No le temo a la muerte,
sólo que no me gustaría
estar allí cuando suceda.
Woody Allen.
Me tomó algunos minutos comprenderlo. Verme allí en la morgue, en una camilla próxima a la sala de autopsias, no era algo que pudiese resultar fácil de aceptar apoyándose en experiencias previas. Pues sí, estoy muerto. Para más señas, caí en medio del fuego cruzado producido por una Guerra de Minitecas. Como el queso del sándwich, quedé atrapado entre dos vecinos ruidosos que practican esta forma anacrónica de guerra. El de la derecha, estuvo fustigando toda la noche con el cancionero de un tal Bad Bunny y Ozuna, mientras que el de la izquierda, hacía el contra ataque ametrallando mis oídos con el cancionero popular de Julio Jaramillo y Daniel Santos. Con aquella sobre dosis melodramática, acompasada con la virulencia reguetonera, el desenlace resultó inevitable: otitis infecciosa y despecho agudo, dictaminó el patólogo de turno.
Si bien el personal que labora en la morgue no hace mayores distinciones a la hora de procesar y almacenar los cuerpos, no ocurre igual con las almas que desde allí despegan, casi siempre con rumbo desconocido. Es como un pequeño aeropuerto, con su sala de espera. Partiendo de allí, emprenderemos el viaje sin personal de abordo ni compañía… ni agua habrá en el recorrido. Cada quien debe afrontar su destino. Por muy repugnante que parezca el lugar, no deja de despertar la curiosidad de las almas viajeras que aguardan su turno de salida. Se puede aprovechar el tiempo echando un vistazo, con morbosa inquietud antes de abandonar lo que fue nuestro corpóreo recinto. Para decirlo con seriedad de obituario, esta curiosidad está animada por el deseo de saber el destino final de cada difunto. Según lo observado, podemos hacer alguna predicción e incluso algunos levantan apuestas del tipo pare o none: ¿Hacia dónde será enviada tal o cual alma? ¿Al cielo o al infierno? Nadie parece estar seguro.
Como cualquier morgue de una gran ciudad, predominan las víctimas de la violencia urbana, los infartados y uno que otro suicida. Mi caso es de los más raros, aunque no es el único. Logré escuchar al asistente del patólogo afirmar que “si el apagón que se produjo en la madrugada, hubiese ocurrido 5 minutos antes, posiblemente este infeliz se habría salvado”. En realidad, no habría soportado la paradoja: deberle mi vida al mal servicio eléctrico, yo que tanto lo había criticado. Cuando el personal a cargo culmina su turno y todo parece quedar en silencio, es precisamente cuando un suave rumor de voces y cuchicheos comienza a notarse. Y es la ocasión para enterarse de las curiosidades mortuorias. Desde las camillas y desde el mesón de disección surgen rumores inicialmente indescifrables, pero luego van adquiriendo sentido. Los más bulliciosos son los de las gavetas refrigeradas. Alardean por ser los ya clasificados tachando de nuevos a los que yacen en las camillas o el mesón. El frío no los arredra para hacer todo tipo de comentarios. Su peculiar sonido bien merece ser calificado de ultratumba, aunque provenga de las cavas.
Por momentos las voces crean una atmósfera de franca intranquilidad, sobre todo porque no es fácil determinar quién es el emisor o el receptor de los mensajes. Tal me ocurrió con alguien de regreso, pues se decía cataléptico y remataba en dólares la urna de lata y cartón ya improvisada por su familia. Decía que estaba hecha a mi medida. Lo ignoré abstraído por otras voces que anunciaban curiosas enfermedades. Como el caso de Victorio Buendía, muerto de Sífilis Cibernética contraída en una sesión de sexo virtual. Un caso parecido lo relató el mismo Buendía: su amigo Miguel Malaparte murió de simbiosis informática. Un ataque simultáneo de gusanos y troyanos invadió su computadora y de allí pasaron al cuerpo de Malaparte, dada su patológica identificación con el aparato. El infortunado trató de ingerir los antivirus correspondientes, pero éstos tenían la licencia vencida y no surtieron efecto.
