diciembre 22, 2024

Refugiados sin refugio: diáspora venezolana

No existe palabra que describa por sí sola la inmensidad de la tragedia que vivimos los venezolanos dentro y fuera de nuestro territorio.

De nada parecen valer ya las palabras, comunicados o informes. Ni siquiera los juicios abiertos en tribunales, como el de la Corte Penal Internacional, o la posición de rechazo casi diaria de múltiples organismos internacionales. Esta nauseabunda situación tiene que ser detenida de inmediato. Luego, en horas, será siempre demasiado tarde.

Una mirada simple a lo complejo del problema bastará para situarnos levemente en la hondura del desastre humano y material provocado desde el poder. La R4V, o la Plataforma de Coordinación interagencial para Refugiados y Migrantes de Venezuela ha dado la hórrida cifra, según la cual en cuestión de días estamos o estaremos siendo los venezolanos los primeros desplazados del mundo: 8,9 millones es la cantidad esperada en este 2022.   

Para atender ese espanto requieren de 1.790 millones de dólares. La crisis provocada de manera absurda desde el poder, dirigido por delincuentes internacionales de la talla de Nicolás Maduro Moros y su entorno favorecido por rusos, iraníes, chinos, cubanos, turcos y otras tiranías del orbe, no se detendrá hasta que se consiga el modo de lograr que se desplacen de ese poder usurpado quienes no permiten alguna apertura democrática, para traspasar el poder a manos y mentes de alguna mayor amplitud democrática y humana.

No es necesario detenerse mucho en las razones por las que los venezolanos huyen despavoridos de su tierra, a soportar cualquier aventura que les brinde un respiro, una vida. El hambre, la desatención de la salud, la miseria generalizada, el ataque despiadado, sistemático, permanente, a los derechos humanos, la más absoluta falta de libertades tanto humanas como políticas y económicas, el terrorismo de Estado, la carencia de futuro y de presente, la violencia permanente por grupos de guerrilleros, pranes, colectivos armados, narcotraficantes, delincuentes de toda calaña, trenes, como el Tren de Aragua, cuyas acciones están esparcidas ya no solo por el territorio venezolano sino por buena parte de América Latina; todos estos grupos respaldados de algún modo por quienes con el poder los alientan o propician o auspician sin, desde luego, impedir sus actividades, a menos que les resulten en algún momento inconvenientes.

Las consecuencias resultan todas altamente lamentables no solo para quienes habitamos el país, quienes también sufrimos la diáspora de nuestros compatriotas, en los quiebres familiares, amorosos, en los desprendimientos de los afectos hasta de las amistades; en quienes dan tumbos injustos en procura de un lugar donde resguardarse y rehacerse, los propios refugiados o parias, los huidos; pero también los habitantes de los países que los reciben, bien o mal, y sus gobiernos. En fin, los refugiados venezolanos, los venezolanos todos, hemos sido obligados desde el poder a convertirnos en una inmensa calamidad mundial. En una insoportable rémora para el orbe.

Diariamente, con desesperación creciente, apreciamos los sucesos puntuales: el hambre y el caos en los refugios, las andanzas por ríos, con frío, a pie, estafados por «coyotes», arriesgando la vida a todo trance, de nuestros coterráneos. Hechos negocios vivientes también para algunos inescrúpulosos de los que abundan. Nos anuncian sus muertes, en accidentes de tránsito, por enfermedad, por inanición, por suicidio, o a tiros. También conocemos de sus prisiones por indocumentados, o sus deportaciones.

El señor presidente de los Estados Unidos ha recomendado a los venezolanos que no entren así, ilegalmente, al territorio, como si pudieran a veces irse de mejor modo a buscar realizarse, a encontrarse con familiares, amigos, amantes, parejas, que allá habitan.

Hemos visto estupefactos el terrible proceder oficial de Trinidad y Tobago, atacando hasta la muerte embarcaciones de nuestros huidos. Y así, el aumento de las solicitudes de visa por casi toda América Latina, el maltrato infame de nuestros consanguíneos. Las deportaciones crueles desde Chile, más las amenazas emitidas por su recién electo presidente. Lo propio ha hecho Guatemala.

Algunos países han tenido mejor comportamiento y mayor comprensión ante la situación: valga reconocer los esfuerzos de Brasil, España, Colombia (especialmente) y seguramente otros que ahora olvido. Todo esto a sabiendas de que el origen de la problemática está instaurado aquí, en Venezuela, más específicamente, en Caracas; y, si queremos ser un poco más precisos: en el palacio de gobierno de Miraflores, en el centro de la ciudad capitalina.

Con esto podemos simplificar el hecho de que no es que con los refugiados Venezuela hay un problema, ni que los más de 19 países receptores de nuestros padecientes tienen encima un serísimo problema angustioso; sino que el mundo tiene una problemática que atender pronto: los refugiados venezolanos, el manejo del poder en Venezuela que ha originado el mal, el mar de desplazados que en cuestión de días u horas, sin guerra evidente alguna, será la mayor crisis de refugiados del mundo.

No hay mucho tiempo para pensar en acciones reductoras de la situación. No se trata de pañitos de agua tibia o caliente. La humanidad, por humanidad, debe tomarse más en serio la situación de Venezuela, sin tantos perendengues técnicos ni políticos. Hay que ponerle costo lo más inmediatamente posible a la dramática situación venezolana; cualquier espera será agravamiento.  

Conocido el lugar desde donde se produce el hecho, las personas que lo han provocado sistemáticamente, el aumento desproporcionado de las cifras que no van a parar si no se cambia repentinamente el estado de cosas, queda proceder de manera tal vez inédita mundialmente ante la inédita cuestión.

El hermoso, y tan cálido para ser habitado, territorio venezolano, se ha despoblado a propósito. Esto debe revertirse para bien de la humanidad. Ningún venezolano que encuentre una situación un ápice mejor en cualquier parte volverá tal vez más nunca a su tierra, ni siquiera de visita. El problema reviste la forma de catástrofe mundial y así debe ser atendido y resuelto. De no ser de este modo, la humanidad seguirá cargando con inmenso pesar con la angustia económica, política, humana, de los refugiados venezolanos; y en su conciencia histórica pesará esto también, como en otras oportunidades tétricas, la destrucción de un país y el espanto incontenible por el mundo de sus habitantes.

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William Anseume

Presidente de la Asociación de Profesores de la Universidad Simón Bolívar de Venezuela

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