diciembre 21, 2024

El activismo 2.0 como herramienta para no dormirnos en cuarentena

El 16 de marzo, tres días después de que el régimen de Nicolás Maduro decretara el Estado de “cuarentena social y colectiva” por la emergencia del Coronavirus, decidí escribir unas líneas en mis redes sociales: “Hoy toda la humanidad se arropa bajo una misma alarma de salud pública: hospitales, clínicas y laboratorios en todo el mundo atienden a la inmensa preocupación que ha desatado la neumonía de Wuhan. En enero hablábamos de cómo el virus había frenado el proceso de cambios a través de las protestas en Hong Kong. Sin embargo, lo vimos distante y lejano. Pero hoy el virus hace presencia en nuestro país, como en el resto de América Latina, y la preocupación que convirtamos nuestra supervivencia humana en la supervivencia de la dictadura en Venezuela, es algo que debemos hablar”.

Aproximadamente un mes y medio después de haber escrito esas líneas, creo que esta es una de las discusiones que pocos han querido asumir en lo que va de la cuarentena. No debemos permitirnos olvidar lo que socialmente sucede en nuestro país: lo que pasa y seguirá pasando, si gracias al virus, nos olvidamos del problema que contrae nuestra sociedad.

Seguía escribiendo ese 16 de marzo lo siguiente: “Nuestra sociedad está constantemente en movimiento, ya sea en redes sociales, de forma telemática, audiovisual o finalmente 2.0; como queramos llamarles. Pero en constante movimiento debemos seguir. Me preocupa que nuestro país en 3 días se ha reducido a esperar un anuncio oficial a través de una pantalla, tal cual O’Brien en el Londres de 1984”.

Se activó la sociedad civil

Luego de casi 50 días en cuarentena para prevenir la propagación del virus COVID-19, hemos visto cómo la sociedad civil ha pasado por distintas etapas. La primera: la aceptación de la cuarentena y sumisión, al nivel que cualquier información proveniente de las fuerzas democráticas u oposición política venezolana, parece menos importante que cualquier cosa; en esa primera etapa, nuestra sociedad comenzaba a resignarse a las declaraciones del régimen y el temor que representa la propagación del virus.

Pero entrando el mes de abril comenzaron los esfuerzos de algunas organizaciones políticas, sobre todo estudiantiles y de derechos humanos, quienes no tenían otra intención que volver a poner sobre la palestra nuestra crisis: alertando, entre otras cosas, la dificultad que representa ver clases virtuales por las fallas eléctricas en algunos sectores del país, sumado a la precaria o casi ausencia de conexión a internet.

Además, se retomaron las denuncias sobre la vulnerabilidad de los presos políticos debido a las pésimas condiciones sanitarias que hay en los centros penitenciarios improvisados en Fuerte Tiuna, como es el caso de los sitios donde se encuentran militares detenidos como el mismísimo Raúl Isaías Baduel, quien fuese Ministro de la Defensa de Hugo Chávez en 2007; o Miguel Rodríguez Torres, Ministro del Interior y Justica de Nicolás Maduro en 2014.

Días después, y a pesar de cualquier obstáculo que se presentara, la sociedad civil venezolana comenzó a apoderarse de las redes con cursos, foros chat, clases por zoom, lives en Instagram, denuncias y discursos contra la dictadura.

Esto ha sido clave para el activismo digital en estos días, sobre todo frente a los atropellos que comenzó a perpetuar el régimen una vez instalada la cuarentena. Un caso clarísimo fue el secuestro de colaboradores del presidente encargado, Juan Guaidó, quienes hoy siguen tras las rejas.

2.0 mientras volvemos a las calles

La mayor noción de reacción social durante la cuarentena se ha presentado por algo muy básico en Venezuela: la ausencia y respectivo control sobre las estaciones de servicio en el país.

Durante los últimos 30 días se han registrado colas de personas en sus carros que llevan hasta 5 días para intentar comprar combustible; estas imágenes ya eran pan de cada día antes de la cuarentena en algunas regiones del país como Zulia, pero ahora han llegado hasta la mismísima Caracas.

