Isaac Nahón Serfaty, profesor de la Universidad de Ottawa, lo tiene claro: la influencia “woke” es peligrosa en las universidades y lejos de ella; peligrosa porque puede provocar censura, autocensura, amenazas o despidos de académicos por ejercer su derecho a la libertad académica.
En entrevista para Hilos de América, este académico, que ya ha escrito y hablado bastante sobre este tema –incluso en acalorados debates en Twitter–, destaca precisamente las redes sociales como “un campo de batalla para anular personas, hacer denuncias sin fundamento, injuriar, descalificar ideas con insultos personales”.
“El caso de la joven profesora de mi propia universidad ilustra muy bien el papel nefasto de las redes sociales como plataformas para una nueva inquisición digital”, expresa.
Algunos lo llaman movimiento, otros le dicen doctrina. ¿Usted cómo le llamaría a la influencia «woke» y por qué?
El movimiento “woke”, palabra que viene del inglés “awake” (estar despierto), es la expresión de una ideología de izquierda radical centrada en las identidades como factores que definen los derechos de las personas, incluyendo las llamadas identidades raciales de poblaciones que han sido históricamente oprimidas (como los negros o los pueblos aborígenes), y las identidades de género, que hoy incluyen una variedad de identidades fluidas que van más allá de la dualidad masculino – femenino.
Este movimiento nació en los Estados Unidos, particularmente en las universidades, y ha ido expandiendo su retórica y su doctrina por el mundo, incluyendo Canadá, países latinoamericanos y europeos. Este movimiento ya trasciende el mundo universitario y gana influencia en el ámbito educativo en general, incluyendo la educación preescolar y primaria, en los gobiernos y en las corporaciones comerciales. Su foco ahora es el tema de la fluidez de las identidades de género. Tienen una agenda pugnaz, de enfrentamiento contra lo que ellos denominan la cultura heterosexual, patriarcal y machista.
Están en una cruzada que se vale de un lenguaje y de acciones que buscan anular a quienes expresen reservas o se hagan preguntas sobre la ideología de género. Es una ideología que genera polarización (su contraparte es una ideología híper-conservadora que a veces flirtea con ideas fascistas) y que busca intimidar y silenciar a todos aquellos que expresen opiniones disidentes.
En 2020, personas afectas a las causas «woke», publicaron un manifiesto en el que participaron escritores e intelectuales, pero no menos importante: profesores universitarios. A usted, como académico, ¿qué le parece el hecho de que este movimiento sea promovido directamente desde la academia?
Como ya señalé, este movimiento nació en el mundo universitario de Norteamérica, especialmente en los departamentos de estudios humanísticos y de ciencias sociales. Bajo la influencia de pensadores franceses como Michel Foucault, Gilles Deleuze y Jacques Derrida, la ideología “woke” es al mismo tiempo una crítica del sistema capitalista, heterosexual y patriarcal, y una prescripción para redefinir las relaciones sociales y humanas más allá de la familia tradicional y la distinción biológica de los sexos.
Su acción política, que tiene expresiones dogmáticas, se parece mucho a cruzada puritana que busca “eliminar” a los enemigos de la causa, modificar los programas de estudio y aumentar el número de profesores-activistas “woke” en las universidades.
¿Cree que en el fondo este movimiento tenga buenas intenciones, que han podido ser distorsionadas o mal ejecutadas? Por aquello de que vienen a denunciar y contrarrestar injusticias históricas o sistemáticas…
Hay un sustrato de verdad en las denuncias que hace el movimiento “woke” con respecto a las injusticias y discriminaciones que han sufrido personas por el color de su piel o su orientación sexual. Eso es innegable.
Para remediar esto, esta doctrina propone un remedio que puede resultar peor que la enfermedad. Es decir, proponen censurar obras de la literatura, escuelas de pensamiento filosófico o histórico, censurar el lenguaje e imponer un lenguaje que a veces complica la comunicación o no tienen ningún sentido, persiguen a personas que no están de acuerdo con sus ideas, crean un ambiente de intimidación en las universidades y otras organizaciones públicas y privadas. Los que siguen la ideología “woke” representan una minoría muy activa que hace mucho ruido y que, con la excusa de la lucha por la justicia y la inclusión, terminan generando otras injusticias y excluyendo a otras personas.
Ha denunciado anteriormente que la «doctrina woke», entre otras cosas, intenta imponer lineamientos sobre lo que hay que leer y lo que no; sobre lo que hay que investigar y lo que no; esto resulta bastante preocupante sobre todo en una época en la que la libertad académica se está posicionando como un derecho humano en todo el continente. ¿Por qué cree que esta doctrina tenga una aparente y particular aceptación en muchas de las personas que poseen el poder para imponer lineamientos específicos en casas de estudio superior, o incluso promuevan la prohibición de libros?