Nunca imaginé la existencia de enfermedades tan raras, y menos relatadas por los propios pacientes ya fallecidos. Roberto Angulo murió víctima del síndrome de los Glúteos Apasionados, enfermedad que se manifiesta cuando los glúteos tienden a fundirse con pasión desenfrenada, lo cual produce el colapso del aparato digestivo incapacitado para cerrar su ciclo natural. Diomira Zapata murió de Otitis Escatológica, enfermedad ocupacional que adquirió en la taberna en la cual trabajaba. La lista de casos extraños pudo extenderse hasta el más allá, pero un ruido próximo a la exaltación hizo que toda mi atención se volcara hacia un enorme gavetero que cubría una sección completa identificada con la palabra GUBERNAMENTAL colocada en su borde superior.
Desde allí surgía un bullicio interrumpido periódicamente por sollozos, gritos y expresiones propias de almas compungidas. Pues resultó que aquellos entes, ya sabían cuál sería su destino, por lo cual se lamentaban y se hacían acusaciones recíprocas. Decidí separarme un poco más de mi cuerpo para hilvanar algunas palabras sueltas que llegaban a mis etéreos oídos. Hablaban de las tinieblas, de la ruina, de la orgía roja y de un juicio pendiente en el averno. La algarabía, los gritos y sollozos alcanzaron tal nivel que me resultó imposible construir una idea en torno a la causa de muerte y, sobre todo, acerca de quiénes serían los cadáveres allí almacenados con sus respectivas almas aún a la espera.
Por fortuna, mi curiosidad natural no había disminuido con la muerte. Claro, era mi alma aventurera que se mantenía viva. Por ello me dirigí al espíritu más viejo del lugar que, con seguridad, me aportaría los datos que podrían aplacar mi inquietud. Por cierto, el alma más vieja del lugar pertenecía a un sujeto atrapado en el limbo: había sido olvidado tanto por Dios como por el Diablo. Por ello se había auto designado Guachimán (encargado) de la morgue para ocupar en algo su tiempo infinito. Con la natural timidez de un recién muerto y recién llegado, me arme de valor para interrogarlo:
Mi alma: Perdone usted que le haga perder su valioso tiempo, ¿puedo hacerle algunas preguntas?
El Guachimán (e): – Puede preguntar lo que quiera, tiempo me sobra. Pero le aclaro que el perdón o el castigo vienen después del juicio y sus resultados. -Respondió con una voz que parecía proyectarse por oleadas, dejando un eco molestoso al final de cada palabra.
Mi alma: ¿Puedo preguntarle quienes son los muertos de aquellas gavetas, y por qué son tan ruidosos?
El Guachimán (e): Son los planes y promesas del gobierno revolucionario. Han venido pereciendo por décadas, los traen acá y al no existir dolientes, los juicios finales se demoran excesivamente. Nadie responde por ellos y como puedes ver, ya casi desbordan los gaveteros. Lo peor es que siguen llegando y ahora la cosa se complica…
El Guachimán (e): Pues, deberías saberlo. Se complica porque también llegan cadáveres del gobierno encargado o de transición, como también lo llamaron. La semana pasada trajeron el cadáver de un tal Plan País y se armó una revuelta porque las Promesas Revolucionarias no le permitían acceso. ¡Yo no sé qué pasó con el dichoso Plan, pero lo regresaron! A unos tales Motores de la Revolución los han traído y llevado varias veces, pero siempre es lo mismo, ruido y pistoneo.
Mi alma: Pero no logro entender la razón de los lamentos y quejas previas al alboroto…
El Guachimán (e): ¡Por eso es que no me gusta hablar con almas nuevas, aunque vengan de cuerpos viejos! -Respondió con desagrado- ¿Cómo no vas a entender que están alborotados porque saben que les espera el infierno? -Lo dijo casi a gritos- Candela es lo que les espera y por eso se culpan entre ellos mismos. ¿Acaso no ves el reguero que han dejado?
Empecé a notar que el Guachimán (e) se impacientaba con mis preguntas que le resultaban tontas de solemnidad. Por eso con voz trémula alcancé a inquirir:
Mi alma: ¿Y quiénes están allí?
