diciembre 21, 2024

Alerta sobre el autoritarismo a la juventud de las Américas

Un alerta a la juventud de América Latina: con esta frase terminan las últimas páginas del diario del escritor venezolano Miguel Otero Silva durante su juventud universitaria en medio de la dictadura de Juan Vicente Gómez, específicamente en el año 1929. Hoy, a manera de reflexión histórica, me pregunto: ¿Qué significaba esa alerta para los jóvenes latinoamericanos?

Los jóvenes venezolanos de la década de los años 20 tuvieron que vivir varias dictaduras acompañadas de persecuciones, cárcel y exilio, para que finalmente entendieran cuál era la verdadera alerta para la región a la que hacía referencia Otero Silva. Una alerta que yo me tomaré el atrevimiento de revivirla, ante las pretensiones autoritarias que no han dejado –y al parecer no dejarán– de asechar a América Latina.

Entre populismos y extremismos

Durante todo el siglo XX, nuestra región vivió momentos agitados por los constantes intercambios del poder entre dictadores o caudillos militares que entraban en la palestra por levantamientos de armas o ¨madrugonazos¨. La acción de apuntar a los respectivos presidentes acababa con las esperanzas de entendimiento, integración, negociación y finalmente desarrollo para la región.

Este tipo de hechos se vieron reflejados en países como Venezuela, Colombia, República Dominicana, Brasil, Cuba y, muy especialmente, en Chile y Argentina.

Nuestra región ha sido constantemente bombardeada por distintas exposiciones ideológicas del mundo y la principal razón es la ausencia de instituciones sólidas que garanticen Estados capaces de sostener y mantener un sistema democrático, Estado de Derecho y libertades plenas a sus ciudadanos.

Por más que el pensamiento político de cada quien trate de justificar y difuminar acciones, populistas y dictaduras de izquierda o de derecha de aquellos años representaron claramente la inestabilidad política de una región; una inestabilidad política que provocó en los ciudadanos la necesidad de apostar por los caudillos y hombres fuertes de armas para sostener sus naciones.

Estos eventos ocurrieron a plena vista de los países del planeta, desde tiranías como la Unión Soviética o Democracias liberales como Estados Unidos. Por ejemplo, la dictadura cubana, primero con Fidel Castro al frente, luego su hermano Raúl Castro y hoy Díaz-Canel, fue instaurada ante los ojos del mundo sin mayor oposición: parecía que ese era el pedazo de la torta que le tocaba al eje soviético sobre nuestra región en aquel entonces y hoy, con Vladimir Putin al frente de la Federación Rusa, no parece cambiar mucho.

Pero si observamos su contra parte, nos encontramos con que regímenes autoritarios como el de Augusto Pinochet en Chile, Jorge Rafael Videla en Argentina, y hasta el de Marcos Pérez Jiménez en Venezuela, fueron observados sin ningún problema por Estados Unidos y otras democracias recién formadas del mundo. La lucha contra el comunismo en medio de la guerra fría, encontraba cierta calma y apoyo en las filas de este tipo de caudillos y militares de la América Latina del siglo XX.

Los presos, muertos, perseguidos, desaparecidos y torturados, representaban para las potencias mundiales una lista de cosas que había que criticar solo si se veían desde la otra orilla.

Debido a esa posición que representa el impacto de la guerra fría y la intervención de las grandes potencias y ejes del mundo en América Latina, se cometieron horrores y violaciones a los derechos humanos sin que se identificaran agresores comunes para ser juzgados.

Esos agresores comunes hoy pareciera que son identificados por una gran cantidad de ciudadanos: los llamamos dictaduras o autoritarismos, ya sea de la llamada derecha, izquierda o incluso liberal y conservadora. Lo cierto es que hoy por hoy muchos denunciamos los atropellos que cometen gobernantes, sin responder a una variante ideológica, porque creemos que es lo correcto.

Así lo creían también los primeros demócratas venezolanos, quienes no la tuvieron nada fácil y sus gobiernos también representaron atropellos a los derechos civiles.

Estos jóvenes demócratas, quienes escribieron su alerta durante su juventud, comenzaron a entender cosas muy puntuales. La primera era que la oposición a la dictadura caudillista no era el comunismo o el socialismo soviético; para Rómulo Betancourt, Miguel Otero Silva y Jovito Villalba, decir esto era simplemente la respuesta más simple ante la ausencia de un régimen democrático en el país.

