Resumen: Se explicita una visión contrapositiva entre la política en la era de la estatalidad frente al fenómeno global del Estado mundial, partiendo de los resultados de las guerras mundiales.
Desarrollo
La política moderna es ese período de la historia caracterizado por una definición concreta y particular de la administración de los asuntos públicos, signada como época de la estatalidad. Las coordenadas políticas modernas se establecen en función del Estado como concepto de orden, en tanto delimitación del espacio terrestre, ejercicio de la soberanía, fuerzas regulares militares y policiales (seguridad exógena y endógena) y recaudación de la hacienda pública. Las relaciones entre los Estados generan un derecho interestatal —ius gentium, ius publicum europaeum—, normando sus expresiones relacionales de potencias, incluido el fenómeno de la guerra, distinguiendo en la misma lo público y lo privado.
Por otra parte, las guerras mundiales se caracterizaron por la evidencia del resquebrajamiento del orden político moderno, en la medida en que presentaron elementos, antecedentes y consecuentes, que desdibujaron las categorías de la estatalidad, para dar paso a lo que se puede llamar, siguiendo a Ernst Jünger (2016), como Estado mundial:
«El Estado mundial es el punto hacia el que tiende la organización política de la humanidad. Dicho Estado sancionará en el plano político la globalización ya encarrilada de la técnica y de la economía planetarias. Incluso sin eliminar los Estados nacionales, el Estado mundial absorberá el poder principal de estos. La técnica, en tanto que fenómeno universal, cosmopolita, que lleva inexorablemente a la globalización, prepara el Estado mundial, es más, en cierta medida ya lo ha realizado. El Estado mundial es su correlato político» (pp. 74-75).
De lo local el centro de gravitación se trasladó a lo global, haciéndolo precisamente mediante la guerra de materiales, bajo la idea de movilización total: «la imagen de la guerra que la representa como una acción armada, se difuma gradualmente en favor de una representación más amplia que la concibe como un gigantesco proceso de trabajo» (Jünger, 1992, p. 6). Las guerras mundiales fueron el escenario de las potencias industriales enfrentadas, supeditando las dinámicas productivas macro y micro al mercado de la guerra, siendo inevitable por tanto que la potencia industrial ganadora impusiese dicho orden de producción como deseo de la humanidad, es decir, como orden mundial.
El bloque de los Aliados, bajo el paradigma liberal, operó de esta forma la borrosidad de la sustancia política, esperando de la misma acuerdos y consensos, gestiones que pacificasen y neutralizasen a los actores, descartando que la movilidad de la historia es el conflicto, desde la perspectiva de la dialéctica de Estados, a decir de Gustavo Bueno.
«Así, en el pensamiento liberal, el concepto político de “lucha” deviene, por el lado económico, en competencia y, por el lado “espiritual” [ético], en discusión; en lugar de la clara distinción entre los dos estados diferentes, “guerra” y “paz”, surge el estado permanente de la eterna competencia y de la eterna discusión» (Schmitt, 1927, pp. 61-62).
El ocaso de la estatalidad encierra estos componentes ideológicos que no permiten reconocer los fenómenos bajo un criterio veritativo, siendo por ello que en el Estado mundial mientras se discute y se compite, acaece la pérdida de la vitalidad local, como en el desplazamientos de inmigrantes, expresiones de dominio cultural, neo-totalitarismos, manifestaciones de la criptocracia, entre otros, contando además con formas más sofisticadas de la técnica, como en la cuarta revolución industrial, con el polimorfismo de la alienación.
El Estado mundial obliga a que repensemos los paradigmas típicos de la democracia liberal en que nos situamos, constatando si efectivamente la realidad se explica de forma clara y distinta a partir de los mismos, o si las condiciones materiales y las relaciones sociales actuales obligan a generar modelos conceptuales que expliciten los peligros patentes que sufre la cultura occidental, frente a amenazas externas, concluyendo, así, en palabras de Jünger (2016):
«[Hölderlin] escribió que vendrá la edad de los titanes. En esta edad venidera el poeta deberá aletargarse. Los actos serán más importantes que la poesía que los canta y que el pensamiento que los refleja. Será una edad muy propicia para la técnica, pero desfavorable para el espíritu y para la cultura» (p. 34).
Bibliografía
Jünger, E. (1992). La movilización total.
Jünger, E. (2016). Los titanes venideros. Página Indómita.
Schmitt, C. (1927). El concepto de lo político. Madrid: Res Publica. Revista de Historia de las Ideas Políticas.