El Guachimán parecía respirar profundo para renovar su paciencia ya casi agotada, pero finalmente respondió:
El Guachimán (e): Ufff imagínate, esto me parece redundante. La lista es más larga que un kilo de chorizos carupanés. Allí se pueden encontrar desde la promesa de liquidar las colitas de PDVSA, la creación de la Universidad en Miraflores, pasando por la Ciudad para los Niños de la Calle, los Gallineros Verticales, los Conucos Zamoranos, los Cultivos Organopónicos, la Economía Endógena, el eje Orinoco-Apure, el Banco de la Mujer, El Guaire Cristalino, La Ruta de la Empanada, el Banco del Pueblo Soberano, el Desarrollo Humanista, Las viviendas baratas, dignas y equipadas, la inflación amarrada al catre presidencial, las Cooperativas como bastión productivo, los cuadrantes de la seguridad ciudadana… en fin.
El alma del Guachimán dio señales de fatiga y parecía tomar aire para un nuevo impulso. Así continuó:
El Guachimán (e): Yo no sé dónde van a meter más cadáveres, por ahí están apilados los cuerpos de algunas misiones, la Vuelvan Caracas convertida en Misión Che Guevara, la Barrio Adentro, la Misión Vivienda equipada, La Negra Hipólita, y un largo etc. La Misión Cristo, también murió a pesar de la inmortalidad que le precedía. Ahora su alma se cree muy segura de ir al cielo. Yo no estaría tan seguro. Hasta unos satélites chinos están desandando, sólo yo los puedo ver porque tengo acceso al limbo.
Mi alma: Caramba, definitivamente no hay cama pa´ tanta gente. Eso explica el bullicio, pero dígame ¿Qué dice la autopsia? ¿De qué murieron?
El Guachimán(e): Los patólogos afirman que se trata del Síndrome de Ninguna Eficiencia Adquirida, conocido acá en la morgue como Sida-Gubernamental. Es una terrible enfermedad que se chupa los presupuestos, termina debilitando el cuerpo administrativo hasta que la institución muere por desidia o porque al Jefe Supremo se le ocurre otra idea genial, y dejan abandonado lo que medio iniciaron. Desde hace tiempo debieron declarar alerta epidemiológico estatal.
Mi alma: Entiendo… pero no parece justo que los envíen al infierno a purgar sus penas, al fin y al cabo han tenido buenas intenciones, ¿por qué los envían allí con el Diablo?
El Guachimán(e): (Muy molesto por la pregunta) – ¿Será que usted es el alma de Zapatero o de Pablo Iglesias? ¿O acaso no sabe que el camino al infierno está empedrado con buenas intenciones? El Sida Gubernamental ha dejado millones de muertes por credulidad, una verdadera peste. ¡Mire allí las víctimas!
Señaló hacia un extremo. Allí pude ver un cuadro dantesco, difícil de narrar para alguien no entrenado en las cosas de otro mundo.
En un pasillo tan largo que no parecía tener fin, miles de almas hacían fila. Su condición difusa no impedía atisbar su actitud de entrega. Habían muerto haciendo fila y por efecto de la costumbre, sus almas seguían en lo mismo. Eran las almas de quienes habían muerto a fuerza de esperanza. Los del pollo regulado, los del salario mínimo más alto de América Latina, los del precio justo al lado de quienes esperaban el salario justo. Muchas pertenecían a los ancianos muertos en las colas bancarias. Esperaban el Bono de la Patria o el bono de guerra. Pero también había otras almas de menos edad, esperando el bono de la mujer preñada.
No pude soportar el horror y entonces comprendí la certeza del Guachimán(e): ¡Nada de buenas intenciones! ¡los mentores del desastre merecen el infierno! Y así, mientras regresaba a mi cuerpo para esperar el dictamen final correspondiente, recordé unas palabras atribuidas a Da Vinci: “Así como una jornada bien empleada produce un dulce sueño, así una vida bien usada debería causar una dulce muerte”.