Hay otra guerra paralela a la que Israel está luchando en Gaza contra Hamás. Es una guerra, por suerte, sin la pérdida de vidas humanas que se está viendo en el terreno gazatí, pero que revela mucho del estado mental de cierta opinión pública en varios países del mundo. Por las redes circulan los vídeos de personas que van por las calles destruyendo los afiches con las fotos de las mujeres, hombres, bebés, niñas, niños, abuelas, jovencitas, tanto israelíes como de otras nacionalidades, secuestrados por Hamás. Los arrancadores de afiches lo hacen con tanta furia que pareciera que andan en una campaña por la “higiene mental” del mundo, que no debería confrontar la realidad según la cual los terroristas palestinos se llevaron a más de 240 personas como rehenes para usarlos como moneda de cambio y de chantaje después de la masacre del 7 de octubre.
La campaña de los afiches fue creada por dos artistas israelíes que se encontraban en Nueva York para una residencia creativa de tres meses cuando estalló la guerra. La iniciativa tomó vuelo y se fue multiplicando en varias ciudades y varios idiomas. Se convirtió en un movimiento global, como global es la guerra que han puesto en marcha los arrancadores de afiches. Las escenas de los dedicados militantes anti-posters vienen de diferentes ciudades en Estados Unidos y Europa. Vi afiches arrancados en las calles de Montevideo y Buenos Aires, en un reciente viaje que hice por el sur. ¿Por qué lo hacen? Aunque no dan explicaciones cuando los graban en plena faena, sí hay en los rostros de estos cruzados de la causa antisionista una convicción de que están haciendo lo justo (vi también afiches explicando/justificando la masacre cometida por los islamistas palestinos el 7 de octubre, como este panfleto en la Universidad de la República en Montevideo).
Se me ocurren dos explicaciones para tanta saña contra los papeles pegados en paredes y postes. Una de ellas tiene que ver con lo que ellos consideran la lucha contra la “propaganda israelí”, un deber que se han impuesto en borrar todo aquello que indique que Hamás y la Yihad Islámica son organizaciones criminales. Son los mismos que ponen en duda que el 7 de octubre las organizaciones palestinas perpetraron un pogromo contra judíos y quienes vivían con ellos en kibutzim, en Sderot y en el festival de música, asesinando, torturando y violando. Son aquellos que discuten si fue o no de verdad los 40 o menos bebés decapitados (el cínico cálculo del horror), o las que dicen que no hay pruebas de que los terroristas palestinos hayan agredido sexualmente a jóvenes judías. ¿Cómo le va a creer usted a Israel y a los judíos?, se preguntan mientras van por el mundo destruyendo afiches con los rostros de los secuestrados.
¿A quién le importa los rehenes israelíes?
Hay otra explicación que es más siniestra todavía. ¿Secuestrados israelíes? ¿Y a quién le importan 240 secuestrados israelíes, si hay cientos de presos palestinos en las cárceles de Israel? Así van banalizando todo. ¿Mil doscientos muertos en territorio israelí el 7 de octubre? Ya en Gaza se han superado los 12 mil, según, claro, cifras del muy creíble Ministerio de Salud de Hamás. ¿Sufrimiento judío? No hombre, si Gaza es el campo de concentración más grande del mundo (uno puede poner en duda esta afirmación al ver los hospitales dentro de la franja, que además de ser usados como centros de operaciones por Hamás, lucen bien construidos y equipados). Pero Israel está destruyendo Gaza, dirán. Prefieren olvidar que Hamás y la Yihad Islámica se dedicaron a construir una red de túneles subterráneos bajo edificaciones civiles, escuelas, hospitales, y que usaron buena parte de los recursos que recibieron de Qatar, Irán y otros países para fabricar cohetes, hacerse de armamento y mantener un bombardeo constante de ciudades y poblados israelíes.
Es decir, según la aritmética de los arrancadores de afiches, la vida de israelíes y de judíos vale menos que cualquier otra. Según ellos, la vida de un “colono” (usan el mismo lenguaje que Hamás para hablar de los asesinados y secuestrados el 7/10) merece obliterarse si es para acabar con la opresión del pueblo palestino. ¿Qué han asesinado a civiles? Dirán que muchos de ellos son soldados de la reserva del ejército de Israel, que los niños y niñas crecerán y harán su servicio militar, y que las madres y las abuelas parieron a tales “sionistas colonizadores”.
Un aspecto que llama la atención de esta cruzada global contra afiches de papel es que se está dando en el terreno del mundo real (en las calles, contra materiales impresos), y no solamente en las redes virtuales. Es como si el papel tuviera una fuerza que no tienen las imágenes en las plataformas digitales. ¿A qué le temen los destructores de afiches? ¿A que la gente que se pasea por avenidas, campus universitarios y vías peatonales vean los rostros de los rehenes de los terroristas palestinos? ¿Que ya no sean una simple abstracción numérica (240)? ¿Que esos rostros sean los de madres, abuelas niños y bebés? ¿Les resulta tan insoportable la prueba de que Hamás y la Yihad Islámica son cultos de la muerte que tienen poca consideración con las vidas humanas, incluso las de los propios palestinos, a quienes usan como escudos en su guerra santa?
Lo mejor de esta guerra de afiches es que las máscaras del progresismo se van cayendo. Hemos visto sus rostros gracias a quienes se han encargado de documentar en vídeo a los esmerados destructores de papeles. Hay de todo: mujeres, hombres, jóvenes y menos jóvenes, estudiantes, médicos y otros profesionales. La guerra en Gaza los liberó de la hipocresía de mantener el rostro amable del que acepta a todas y todos (¿todes?), y es pro diversidad e inclusión. Todo muy bien hasta que se trata de Israel y los judíos. Allí sacan sus afiladas uñas y se ponen a arrancar posters por las calles, con tal dedicación que en cada pedacito de papel destruido exudan el odio que los motiva.