El siglo XXI fue una nueva era que la iglesia católica veía con optimismo, que se evidencia desde su inicio en el año 2000 con un documento de clausura que llama a “Caminar con Esperanza”.
No era para menos: el muro de Berlín había caído hace más de 10 años, la Unión Soviética se había desintegrado, los conflictos del mundo se habían reducido y los pocos que quedaban eran cuestiones tribales como la guerra de los Balcanes.
Y en ese momento era papa Juan Pablo II, un personaje que tenía tres características que lo volvieron el gran líder religioso del siglo XX: su frontalidad al defender asuntos políticos, sociales y doctrinales de la iglesia; su perfil público demasiado cercano con la gente; y su buen asesoramiento a la hora de ejercer su pontificado.
Juan Pablo II, cuyo nombre secular era Karol Wojtyła, vio como su país fue tomado por nazis y soviéticos en 1939. Observó como su patria se transformaba en Estado títere de la Unión Soviética y fue el único profesor de la única universidad de Polonia que no impartía solamente filosofía marxista, sino que promovió en el ámbito académico un pensamiento diferente al ateísmo de Estado que beneficiaba al régimen comunista.
Juan Pablo también dio clases en un seminario clandestino ubicado muy cerca de la sede del Partido Comunista de Polonia y le tocaría vivir el miedo de que un día los miembros de la Służba Bezpieczeństwa (policía política de la Polonia Popular) cerraran el seminario y encerraran a sus integrantes.
De igual manera, al futuro jefe del catolicismo le tocó trabajar en una cantera y en una fábrica química para no ser enviado al frente de guerra. En ese tiempo se unió a un grupo de actores que elaboraban obras de teatro patrióticas, en un contexto donde el hablar mal del tercer Reich y del partido comunista soviético era condena inmediata a un campo de concentración o un gulag.
Por esta misma causa, su vida religiosa se basó en defender la dignidad de su natal Polonia. Al ser electo papa se transformó en una figura que tuvo una orientación de combate al colectivismo. Por ello, visitó tanto la Cuba castrista y la Nicaragua sandinista (promotoras del ateísmo de Estado y ejecutoras de la persecución religiosa), como el Chile de Augusto Pinochet (que tenía al Partido Demócrata Cristiano como principal oposición).
Mucho fue el combate que debió enfrentar el líder religioso por parte de estos grupos. Juan Pablo calló a los sandinistas argumentando que “la primera que quiere la paz es la iglesia” y le dijo a los chilenos que “Cristo siempre vence” en respuesta a las injusticias que vivían muchos ciudadanos.
Por ello, demostró un carácter anticolectivista muy definido: era contrario a cualquier régimen que limitara la libertad del individuo.
Desde el nacimiento de la URSS ningún pontífice se había reunido con su principal dirigente, hasta que en 1989 Juan Pablo se reunió con Mijaíl Gorbachov (que fue un reformista dentro de su propio país) y a su vez con Margaret Tatcher o Ronald Reagan (ambos, dirigentes que representaban al mundo libre), mostrando lo amplio que era para oponerse al colectivismo. Habló con quien tenía que hablar para defender la dignidad humana.
Algunos aseguran que gracias a la cercanía del líder soviético con el líder católico, se permitió que Hungría y Checoslovaquia tomasen un rumbo económico y político muy diferente al soviético.
Hoy, 23 años después del mítico jubileo del 2000, en América las dictaduras se hacen pasar por democracias y las democracias sienten empatía por dictaduras.
Hace poco Daniel Ortega encerró a Monseñor Rolando Álvarez, un defensor de los derechos civiles como lo fue Monseñor Oscar Romero en El Salvador de los 90s.
De la misma manera ocurren persecuciones no encabezadas por gobiernos, como es el caso del Chile de 2019, donde eran incendiadas iglesias mientras el entonces presidente Sebastián Piñera ni se inmutaba; e incluso en la Argentina se ha vuelto común esta práctica de feministas que grafitean templos religiosos con el consentimiento de los gobernantes de la izquierda (irónicamente no grafitean mezquitas).
Entre otros ejemplos se puede destacar que en el 2016 grupos allegados al “gobierno” de Nicolás Maduro desnudaron y golpearon a un grupo de seminaristas del seminario “San Buenaventura” de Mérida. Un acto que sorprendió al país.
En 2008, colectivos ligados a Chávez y dirigidos por la guerrillera urbana Lina Ron, tomaron por la fuerza el palacio arzobispal de Caracas. En ese entonces se encontraba dentro el Cardenal Jorge Urosa, que sufrió daños físicos.
También tras la misa de Miércoles Santo de 2017, colectivos del chavismo iniciaron una turba de violencia dentro de la Basílica de Santa Teresa en Caracas, donde el mismo Urosa denunció el atropello de los grupos colectivos.
En la actualidad, la iglesia latinoamericana está en una trinchera simpatizada por la ola de izquierda que atraviesa la región: AMLO y Petro usando rituales indígenas con chamanes como protagonistas; un Daniel Ortega que detiene sacerdotes, prohíbe procesiones y tiene a una “Bruja” como primera dama y vicepresidenta; así como un Nicolás Maduro que reúne pequeños grupos de evangélicos para adularlos mientras sus militares peregrinan a sorte (Yaracuy) a adorar a María Lionza.
Son hechos que evidencian la persecución contra el catolicismo.
Curiosamente Cáritas ha sido la organización internacional que más ha ayudado a los migrantes de estos países, de la misma manera que instituciones como Fe y Alegría o La Salle han sido modelos de educación privada accesible y de calidad, mientras son parte de instituciones afiliadas a la Iglesia Católica desde la Congregación, haciendo lo que gobiernos anteriormente mencionados no han podido lograr: mejorar y atender a sus poblaciones con infinidad de recursos a su disposición.
Nos tocara esperar. Latinoamérica avanza hacia la regresión del péndulo. Irónicamente los partidos que más crecen son los aliados a la iglesia católica y sus valores o los partidos conservadores que aplican mano dura.
Esperemos que la derecha que asuma en los próximos años encuentre el importante valor que posee la iglesia y trabaje de la mano a ella para lograr objetivos que beneficien a la población civil. Esperamos que Latinoamérica avance y reconozca a su iglesia que se sacrifica por sus hijos.