El 7 de octubre de 2023, día de la festividad judía de Simhat Torá, ha sido el día más aciago en la historia de Israel en los últimos 50 años (y tal vez en toda su historia). Exactamente cincuenta años después (más un día) del 6 de octubre de 1973, el día de Yom Kippur, cuando atacaron conjuntamente los ejércitos de Egipto y Siria, y asestaron una sorpresa total que produjo la debacle de las Fuerza de Defensa Israelí. Ese ataque se realizó a mucha distancia de centros habitados en el país y ese fue uno de los factores que le permitió al ejército recuperarse rápidamente, aunque con muchas pérdidas—miles de soldados muertos y heridos, decenas de desaparecidos, cientos de prisioneros, e incontables casos de soldados que quedaron con las almas profundamente heridas—para frenar a las fuerzas enemigas y hacerlas retirarse, infligiéndole después de catorce días una derrota aplastante en campo de batalla. Esta vuelta que estamos viviendo, y que ha empezado de manera tan cruel y dolorosa, no sabemos aún cómo terminara, pero el número de víctimas y la profundidad de la marca que nos va a dejar está clara desde ya.
No hay israelí que no vea lo similar de los dos casos, a una distancia de 50 años: la soberbia de nuestros dirigentes que despreciaron las capacidades de los ejércitos árabes en el 73 y del Hamás hoy; el ignorar—de parte de los servicios de inteligencia y de la directiva política—los signos evidentes de que un ataque bien planificado era inminente; la negativa a entender que los intereses estratégicos del país requieren la toma de iniciativas diplomáticas y políticas, que el tiempo juega en contra de Israel y a favor de sus enemigos, y que no todo puede resolverse puramente por la fuerza.
Pero hay también diferencias claras: Primero, el ataque de hoy se produce en una frontera en la cual las poblaciones están a una distancia de un par de kilómetros. Las víctimas son en su mayoría civiles que estaban es sus casas, en medio de su vida rutinaria. Segundo, las fuerzas enemigas no incluyen ejércitos regulares de países, con sus gobiernos y sus instituciones civiles y políticas, sino que se trata de milicias terroristas que responden ante todo a un fanatismo religioso extremo, con una tradición de crueldad sin límites. El Hamás y el Yihad son dos organizaciones con jerarquía, planes políticos, e instituciones sociales que funcionan dentro de sus pueblos, y gozan del apoyo político de varios países islámicos. Frente a Israel, actúan ante todo como pandillas criminales sedientas de sangre y destrucción.
La derrota de Israel en 2023 es la derrota de una potencia regional bien establecida, con un ejército extremadamente bien armado y entrenado, con una economía que hasta hace poco era la envidia del mundo entero (que incluye la exportación de armas super sofisticadas a nivel global,) y una tecnología sin paralelos en los campos de la bio-med, cyber y AI. Esta potencia se derrumbó como un castillo de barajas ante algunos cientos de terroristas, altamente motivados, que planearon muy bien su ataque, basado en información exacta y detallada. A ellos se unieron otros cientos de ciudadanos de a pie de Gaza, que ven a Israel como el responsable único de sus miserias, que cruzaron la frontera violada para unirse al festival de sangre, saqueo, destrucción y secuestros. Nuestros civiles y soldados fueron humillados a la luz del día en real-time en las redes sociales desde las cámaras de los que invadieron, destrozaron, violaron, raptaron y hasta decapitaron cadáveres. Los ciudadanos acorralados rogaban por ayuda y quedaron sin amparo a veces hasta por dos días. Sólo los medios de comunicación (lo que la máquina del veneno bibista llama generalmente “los canales de la histeria” o directamente “Al-Jezira en Israel”) ofrecieron en vivo y en directo a los ciudadanos un punto de contacto, averiguando dónde estaba cada uno que se comunicaba y cuál era la situación, dirigiendo hacia allá a quien pudiera ayudar.
A poco de finalizar la guerra del 1973, muchos entendieron en el país, que si los políticos hubieran escuchado con anterioridad y con más atención los mensajes que llegaban de Egipto, y hubieran actuado con menos soberbia ante los árabes, la guerra tal vez podría haberse ahorrado con todo el dolor y la destrucción que trajo. Eso quedó tajantemente demostrado con la iniciativa de Sadat en 1977, que culminó con el acuerdo de paz de Camp David, que es—junto con alianza ideológica y práctica con los USA—el tesoro estratégico que tenemos ya por más de 40 años. Nada parecido podía esperarse del Hamás antes de este ataque, y es difícil concebir que algo cambie al respecto cuando esta vuelta sangrienta —cuyas dimensiones aún estamos lejos de empezar a entender— termine en algún momento (y no faltan razones para temer que eso va a tomar más tiempo del que hemos visto en el pasado).