La libertad académica está en peligro en todo el mundo. A veces, por la acción nefasta de gobiernos autoritarios como el de Venezuela, Cuba, Turquía o Irán. Otras veces, por la acción del movimiento “woke” que quiere controlar las instituciones universitarias y anular cualquier pensamiento disidente. Las dos tendencias son muy negativas, y en ocasiones, se retroalimentan.
Por ejemplo, muchos voceros de la izquierda “woke” en Estados Unidos defienden a las dictaduras que gobiernan en Venezuela y Cuba. Otros representantes de la izquierda europea tienen relaciones con el régimen de los ayatolás en Irán.
Resulta un poco preocupante que en universidades de Estados Unidos y Canadá haya denuncias sobre censura o imposición de lineamientos. ¿Cree que esto tenga un efecto expansible que alcance a universidades de América Latina o Europa?
Lamentablemente, creo que ya vemos la influencia de la ideología “woke” en América Latina. Solo basta leer el borrador de constitución de la Convención Constituyente de Chile para darse cuenta de cómo ha penetrado esta doctrina en la acción política latinoamericana. Sobre eso escribí un artículo que recomiendo leer. En el caso europeo, ya estamos viendo cómo se expulsan a profesores de universidades inglesas, incluso a feministas que no están de acuerdo con la ideología transgénero. El movimiento “woke” tiene un alcance global.
¿La «doctrina woke» también incide en los fondos de investigación? ¿Se pretende decir lo que se debe leer, y también lo que se debe investigar?
Eso ya lo hemos visto en Canadá, tanto en el área de ciencias sociales como de las ciencias naturales, donde los requisitos influenciados por la ideología “woke”, bajo la política de Equidad, Diversidad e Inclusión, se imponen para poder recibir fondos de investigación. Cada vez se dificulta más obtener fondos de investigación si no se entra por el aro de la doctrina “woke”.
En su caso particular, ¿ha sufrido algún tipo de censura o discriminación por sus investigaciones u opiniones?
No he sufrido censura directamente, pero sí intimidación por parte de personas que me han enviado correos electrónicos o han hecho comentarios en las redes sociales para descalificar mi opinión, acusándome de todas las barbaridades que se les puedan ocurrir.
Usted, junto a unos colegas, escribió un libro sobre una joven profesora que sufrió por esta doctrina. ¿Podría contarnos los detalles más importantes de este caso?
Este caso, que ocurrió en la Universidad de Ottawa en 2020 durante la pandemia, afectó a una joven profesora que daba un curso de historia del arte y los movimientos disidentes. El curso lo daba por Zoom. Ella puso como ejemplo el caso de movimientos sociales que resignificaron palabras que se usaban para insultar a personas y que sirvieron para identificar movimientos artísticos y de cultura popular. Para ello usó el ejemplo de la palabra “queer” (usada en el pasado para denigrar de los homosexuales) y de la palabra “nigger” (palabra que originalmente tenía un significado racista), que fue resignificada por los raperos afroamericanos para expresar sus frustraciones y aspiraciones. La profesora fue denunciada por una estudiante ante el Decano de nuestra facultad, pues consideró que el uso de la palabra que empieza por “ene” resultaba ofensiva. Eso le valió a la joven profesora una suspensión temporal y que al final no pudiera seguir dando el curso en esa sección. El caso pasó a las redes sociales. Ella fue insultada, tratada de racista (puedo asegurar que ella no es racista).
Un grupo de 34 profesores firmamos una carta pública en defensa de la profesora. Eso nos valió otros insultos, incluso de parte de colegas de nuestra misma universidad. Nos llamaron “supremacistas blancos”. Quisimos documentar este caso y todas sus repercusiones en un libro que llamamos en francés Libertés malménées (Libertades bajo ataque).
Entonces, ¿qué papel juegan las redes sociales en todo este contexto?
Las redes sociales, especialmente Twitter, se han convertido en altares para sacrificar a quienes no comulguen con la doctrina “woke”. Son un campo de batalla para anular personas, hacer denuncias sin fundamento, injuriar, descalificar ideas con insultos personales. El caso de la joven profesora de mi propia universidad ilustra muy bien el papel nefasto de las redes sociales como plataformas para una nueva inquisición digital. En el libro analizo con detalle cómo se usaron las redes contra ella y contra quienes apoyamos su derecho a la libertad académica.
Lejos de las universidades, ¿cómo puede afectar la “doctrina woke” a la sociedad?
Como ya dije, la doctrina “woke” ha penetrado a los gobiernos y las corporaciones comerciales. Basta ver la publicidad de ciertas marcas para darse cuenta cómo esta ideología está implantándose en el tejido social. La idea misma de los derechos humanos está en juego, pues ya los derechos no serán de todos los seres humanos sino de las personas que se identifican de tal o cual manera, muchas veces a partir de consideraciones puramente subjetivas. Es un cambio de paradigma que algunos llaman “transhumanista”.
Resulta muy preocupante, merece nuestra atención y nuestra respuesta basada en el respeto universal de los derechos humanos y de los fundamentos de la democracia liberal.