A falta de marca país nuestras banderas de exportación se han visto reemplazadas por slogans o selling lines. En los años setenta fuimos “Venezuela: el secreto mejor guardado del Caribe”, luego fuimos: “Venezuela: un país para querer”. No hace nada nos vendieron el: “Venezuela es chévere”. Así, parafraseando al Dr. Manuel Barroso nuestra autoestima residía en el bolsillo, en el poder adquisitivo y en la medida que grandes sectores se empobrecieron, cualquier triunfo en determinada área le daba un respiro emocional.
Para el país un certamen como el Miss Venezuela representa el éxito, el ascenso social inmediato y una ventana al mundo de la publicidad y la actuación. Es un ticket directo a la notoriedad de los medios de comunicación. Eso, al menos, mientras fueron libres y nuestra atención era convocada por la televisión abierta. Como ejercicio de conquista por las audiencias El Miss Venezuela era posiblemente la única forma que tenía Venevisión de ganarle el rating a RCTV.
A los gobiernos les interesa ganar espacios. Primero eran las fiestas patronales, las reinas de los carnavales que deberían ser “pro adecas” o “pro copeyanas” para así ganar simpatías hacia el voto del partido gobernante de turno. Recordemos aquella monserga de que Susana Duijm era la cara amable del Pérezjimenismo o de que Irene Sáez era la gran carta bajo la manga copeyana o de una Judith Castillo que era (dependiendo del hogar que visitabas) adeca, copeyana, masista o cripto Causa R.
En buena lid, cada comando de campaña hacía el ruido que mejor podía para atraer miradas y atención de cualquier forma gratuita posible
Las tensiones entre países siempre existen y posiblemente habría más posibilidad de que en una competencia entre participantes de países limítrofes liberara la tensión beligerante. Por ejemplo, colombianas y venezolanas o chilenas versus argentinas, en lugar de una pugna entre EUA o Brasil nos hacen competir sin matarnos. Sin duda, el formato de negocios y la escuela de pasarela que se asoció al Miss Venezuela fue no solo ganadora sino copiada muchas veces por otros países y concursos sin éxito patente. El Miss Venezuela era una línea de producción: desde la igualación de cierto fenotipo (¿fantasía de mujer desde la mente de un tipo que nunca podría ser mujer?) pasando por el estilo al desfilar hasta la autoestima y seguridad al responder a las típicas preguntas de un concurso de belleza. Era belleza, más no talento lo que se buscaba premiar. En última instancia, tanto la belleza como el deporte sirven para propiciar el mutuo abrazo respetuoso.
Hoy todo influencer, todo deportista, toda persona medianamente notoria es potencialmente útil para cualquier campaña; y más en estos tiempos cuando no se hace explicita la idea de que estamos en campaña.
Leni Riefenstahl jamás será olvidada ni por su talento ni por su “inocencia” al ser parte de una maquinaria propagandista. “La inocencia no es excusa” se llamaba un disco de Saxon; “la juventud no es excusa”, dijo la protagonista de Der Untergang. Salir en la foto con quien no debes puede ser un peso para el resto de tu vida profesional o pública. Son jugadas difíciles en donde se pone en riesgo algo mayor que el propio cariño del público.
Hacer dinero con la mentira dentro del marco de la ficción nunca será algo negativo, lo peligroso es que al asociarse a narrativas engañosas (y demagógicas) esa hoja de doble filo corta y daña lo hecho y lo que está por hacerse.