Pero la diferencia mayor entre las condiciones que llevaron a la guerra del 73 y la que estamos viviendo está en el plano político. A Golda Meir se le pueden (y se le deben) recriminar sus actitudes y su ceguera política como factor decisivo en los procesos que llevaron a la guerra en el 73 siendo ella primer ministro. Pero en ningún aspecto se puede encontrar en su hoja de servicio como líder político una sola mancha de corrupción (aunque las había entre algunos de sus asociados en el gobierno), ni una sola decisión que se tomara en pro de sus necesidades personales y mucho menos para salvar su pellejo antes cortes judiciales por cargos de corrupción, para así eternizarse en el poder. Las decisiones que tomó Golda y su gobierno, para bien y para mal, se basaron única y exclusivamente en consideraciones de lo que ellos veían como el bien del país. Nunca se dio al culto a su personalidad (a diferencia de Moshé Dayán, por ejemplo) y su gobierno se regía, según la mejor tradición israelí, dentro de debates enconados, críticas de la oposición pero también dentro de su partido y sus aliados, y posibilidad de liderazgos alternativos. Golda y los otros líderes no trabajaron primeramente para fortalecer al líder (aunque cada líder busca fortalecerse). Trabajaron para fortalecer las instituciones del país, y no para debilitarlas caprichosamente. ¡Qué lejos estamos hoy de eso!
El periodista israelí Raviv Drucker preguntaba retóricamente en su columna de hace algunos días: “¿Qué estaba haciendo nuestra élite política cuando Hamás completó sus preparativos para el gran ataque?”. La respuesta es clara y aterradora: estaba desperdiciando tiempo y energía ya por nueve meses en una serie de estupideces que sólo pueden debilitar al país, sus instituciones y su economía, y que a la vez promueven los intereses estrechos de Bibi y su entorno, y de las fuerza mesiánicas, racistas y ortodoxas que sirven de base a su coalición: la cláusula de la plausibilidad, el cambio en la estructura del comité de selección de jueces (pero sin haber reunido ni una sola vez para nombrar los cerca de 80 jueces que están faltando en el sistema para servir propiamente las necesidades de los ciudadanos), la mejora en las condiciones de encarcelamiento del terrorista judío Amiram Ben Oliel, que quemó en vida a una familia árabe entera, la familia Dawabshe, con niños y todo mientras dormían (el partido de Ben Gvir lo definió como un santo – Tzadik), debilitando la economía nacional y el prestigio internacional, incluyendo nuestra alianza estratégica con USA (con un desprecio abierto hacia Biden y su gobierno, que ahora se para a nuestro lado incondicionalmente), destruyendo los sistemas educativos del país, excepto que sea de colegios ortodoxos y en los asentamientos en los territorios ocupados, que siguen recibiendo presupuesto abundantes para sus propios sistemas que gozan de condiciones envidiables, … y pare usted de contar.
El país lleva nueve meses en franco decline y destrucción de todo lo que funcionaba aquí, (no sin problemas, por supuesto). Pero el crimen mayor de estos incapaces irresponsables que llevan inmerecidamente el título de gobierno de Israel, ha sido sembrar la división y el odio, y la desconfianza de los ciudadanos para con el sistema judicial y para con … sí … así mismo … para con las fuerzas armadas y para con los que han dedicado sus vidas a la defensa del país. El que no ve la conexión directa entre la actuación fallada e irresponsable de Bibi y de su combo criminal, y la debacle de Israel frente a un grupo de algunos cientos de asesinos fanáticos bien organizados, no entiende en lo mínimo la situación de nuestro país.
Como en toda situación de emergencia esta guerra nos ayuda a entender la esencia de nuestra sociedad civil (en todas sus facciones) y la de nuestros políticos. Se trata de dos esencias polarmente opuestas. Miles de hombres y mujeres, de todas las edades y de todos los rangos, se han organizado voluntaria y eficientemente, alzándose por encima de cualquier controversia, y dejando de lado sus propias ocupaciones, para contribuir con el esfuerzo nacional: reportándose inmediatamente al servicio de reserva en los casos relevantes y hasta regresando del exterior de la noche a la mañana para estar con sus compañeros de armas, apoyando a los combatientes de toda manera posible (comida, equipo que a veces falta …), alojando en sus casas a quienes han sido desalojados por el ejército para su seguridad personal de los alrededores de la franja de Gaza (una zona que ha quedado totalmente desierta), reuniendo comida, ropa, medicinas, servicio de asistencia psicológica. Todo lo que haga falta.