Durante la cuarentena social en Venezuela, las colas de gasolina se han incrementado. Foto: Crónica Uno.

Y los ciudadanos no solamente deben sumergirse en la dificultad que representa comprar gasolina en medio de largas colas. También deben enfrentarse a la inmensa corrupción y mafia que se formó alrededor de las estaciones de servicio en todo el país, donde participan agentes de seguridad del Estado y hasta grupos armados irregulares, quienes cobran a los usuarios en dólares para poder surtir de manera rápida y poco traumática.

La ausencia de gasolina, además de los intentos de saqueos en algunas regiones donde los alimentos suben de precio con rapidez o la escasez se empieza a acentuar como en años anteriores, ha generado crisis que se ve plasmada en vídeos que corren por las redes sociales. Crisis que cuando se representan en acciones de calle puntuales, son reprimidas violentamente por los cuerpos de seguridad al servicio del régimen.

Ahora bien, hablo de esto porque es imperativo entender de forma sistemática lo que sucede a nuestro alrededor y cómo reacciona nuestra sociedad, para poder ejemplificar lo difícil que ha sido seguir la lucha democrática en tiempos de Coronavirus, donde el activismo digital, o protesta 2.0 como lo hemos denominado, es nuestro principal aliado, aunque tengamos que sortear los cortes eléctricos y la ausencia de conexión a internet.

Durante los últimos días hemos conversado en el seno de las organizaciones estudiantiles, Organizaciones No Gubernamentales de derechos humanos y aliados al gobierno legítimo, liderado por la Asamblea Nacional, sobre cómo las tiranías del mundo, y especialmente la venezolana, han utilizado la cuarentena para afianzarse en el poder: mostrándose como los mejores en asumir la cuarentena y tiñendo de discursos de odio la información oficial sobre el virus.

El columnista bielorruso Evgeny Morosov publicó en 2011, con motivo de la primavera árabe, lo siguiente: “Los dictadores y regímenes represivos prefieren cada vez más aprovechar el internet en beneficio propio, en vez de censurarlo”.

Lo que escribió Morosov sin duda podemos tomarlo como ejemplo tanto en Venezuela como en el régimen chino, quienes han utilizado las propias herramientas de la globalización y la libertad de expresión, para vender la propaganda política disfrazada de campaña contra el Coronavirus.

Frente a esto, debemos actuar, hacer reaccionar a la sociedad una vez más y volcarnos a la lucha democrática en forma de protesta 2.0, lo cual ha sido nuestra misión desde que comenzó la cuarentena, por medio de lives en Instagram, foro chats y difusión de campañas que intentan transmitir lo que está sucediendo y que puedan saltar la censura y enfrentar la hegemonía del COVID-19 en los medios.

Debemos seguir visualizando campañas sobre las medidas arbitrarias o la violación de derechos humanos que sigue ejecutando el régimen incluso en plena cuarentena, como la entrega de concesiones ilegales del régimen, mediante decretos ilegales a transnacionales o el secuestro de miembros de la etnia Pemón.

Además, los derrames petroleros en las costas del estado Carabobo por la ineficiencia que existe dentro de la estatal PDVSA, que a su vez se refleja en impacto directo a la población con la ausencia de combustible en las estaciones del país, son algunas de las denuncias que hemos hecho a través de Instagram, Twitter, medios locales y hasta Tik Tok.

Hoy por hoy, el activismo digital y protesta 2.0 causa estruendo en todo el mundo, desde las huelgas mundiales por el cambio climático, hasta las denuncias y campañas para contrarrestar las violaciones sistemáticas a los derechos humanos. Como jóvenes de una generación que nació en democracia, creció en Revolución y hoy vive en dictadura, no estamos dispuestos a doblegarnos durante la cuarentena y nos rehusamos a ver como normal la Emergencia Humanitaria Compleja o la represión del régimen. Por eso, dentro o fuera de la cuarentena, seguiremos protestando como lo hacen los jóvenes del mundo: de forma digital, mientras podamos volver a las calles.

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Gabriel Cabrera

Gabriel Cabrera es presidente de la Federación Nacional de Estudiantes de Derecho, líder estudiantil y activista de derechos humanos

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