diciembre 22, 2024

Venezuela en sentido extramoral

Es sabido que la calidad ético-moral de los individuos en su sociedad depende de un desarrollo material y espiritual de los mismos, subsumiéndolos a condiciones materiales y culturales, genéticas y meméticas, que perfilan el estado de cosas sobre el decir y hacer acerca de lo bueno y lo malo, lo justo e injusto, lo correcto e incorrecto.

Asimismo, desde la filosofía se sabe que el estatus ontológico de la esfera ético-moral pertenece no al dominio de los seres, la ontología, sino al dominio de los valeres, la axiología, y que por lo mismo todo lo que se diga sobre el bien y el mal parte de la peculiar forma de valorar de los sujetos, no extensible universalmente a todos los demás: lo que es bueno para un individuo en su sociedad, no tiene porqué serlo para otro individuo inserto en otra sociedad.

La perspectiva primera de lo dicho anteriormente se inició con la investigación filosófica de Baruch Spinoza en su Ética demostrada según el orden geométrico[1]:

“Por lo que atañe al bien y al mal, tampoco aluden a nada positivo en las cosas —consideradas éstas en sí mismas—, ni son otra cosa que modos de pensar, o sea, nociones que formamos a partir de la comparación de las cosas entre sí” (Spinoza, E4Prefacio).

Lo bueno y lo malo para Spinoza dependen de la conformidad que se tenga con un modelo arbitrario y convencional, reduciéndolo a lo útil:

“Así pues, entenderé en adelante por ‘bueno’ aquello que sabemos con certeza ser un medio para acercarnos cada vez más al modelo ideal de naturaleza humana que nos proponemos. Y por ‘malo’, en cambio, entenderé aquello que sabemos ciertamente nos impide referirnos a dicho modelo” (Spinoza, E4Prefacio).

Friedrich Nietzsche, embebido de spinozismo, pone en tela de juicio el espíritu gregario, judeo-cristiano, enfrentándolo al espíritu fáustico o heroico. Su „nichts ist wahr, alles ist erlaubt“ (“nada es verdadero, todo está permitido”) que es lo que se entiende como la transvaloración de todos los valores („Umwertung aller Werte“), indica que el valor y el valer dependerán de las posiciones subjetivas y suficientes que cada individuo en el despliegue de su libertad ejerza. Más que un juicio, lo bueno y lo malo se configuran como un modo de ser en el mundo, un modo de desarrollar el ser individual y realmente existente, amparado en la vitalidad de su propio cuerpo.

En este mismo sentido, en el ámbito de la historia política tenemos un ejemplo importante y suficiente por cuanto encierra la esencia de lo que hemos expuesto. En la Atenas pre-helénica Tucídides nos cuenta en su Historia de la guerra del Peloponeso que un cambio de régimen político, de democracia a oligarquía o de oligarquía a democracia, implicaba un cambio de Constitución. El asalto al poder político de un grupo de pocos (oligo ὀλιγο) o muchos (dêmos δῆμος) necesariamente iba sucedido por la redacción de unos principios normativos. Esto es así porque la Constitución griega, ateniense, es la descripción del ánimade la Polis, cuya forma se encapsula en las distintas expresiones de gobierno. Si cambia la naturaleza de la administración política, necesariamente tenía que cambiar la Constitución, porque en el fondo la transformación se operaba en la forma de la Polis, en tanto Animal Político.

Los cambios de Constitución, continuando, implicaban un cambio de perspectiva en la valoración de las cosas: lo más valioso para el régimen oligárquico, asentado en los intereses crematísticos, es distinto a lo valioso para el régimen democrático, para quien lo que realmente importaba era la libertad y la igualdad. Por esto mismo, Platón en su Politeia clasificaba de mejor a peor los regímenes monárquico-aristocrático, timocrático, oligárquico, democrático y tiránico, reflexionando no en el número o cantidad de sus componentes sino en la cualidad de tales formas de gobierno, con relación a un examen filosófico que establecía como criterio de todo las ideas del Bien y de lo Bello (kalòs kagathós, καλὸς κἀγαθός).

Para Platón, verbi gratia, los valores del bien y de la belleza no podían fundamentarse en la Constitución democrática, puesto que estos eran independientes de e inalcanzables para las almas sin un estudio exhaustivo de los saberes como la filosofía y las matemáticas, materias cultivadas por pocos. Lo mismo sucede con la Constitución oligárquica. De allí que solo los mejores (aristos άριστος) podían juzgar sobre las cosas y por consiguiente, solo de la Constitución política aristocrática se podía esperar lo mejor, es decir, lo universal e incondicionalmente bueno y bello, en este caso, en beneficio de los miembros de la Polis.

Otro ejemplo más actual del campo de la teoría y praxis políticas en el tema que tratamos es el concerniente a la perspectiva pedagógica de la socialdemocracia. Walter Benjamin en su tesis XVIII de sus Tesis sobre la historia[2] nos dice:

“En la idea de la sociedad sin clases, Marx secularizó la idea del tiempo mesiánico. Y es bueno que haya sido así. La desgracia empieza cuando la socialdemocracia eleva esta idea a ‘ideal’. El ideal fue definido en la doctrina neokantiana como una ‘tarea infinita’. Y esta doctrina fue la filosofía escolar del partido socialdemócrata —de Schmidt y Stadler, a Natorp y Vorländer—. Una vez definida la sociedad sin clases como tarea infinita, el tiempo vacío y homogéneo se transformó, por decirlo así, en una antesala en la que se podía esperar con más o menos serenidad el advenimiento de la situación revolucionaria”.