Muchos servidores públicos, militares retirados, periodistas, etc., han sido vilmente difamados por la máquina del veneno de Bibi, tanto sus aduladores políticos como los medios serviles (el canal 14 sobre todo) orquestados siempre por el hijo zángano Yair, que para mayor seguridad ha buscado refugio en la lejanía, en USA, probablemente en casa de algunos de los multi-billonarios amigos de Bibi que le ofrecen regalos interminables a cambio de favores políticos (de Sara no sabemos con certeza – yo apostaría que no se ha quedado en el país junto con los que damos la pelea en estos días de crisis). Los que han liderado las protestas son los que ahora se unen (muchas veces de una manera heroica que no tendría tiempo para describir acá) al esfuerzo de esta sociedad para devolvernos cierta calma y cordura en medio de la barbarie.
¿Y dónde está nuestro gobierno en toda esta escena? Este gobierno que todo lo que ha hecho durante nueve meses es escribir mensajes ofensivos en Twitter en vez de dedicare a trabajar por los ciudadanos, ahora calla como un pescado (para usar la expresión israelí que viene al caso). Y tal vez mejor así porque lo poco que han dicho produce una vergüenza que es difícil de contener.
¿Y además, qué podrían ya decir ellos que no sea veneno y difamación? Ya están proliferando, con el canal 14 a la cabeza, teorías conspirativas según las cuales la embestida exitosa del Hamás contra el obstáculo y la reja de separación no podría haberse dado sin algún elemento traidor dentro del sistema. ¿Y quién puede ser ese traidor cuyo nombre no se dice expresamente? Ya lo sabremos en pocos días. Tal vez acusen al Comandante en Jefe del Ejército, Herzi Halevi, o el jefe del Shabak, Ronen Bar. Ellos tienen una responsables muy grande dentro de esto, sin duda, dados los cargos que llevan en este momento, pero también son los que tienen ahora que terminar el trabajo, antes de entrar en las invetigaciones operativas. Pero la respondabilidad tiene que ser ante todo de los políticos, que, como en el 73, tratan de escaparse y culpabilizar totalmente al ejército (o a los 240 jóvenes acribillados que estaban celebrando una fiesta en el bosque, tal como lo hizo Yosi Sheli, el director general de la oficina del primer ministro y el más allegado a Bibi, una de las pocas personeros del gobierno que se dignó a hablar en TV en los útitmos días, y lo único que supo hacer es culpar a esos jóvenes del “caos”, y comparar a los prisioneros en manos del Hamás con clientes esperando en la fila para el supermercado). Halevi y Bar son los que han advertido repetidamente frente a Bibi sobre el daño que la legislación anti democrática puede traer sobre la seguridad de los oficiales frente a los tribunales internacionales, y sobre la cohesión del ejército. Bibi no los quiso escuchar el día de la aprobación de las leyes antidemocráticas, ni sus ministros se atrevieron a hacerlo independientemente. Las teorías conspirativas que la máquina del veneno bibista está difundiendo con energías, mientras nuestros soldados están todavía en la lucha y las familias todavía buscan los cadáveres de sus queridos, están destinadas desde ya a pasarle la culpa a la protesta y a todo el que ha criticado a este gobierno incapaz.
El gobierno no da anuncios claros al público explicando la situación. Bibi no da entrevistas ni anuncios, por supuesto, Tal vez ya vaya a dar entrevistas en inglés a los canales americanos como ha hecho desde que su sexto gobierno se posesionó. No hay información oficial clara y confiable. No hay una punto claro de información para las familias de los desaparecidos o rehenes. Y da miedo pensar quienes son los que se sientan hoy alrededor de la mesa del gobierno a tomar decisiones cruciales, y a mandar a nuestros soldados al frente, tal vez para no regresar en vida. Una cantidad de pirómanos, totalmente faltos de conocimiento o experiencia, que no han servido en el ejercito, o en ningún cargo público relevante, y cuyos hijos no van, en la mayoría de los casos, a servicio militar.
A la cabeza de todos, el irresponsable mayor que enfrenta juicio en tres cargos graves de corrupción y que ha creado el gobierno más nefasto, inexperto, corrupto, racista, mesiánico, e irresponsable que ha conocido nuestro querido país en toda su historia. A la sociedad israelí le va a ser muy difícil recuperarse de este desastre al cual Bibi nos ha conducido, y que en la guerra que estamos viviendo se manifiesta en toda su gravedad.
Este articulo fue publicado originalmente en el blog personal de Leo Corry y republicado en Hilos de América con el permiso del autor.
Un comentario en «Ante la tragedia que vivimos»
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