La mayoría de los venezolanos padece calamidades diarias como necesidades básicas en su alimentación, en la salud, en educación, en los servicios; calamidades que los motivan a huir de la catástrofe que representa un régimen despótico, completamente opresor, mientras hay quienes perciben amplios beneficios de las acciones económicas del mismo. Sin que todos ellos sean necesariamente integrantes de la cúpula que maneja el poder, aunque varios lo son. No podemos dejar de llamarlos secuaces económicos del régimen despótico.
Puede resultar insólito, porque lo es. Parte de la fundamentación del régimen de Nicolás Maduro se basa no solo en armas y militares, también en empresarios, en industriales, que solamente piensan en los beneficios, en los réditos que sus empresas puedan obtener a costa de lo que sea; esto incluye la vida, la prisión, la tortura, los tormentos de sus congéneres. Empresarios a los que de verdad no les interesa un cambio del poder en el país, porque realmente les va muy bien y les ofertan, además, que les irá mejor en el futuro cercano. Tal vez obnubilados con las Zonas Económicas Especiales. Tal vez con los apoyos que el régimen les ofrece para continuar produciendo y ganando sobre el hambre y la inmensa necesidad de la gran mayoría. Que pueden producir barato tanto como exportar caro tal vez, basados en la explotación laboral. Afortunadamente no son todos. Lo sé de cerca. Pero algunos destacados si. Da grima escuchar a Gustavo Cisneros por estos días referirse a las bondades económicas del régimen. No es el único que cree en eso, ni es el único que da grima. Da grima verlos prosternados a veces en el palacio de Miraflores, asintiendo y asistiendo sin ningún prurito al déspota, al despotismo. Carecen eso si, de conciencia social y política alguna. Producir y ganar son sus únicas metas vitales.
No resulta nuevo esto. También Marcos Pérez Jiménez contó con un respaldo firme y fiel de empresarios inescrupulosos. Y, como en el caso de Nicolás Maduro, fueron fieles sin importarles para nada la consecución de un cambio político, porque estaban bien colocados ellos y sus ganancias. Mientras hubiera garantía de supervivencia productiva, poco más les importó; poco más les importa. El respaldo es mutuo y cuando pasan frente a las cárceles, los cementerios, las placas recordatorias, voltean al otro lado, así sea en helicóptero o en avioneta. También esquivan de ese modo las acciones sociales y las peticiones de ayuda para la salud. Eso no eso suyo. Un vuelo a China resultó dichoso en procura de préstamos e inversiones años atrás, empresarios del ron entre ellos libando. No arriman nunca una al mingo de la liberación, porque tienen dudas de que se efectúe finalmente y porque tienen inmensas dudas de su permanencia igual o mejor en el país. Son tanto o más miserables que los déspotas. Esto a pesar de que una oferta de libertad, la que sea, debe ofrecer y garantizar protección absoluta a la propiedad privada, posibilidades de una mayor libertad económica, cuando menos. Pero en sus casos tampoco los deseos empreñan.
Las múltiples excepciones son muy claras. Todos aquellos empresarios o industriales perseguidos, expropiados, exiliados, atormentados con impuestos excesivos, se oponen a sus colegas indolentes del mismo modo que al régimen con el cual no pueden entenderse. Resultan demasiado evidentes para todos quienes son los que se sitúan en cual esfera respecto al terrorismo de Estado en curso. Casi pueden generarse visualmente las apreciaciones de los enfrentamientos. Los colores de los enfrentamientos. Pero en general, ninguno puede sostenerse sin dar prebendas al régimen que los somete. Unos con mayor énfasis que otro. Esto aclarando que para nada soy un antiempresario o un antiempresa privada, por el contrario. Unos acceden a los límites que el régimen les impone para garantizar su permanencia y su vigencia, su productividad y su existencia. Otros sencillamente, sin escrúpulos, se les entregan completos al poder; lo secundan en su accionar, relamidos de gusto.
No me refiero, para nada a los empresarios que surgieron con la expansión que les brindó Hugo Chávez o ahora Maduro. A los empresarios surgidos del chavismo o pertenecientes a él. Esos no cuentan a la hora de una evaluación por cuánto son más de la misma caterva de delincuentes. Me refiero a los empresarios tradicionales a los industriales que han heredado sus empresas o que son baluartes de la producción y la dinámica económica nacional hace décadas o centurias. De mucho antes del Socialismo Siglo XXI. Esos que le deben tanto al país y que en cierto modo le han dado tanto también. Trabajo, por ejemplo. Tal vez algún hecho social notorio cumplido. Pero nada justifica que algunos de ellos fundamenten la permanencia del régimen. Nada. Todo aquel que con el colabora como no sea por medio de aquello indispensable, que no sea arrastrarse, que le sirva para garantizar su subsistencia inmediata, es un vendido al poder que contribuye a su sustento y, por tanto, debe ser señalado, estigmatizado como secuaz de cuanto ocurre.
Podemos separar con suma facilidad entre aquellos que respaldan al régimen del terror y, por tanto, le dan respiro, aliento económico; hasta político y los otros, los pisoteados, perseguidos, que se le oponen en sus políticas económicas, monetarias, sociales, en cuanto al trabajo, a la educación y los derechos humanos. Obviamente, en función de proteger sus intereses, la mayoría debe callar u obrar por debajo de la mesa. La censura incluye, extrañamente, a la empresa privada, al comercio. No pueden tomarse una foto con opositores reales, porque resultan perseguidos. No pueden respaldar directamente a algún partido porque son acosados desde el poder. A ellos, empresarios y comerciantes limitados por estos secuestradores inescrupulosos debemos rendirles respeto y admiración. No así a los que suman a favor del terrorismo de Estado. Esos merecen el mayor desprecio de la sociedad venezolana. Lastimosamente, para ellos no habrá también un proceso en la Corte Penal Internacional. La complicidad casi siempre va allí oculta. Pero cómplices y secuaces son. Causantes del éxodo y el refugio de venezolanos también son. Esto no debemos olvidarlo tampoco jamás. Esos recuerdos no se borran.
Ellos y sus productos están marcados de rojo sangre, tanto como del rojo político.