho inmediato y a futuro resulta conveniente a Miraflores, en momentos tan críticos para el mundo.
El hecho de que el pragmatismo americano haya llevado al embajador James Story a Caracas con otros agentes de negociación no es solo una señal de apertura de los dos países, implica un entendimiento no solo factible sino que se ha venido trabajando estos últimos años y que aceleró la crisis en el oeste de Europa con la invasión. A los norteamericanos no les conviene el desmedido aumento del petróleo y la gasolina nunca, pero menos su prolongación en el tiempo. Así que de golpe y porrazo le importó poco a esas administración poner en riesgo su vínculo directo e inobjetable con la presidencia encargada que representa Juan Guaidó en función de sus intereses más inmediatos. Por supuesto, Guaidó saltó de inmediato a contener el aparente exabrupto que lo dejaría fuera de todo juego, en un posible entendimiento Biden-Maduro, por más que la diplomacia de los EEUU reitere hasta hoy que su reconocimiento al interinato queda incólume y que cree a ciegas en la liberación del país del sur del continente americano.
La invasión rusa a Ucrania ha podido ser muy favorable a Venezuela. Pero encuentra a esta última en una situación político-económica de postración generalizada. En lo político con una oposición que no termina de levantar vuelo contra el régimen, por la atomización desplegada por los intereses partidistas y personalistas. Unos sectores optan por apostar a unas elecciones presidenciales en 2024, otros por una resolución eleccionaria más inmediata, que permita seleccionar una Asamblea Nacional representativa a cabalidad; otros, incluso por una asamblea constituyente que rearme el Estado. Todo esto mientras otros fingen ser opuestos, cuando todos sabemos que esconden su entente directo con los criminales en el poder.
En lo económico, encuentra el aparato productivo en una cuasi parálisis, por más que se aliente a una reactivación que con tantas ataduras parece irrealizable mientras el control del régimen sea tan férreo como ha sido hasta ahora, cuando ha pretendido adueñarse totalitariamente de todo cuanto se mueva. Así, el provecho que se ha podido obtener de la agresión rusa al pequeño país europeo se ha reducido a lo mínimo y las consecuencias, más bien, pueden ser la escasez y el hambre profundizadas.
Ahora bien, para los venezolanos, el aceleramiento producido por la crisis en Europa puede revertirse también positivamente. Si se abren las compuertas políticas y económicas, como la mayoría querría y es el propósito de los EEUU. Pudiera ser; eso hay que trabajarlo concienzuda y prontamente dentro y fuera del país, que el provecho mayor sea una apertura definitiva en lo político, en lo económico. Para los incrédulos, con la fórmula que se halle, se pudiera dar explosión a la espita de la libertad y sería un grande logro en nuestro país poder afrontar unas elecciones nacionales tanto parlamentarias como presidenciales con alta vigilancia exterior, pero con una credibilidad interna garantizada. Eso sería respuesta inmediata al miedo del régimen por el posible enjuiciamiento en La Haya, más que por la invasión de los rusos. Pero no deja de ser un resultado factible a la presión que vuelve a manifestarse en estos días recientes con el informe de nuevo lacerante de la Alta Comisionada por los Derechos Humanos de la ONU, Michelle Bachelet.
La mezcla de la presión norteamericana con la del ataque internacional por los derechos humanos violentados sistemáticamente en Venezuela, a lo que se suma la cojera rusa por su proceder en Ucrania puede ser, en conjunto, un explosivo tan contundente que podría echar por tierra o por debajo de ella las pretensiones de Nicolás Maduro de permanecer eternamente en el poder. El panorama, en definitiva, queda abierto a diversas conjeturas, porque se hace imposible la determinación definitiva de un resultado. Pero todo pinta, sin duda, mejor para Venezuela.
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