Enoch Powell fue un político conservador británico, quien se convertiría a los ojos de sus enemigos políticos en el epitome del racismo y la antiinmigración. Su famoso discurso del año 1968 Rivers of Blood causó un impacto discursivo y mediático que (visto desde el presente) no era más que un llamado desde el sentido común a la racionalidad que debe privar a la hora de integrar en las comunidades a distintas nacionalidades y culturas políticas.
Si bien es cierto que para ese entonces eran los integrantes de la Commonwealth quienes se estaban mudando a la isla; de una manera se intuía que la incorporación de grupos con valores religiosos y éticos distintos no tardarían en tocar tierra inglesa, en un futuro no muy lejano.
Su discurso visto por amigos y enemigos
Los puntos de su discurso (visto desde los ojos de sus críticos) pueden resumirse en:
Racismo popular: prejuicios de extracción social, conexión a orígenes familiares poco conocidos, asociaciones con familias o grupos de tradición delictiva.
Racismo de clase trabajadora: muy común en la mano de obra más barata, puesto que cualquier subgrupo nuevo haría el mismo trabajo, por menos dinero.
Racismo de clase media: enfocado en la observación de grupos inferiores con menor capacidad de ingreso o tendencia a servir en determinadas áreas, por temas de origen geográfico.
Elementos Neomalthusianos: a partir de la tesis de escasez de recursos, se termina entrando (hasta el día de hoy) en una angustia por creer que habrán más personas que alimentos para su subsistencia.
Los puntos de su discurso, vistos desde el punto de vista de conexión con su audiencia pueden resumirse en:
Identificar valores éticos comunes.
Identificar y resaltar miedos comunes
Señalar la incapacidad de sus adversarios políticos para darle sentido de urgencia a la realidad apremiante, y por último:
Hacer una asertiva exposición sensible y racional a la vez de esos temas inevitables.
Los medios y el afinamiento del mensaje
Hay que destacar que la BBC en sus programas de televisión y radio (así como la prensa de entonces) le permitieron a Powell afinar sus razones, dándole más cancha para traer datos, ampliar contexto y ofrecer opinión de la gente común. Incluso, Powell bajó la pasión verbal que originalmente impregnaban sus palabras. Por otro lado, sus adversarios harían lo propio, pero en éste caso le mostrarían al público algunas de sus incoherencias: varias de ellas relacionadas a cierta interpretación estadística poco probable (pero no imposible); le mostrarían a los televidentes de entonces cómo el propio Powell fue endureciendo su idea de la integración extranjera desde los años 50 hasta finales de los años 60.
En pocas palabras, demostrarían que su actual conservadurismo centrista fue cambiando a medida que la posguerra se iba alejando en el horizonte. Sin duda, su percepción fue acomodándose al mostrar en la realidad los signos de agotamiento del modelo del Welfare State y de los avances de las tesis reduccionistas del Estado en el siempre ardiente debate público inglés.
El hombre que convencía, el hombre que preveía
En retórica clásica el Ethos (el hablante), el Pathos (las emociones) y el Logos (lo expresado) hacían de la propuesta de Powell una estructura coherente que tocaba tanto el tiempo como la oportunidad de la política práctica.
Su promesa conformaba una dupla efectiva que se enlazaba con los conceptos de Fortuna y Virtù en el sentido de Machiavelli. Sin duda, mucho del efecto del discurso no fue tanto lo dicho, sino quién lo decía: todo Powell era una verdadera unidad oratoria. Su idea de la supremacía de la ley no era nueva, lo que sí resultaba novedoso era cómo explicaba la nueva realidad post imperial británica, la cual iba a irse transformando gracias a los avances técnicos y a la creciente posibilidad de que ingentes masas humanas aprovecharan el transporte aéreo y marítimo de gran escala: viajando desde los puntos más alejados de la Commonwealth hasta el corazón de unas ciudades, que no estarían preparadas para tal afluencia y cobijo humano. Su previsión de que 20 años después de 1968 muchas localidades y suburbios estarían sobrepasadas por culturas totalmente distintas a la nativa, se hicieron realidad.
¿Triunfo o derrota?
Haciendo una análisis ex post facto, Powell estaba ganando la batalla en un terreno en donde un populismo conservador (o de derecha en amplio espectro) iba a introducir un competidor nuevo dentro de los espacios reservados a los actores tradicionalmente relacionados con la izquierda política. Sin duda, para Whigs y Tories, para conservadores o laboristas ésta Rara Avis debía ser prontamente detenida en su ascenso. En buena parte, lo lograron; pero sin duda vista la realidad del Reino Unido (cruzada por la sustitución cultural, la inoperatividad policial y el miedo al ejercicio igualitarista de la justicia) le terminaron dando la razón a una mente y una voz que no supo intuir el tamaño ni la intensidad de las fuerzas que se unieron para callarlo, distraerlo y desactivar un pertinente, pero explosivo contenido político de total vigencia en nuestros días.
Viviendo hasta bien entrada la década de los años 80, nunca dejó de estar en el ojo del huracán. Muere con el respeto y apoyo de frentes disimiles; economistas libertarios como Murray Rothbard, políticos de cable a la tierra irlandesa del Ulster Unionism Party, conservadores, socialistas, monárquicos. Desde todas las filas, alguna vez alguien le dio la razón en algo a Powell. Programas como el de David Frost o Dick Cavett dan fe de su interés por el dialogo y la elaboración argumental. Enoch Powell fue un político de raza, como dice la expresión castiza y un duelista elegante en toda regla.
@ortegabrothers
El discurso completo:
El debate con Jonathan Miller en el Show de Dick Cavett:
Una entrevista de 1976: