Para nadie se oculta que los venezolanos ocupamos el tercer lugar en cuanto a los desplazados del mundo. Una migración que basta para dar cuenta de los efectos que la producen, esos que no tienen parangón en la historia del continente americano. Solo por debajo de Siria y, ahora, Ucrania, por razones de sobra conocidas.
En Venezuela no existe invasión directa ni guerra, pero parece que las hubiera. Nos ha sobrado con las producidas por grupos de terroristas de todo el orbe. Islámicos y colombianos, programados desde Cuba, desde la frontera con Colombia, en países fundamentalistas o en nuestro propio terruño. Una invasión asimétrica tiene tomados territorios y personas. El episodio del avión varado en Argentina con la tripulación en vísperas de definir su incierto futuro es apenas una minúscula muestra de un gigantesco asunto, asunto donde no solo está la marca iraní, por cierto.
La producción y tráfico de estupefacientes, por un extenso lado; la trama del oro y otros minerales, la negociación con el tránsito de personas a las que les esquilman cuanto llevan encima con algún valor, más agrupaciones envueltas en el tráfico de la comida o medicinas, por otro, hacen de la nación sudamericana un centro mundial del terror. Si a esto le sumamos que el poder central ocupado es el núcleo matriz de todas las operaciones protegidas, nos situamos en un Estado forajido sin precedentes en nuestro continente.
Anexamos a todo lo anterior el máximo descuido sobre la población que se haya experimentado en la historia republicana del país. Un desconocimiento pleno de las leyes, de la Constitución, de la separación de poderes, del valor del trabajo, de la educación, de la protección en salud, de los servicios. Los venezolanos somos la segunda nación en términos de hambre del continente, según la FAO. Completa el panorama el cuarto lugar de corrupción de todo el planeta. ¿Existen razones para irse? ¿Existirán razones para quedarse?
El régimen del terror de Nicolás Maduro escuda discursivamente su accionar en una cantinela altisonante: las sanciones, llamadas por ellos bloqueo, en busca de maximizar la desproporción. El saqueo no ha sido peor sobre Venezuela porque no han tenido las posibilidades materiales y económicas para procurárselo, justo lo que intentarán con la aplicación de la Ley de Zonas Económicas Especiales. Un poder extenso e intenso que tendrá el mandatario enquistado en el poder para entregar territorio y operatividad en busca de una producción imposible de garantizar por su parte. Sueña con inversiones extranjeras y dinero fresco, ese que tanta falta le hace para ampliar su accionar macabro por el continente y ensanchar sus arcas tanto como las de los suyos.
El totalitarismo procura avanzar así en Venezuela. Lo hace, enfrentando una resistencia feroz como la que ha habido permanentemente. A pesar de que ha procurado eliminar, e insiste en ello permanentemente, cualquier atisbo de libertad de expresión, bloqueando medios alternativos, cerrando emisoras de radio o televisión, como sigue ocurriendo. Fueron cuatro este mes en un solo estado: Cojedes. Expropia sedes como la de el famoso diario El Nacional, controla lo que le es posible controlar hasta ahora, persigue y apresa periodistas, dueños de medios donde imperan la censura y la autocensura. No ha podido, aunque avanza agigantado, contra las universidades ni contra la iglesia, ni contra empresarios y comerciantes quienes afinan permanentemente sus estrategias para aguantar y seguir. ¿Son razones para irse?
Ha sido implacable el régimen con partidos políticos como Voluntad Popular o, más recientemente, con Bandera Roja. Persigue a sus dirigentes y los apresa. También a líderes sindicales o defensores de derechos humanos, quienes con solo alzar la voz en una esquina corren riesgos de vida. Porque ni el derecho a la protesta se respeta. Porque los líderes de las barriadas son sometidos con elementos de control como la comida o la (im) posiblidad de atención médica, además de que casas y familias están marcadas por censos y registros, que dan la ubicación como las pertenencias familiares, laborales y más.
Los organismos internacionales recaban información, hacen sus informes o procesan las denuncias, al punto de que no existe prácticamente habitante del planeta que desconozca la crueldad de lo que ocurre en Venezuela. La Corte Penal Internacional, con su morrocoyuna tradición, avanza investigando. Todo tardío. Todo muestra la cruda impotencia e inoperancia. Los organismos internacionales los integran Estados, gobiernos de Estados. La ONU reconoce el régimen de Maduro, ningún otro. De alguna manera lo defiende por acción u omisión. No existe realmente un mecanismo internacional para proceder más inmediatamente en la contención de la brutalidad contra los habitantes de un país. Ucrania es una muestra bárbara también al respecto.
Todo lo antes manifestado aquí es cuenta clarísima de una inocultable realidad: el venezolano escapa por su vida. Es un asunto existencial. Se trata de vivir. Paradójicamente, muchos de nuestros coetáneos parten encontrando justo lo contrario. Como lo demuestran las diversas fronteras. El Darién se ha convertido en una atroz zona que traga compatriotas a diario. No es la única. Las fronteras dan cuenta permanente de esas caídas: en las trochas con Colombia, en la búsqueda de alcanzar Brasil, en el propio Mar Caribe, porque no podemos olvidar las embarcaciones hundidas huyendo a Trinidad o a Aruba. El venezolano muere por la vida. Huye de un régimen despótico que lo desconoce y es desconocido como ser humano en cualquier latitud, como un paria. Producto de un régimen tenebroso. Producto también de la ausencia de acciones internacionales claras que procuren la evitación real de estos hechos. Caídos en la frontera y también más allá por abusos y crímenes contra la humanidad, contra los derechos fundamentales encriptados en bellas palabras y tibias acciones. El venezolano, en fin, cae adentro y afuera. Sin escapatoria pronta. Esa que seguimos buscando.