Tuvieron que pasar casi 30 años y llegar la revolución cubana, donde se cometieron crímenes y violaciones a los derechos humanos tan graves y hasta superiores, para que la alerta de nuestros jóvenes, plasmada 30 años antes, cobrara sentido. Porque la alerta era clara: las dictaduras no deben ser vistas por ideologías.

Algunas se mantienen y responden a los intereses de potencias y se alinean a un eje, pero muy poco afecta esa visión política o económica, a la vida diaria de aquellos que deciden pensar distinto. El mejor ejemplo quizás sería una comparación entre la dictadura de Batista y la dictadura castrista en Cuba.

De manera que mi postura va hacia entender plenamente la democracia y su sentido más puro, en el respeto a las libertades y los Derechos fundamentales de los ciudadanos: es allí donde radica nuestra alerta; una alerta que llama a no dejarnos llevar por los aires populistas que hoy tratan de enarbolar bandera en todo el mundo.

Es alarmante cuando escuchamos en Chile el débil grito de volver a una dictadura como la de Pinochet. O en Venezuela, cuando la representación social que se genera a partir de simples algoritmos de redes sociales, que claramente no son el clamor popular de todo el país, se plasma en temas como las presuntas buenas acciones del régimen de Marcos Pérez Jiménez.

La democracia no se trata de alzar los ideales de un sector u otro; tampoco se trata de garantizar el posicionamiento de una variante económica. La democracia más bien es garantizar el entendimiento y participación de todos los sectores dispuestos a crear un sistema común que les garantice sus derechos y plenas libertades.

El peligro de enarbolar banderas pasadas

Cuando un joven de 22 años como yo, que nació en una democracia debilitada, creció en la revolución de Hugo Chávez y hoy vive en la dictadura de Nicolás Maduro, escucha discusiones como innovación política, liberalismo, democracia, globalización, multilateralismo y hasta derechos ambientales e igualdad de género, cree que estos deberían ser los temas que tendríamos que discutir en nuestro país, cercado comunicacionalmente por una supuesta revolución que solo ha traído retroceso a nuestra patria, disfrazado de un supuesto progreso que se quedó escrito en la Constitución, pero que en la realidad representa las prácticas más perversas del militarismo y el populismo.

Escuchar cómo se enarbola banderas pasadas, populismos y extremismos que le hacen daño a la democracia, solo para enfrentar esos mismos males pero desde una supuesta corriente política contraria, debe ser considerado como peligroso para nuestra generación, por lo cual deberíamos reflexionar.

Es peligroso que los jóvenes tomen el papel intrínseco que le impuso la historia, sin conocer la historia misma, decía Rómulo Betancourt a Rafael Caldera desde su lecho de muerte. Lo hizo para referirse a la frenética pasión que desencadenaba Fidel Castro y los soviéticos a la juventud venezolana del siglo XX, quizás sin entender que esa no era la posición contraria al militarismo, sino más bien era la misma posición desde otra bancada política.

La democracia no tiene ideologías

Estas simples líneas son un intento de alertar a la juventud de América Latina, tal cual lo hicieron los jóvenes venezolanos del 28; una alerta para que no se dejen llevar por falsos mesianismos y entiendan que la democracia va muchísimo más allá de lo que hoy podemos ver.

Entender la democracia significa entender la razón y el porqué, yo como individuo, debo reconocer al contrario como un ciudadano con igualdad de derechos ante la ley.

Y eso solo es posible si dejamos atrás las visiones antiguas que han impregnado aires populistas en América Latina, asumiendo los desafíos de la gobernabilidad, las crisis sociales y aquellos conflictos que inundan a nuestra región, para reconocernos a nosotros mismos y así lograr un sistema democrático que garantice la institucionalidad e integración de nuestra región.

La democracia no tiene ideologías: los extremos le hacen daño, no pueden formar parte de ella y es peligroso que no entendamos esto en un momento donde pareciese que líderes del mundo prefieren desechar el multilateralismo, la negociación y el interés en la democracia, por sus ansias de poder.

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Gabriel Cabrera

Gabriel Cabrera es presidente de la Federación Nacional de Estudiantes de Derecho, líder estudiantil y activista de derechos humanos

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