Ryszard Kapuscinski decía que los cinco sentidos del periodismo son: estar, ver, oír, pensar, compartir y pensar. En tiempos de conflicto armado son más necesarios que nunca, pero no solo para quien cubre sino también para quien recibe esa información desde la múltiples plataformas existentes.
En el caso del observador profesional en directo debe tener los ojos abiertos y perseverar en la total atención en el sitio donde ocurren los eventos… debe estar a la mira de los detalles, no dejar perder lo verbal, junto a lo no verbal… tiene que escuchar lo que dicen las distintas partes… debe compartir información con sus editores y compañeros de confianza para no desenfocar la perspectiva de quien (idealmente) registra una realidad sin tomar partido. Más allá de la propia verdad lo que se plantea es un método que incluso nos cuide de nuestros propios cansancios, desbordes emocionales o delirios perceptivos.
Las fases de la guerra
Cubrir una guerra pasa por distintas fases, una de ellas es saltar la propia censura que significa estar en el terreno y viajar protegido por algunos espacios neutrales. Existen corresponsales que ven las guerras como un tour, desde la comodidad del hotel o simplemente repitiendo la historia reconstruida que comparten en sala abierta con sus compañeros de jornada. Como todo diarismo, muere un poco al caer la noche, pero la historia encontrará seguramente al lector prevenido.
Si bien es cierto que la belleza es parte de la forma que diferencia un telegrama de una crónica lo importante es el ahora y lo contrastable. Atrás quedan las versiones literarias muy en la onda de Leon Tolstoi o Winston Churchill que más allá de su permanencia en la memoria de lectores de la prensa de sus días, ciertamente reposaron más de lo debido, antes de volverse una lectura del gran público.
Va ganando el meme
Desde la última década los grandes narradores de los conflictos se han vuelto los memes, los videos reciclados de guerras previas, los subtitulados falsos, los disparos imposibles sobre naves aún no inventadas en juegos de video (o simuladores de guerra) con altísima factura en audio y video.
Si ya hay ruido en la propia realidad, lo tremendamente alarmante es que el chisme y la desinformación se crecen incluso hasta con factura casera. Al volverse la verdad una opinión ya tomada por el sarcasmo del chiste o por la memética editorial todo rastro de imparcialidad pudiera morir al nacer. De allí la importancia de la fuente y el compromiso con el dolor y sus consecuencias.
Revoluciones y guerras
John Reed se hizo famoso con sus 10 días que cambiaron al mundo. Allí fue describiendo la revolución rusa en algunos de los momentos de más difícil explicación para el lector americano y a su vez para un mercado que se iba haciendo más ávido de eventos históricos novedosos en todo el mundo. El uso del poder armado para transformar a las sociedades no es nuevo, pero sin periodistas e historiadores esclarecidos las preguntas que mueven a los actores principales jamás se habrían hecho.
Chris Hedges casi un siglo después, en su libro del año 2002 “War Is a Force That Gives Us Meaning” prácticamente reconecta con las grandes tradiciones éticas indostánicas, asiáticas, mediterráneas o africanas. Revisa el mito de la guerra a la luz de la diligencia humana ante los apetitos de los dioses…las razones a favor y en contra para el discurso nacionalista…los errores de la memoria histórica o las fuerzas de vida o muerte cruzadas por las pulsiones que van sacando los peor de los humanos, al aventurarse en las aguas profundas de la muerte permitida.
Ser parte de la propia investigación. Arriesgar lo inimaginable.
La experiencia de James Nachtwey es uno de los puntos altos en la corresponsalía de guerra. En el documental War Photographer (Christian Frei, 2001)éste artista del documental norteamericano registra cada uno sus pasos en distintos campos de batalla: desde disparos en zonas abiertas del medio oriente, pasando por el dolor de madres reconociendo a sus deudos en zonas europeas del este y cerrando con una inmersión total en su oficio: la visita a una mina de azufre en donde ya no solo viaja a una muerte inmediata sino a una peor: la de las posibles lesiones pulmonares.
Callar ya no es una opción y si se razona no solo se enfrentan las voces disidentes a un ejército de troles, sino a ecosistemas reales con cabezas pensantes dedicadas a demeritar interpretaciones distintas. Es la nueva guerra de las narrativas que antes no era más que las líneas de opinión contenidas antes de conocerse el accidente, el evento, el ataque o la capitulación. Contar la guerra habla tanto de la herida como de la posible cura al salir del largo túnel de la muerte.