El proyecto político neokantiano, la socialdemocracia, apunta a la transformación social mediante las reformas sociales, limitándose al cultivo de principios y valores en la enseñanza. Esto es así puesto que los mismos principios de la razón práctica, conferidos por Kant, son la idea de Dios, de la libertad y del mundo ultraterreno, actuando en términos progresivos, desarrollando los cambios de forma paulatina. En palabras de Benjamin, la socialdemocracia apunta a la tarea infinita del “ideal”, a algo que siempre está en vías de concretarse, a un desiderátum. Más que en términos de la realidad, se maneja en los términos de la posibilidad.

Sin embargo y como nos lo ha mostrado la historia reciente, las posiciones moderadas, intermedias, grises, reformadoras, son las que sirven el camino a las revoluciones cualitativas del estado de cosas previo. Por querer apuntar a un ideal, a un modelo que sirva a nuestras valoraciones —porque se asume tal como lo mejor—, surgen las infiltraciones revolucionarias con su particular modo de ser acelerado. Sifrizuela en Caracas Weimar[3] ejemplifica lo anterior:

“La Alemania de Weimar, como se conoce este período democráticamente caótico entre la caída del Káiser y el auge del nazismo, fue un período de liberación social —de derrumbar tabúes y normas aristocráticas, católicas o biempensantes— ante el golpazo existencial que había sido la derrota en la Primera Guerra Mundial: generando una sociedad sumida en la más severa pobreza, con soldados minusválidos y madres forzadas a la prostitución para poder alimentarse, donde la sociedad berlinesa —humillada por el Tratado de Versalles, decepcionada y frustrada por el desplome del poderío alemán, venido a menos, con sus plumas arrancadas— se entregó a los cabarets de jazz, al opio y a la cocaína.

La Caracas Weimar —con sus noches de tusi y fauna de prepagos— también es el resultado estrambótico de una hecatombe nacional. Tras ocho años de la mayor contracción económica de la historia fuera de una guerra —incluso mayor a la que vivió Alemania— parte de la juventud sifrina y de las élites emergentes simplemente parecen haber dado la espalda a los ritmos fiesteros y viva-la-pepa del reguetón para abrazar los sonidos más estáticos, industriales, y trancados de la música electrónica. Nihilistas, limitados por salarios exiguos que trituran el sueño cuartorrepublicano de un cargo alto y una casa en las colinas del sudeste, decepcionados de un cambio que nunca llegó y descreídos de algún futuro, un segmento importante de la generación de la crisis quemó sus ropas patriotas —sus pancartas del 2014 y del 2017— para entregarse al placer. ¿Qué más queda?”.

Venezuela, al fragor del hambre y de la angustia, atravesó por un cambio exabrupto en la forma de valorar las cosas y de situarse en el mundo. Lo que hace algunos años era malo hoy es bueno, conveniente, útil, e igualmente lo que era bueno, hoy pasó a ser malo, inconveniente, inútil; todo ello como si se siguiese con necesidad del “nada es verdadero, todo vale” nietzscheano. Muchas de las cosas que suceden en Venezuela están más allá del bien y del mal, son extramorales.

Siendo, pues, este el nivel reflexivo en el que se debe considerar el proceso venezolano, la “hecatombe” —con su carga de valor sacrificial: sangre, plegaria, castigo—. Los proyectos políticos socialdemócratas del pasado, con su dinámica particular de partidos, reformistas, la nostalgia actual hacia los mismos, el estado de cosas presente, los niveles de maldad y las estructuras de corrupción, nuestra relación particular hacia el desorden, todos estos son aspectos que deben considerarse desde una reflexividad fundamental, es decir, filosófica, mirar en ultimidad realmente hacia nuestros adentros —interioridad individual y colectiva—, y si se quiere salir de esto, intentar generar modelos conceptuales que ayuden a constreñir nuestra praxis, que ayuden a determinar categorías axiológicas apropiadas, en donde el decir, el hacer y el pensar se coordinen, id est, que exista una idea de responsabilidad existencial, alejándonos lo más que se pueda de la necedad nefelibata del “todo es posible”.

Concluyendo, por tanto, en las palabras de Salvador Suniaga en Venezuela, sociedad y técnica[4]:

“A nuestra impetuosidad hay que domeñarla a través de una disciplina que, en su justa dosis, permita convertirla en una fuente de liderazgos e ideas disruptivas. Lo que se juega acá es el equilibrio entre el pensamiento concreto y abstracto de una sociedad, cuyo desbalance, producto de la crisis política y económica, la inclina hacia lo primero: una sociedad empírica, informal, utilitaria, violenta y de horizonte corto que no puede sino aspirar a la labor urgente. Sería ésta una sociedad instrumental, de animales de carga. Un desperdicio del fuego prometeico, usado para quemar pero no iluminar”.


[1] Spinoza, B. (2009). Ética demostrada según el orden geométrico. Madrid: Tecnos.

[2] Benjamin, W. (2008). Tesis sobre la historia y otros fragmentos. México D.F.: Ítaca.

[3] Sifrizuela (2022). Caracas Weimar: esas noches de tusi. Recuperado de https://elestimulo.com/ub/opinion/2022-12-13/caracas-weimar-esas-noches-de-tusi/

[4] Suniaga, S. (2023). Venezuela, sociedad y técnica. Recuperado de https://www.elnacional.com/opinion/venezuela-sociedad-y-tecnica/

Edson Cáceres Zambrano

Estudiante de Educación mención matemáticas en la Universidad de Carabobo, miembro del grupo Caracas Crítica. Interesado en la investigación filosófica y política, junto con diversos temas de la literatura, la teología y las matemáticas.

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