enero 31, 2025

Capitán Fantástico, o una vida conforme a la naturaleza

La noción de familia atraviesa actualmente una etapa de transformaciones como resultado de movimientos sociales, presiones reivindicativas o avances ideológicos que buscan impulsar un cambio cultural en los fundamentos de esta antigua institución occidental. Dentro de este espectro convergen voces cuyas razones se originan desde una inconformidad legítima hasta otras que parecen ser motorizadas por intereses ajenos. Consideraciones aparte, pocas o quizá ninguna de estas iniciativas desafiantes del estilo de vida moderno que nos ha sido legado apuntan a un elemento hasta cierto punto olvidado por nuestra especie: la conexión y pertenencia con el mundo natural, del que provienen nuestros ancestros desde hace miles de años cuando no existían las pantallas, la ideología o la preocupación irrevocable por el futuro. Una realidad en donde nuestra especie tuvo que abrirse paso en el camino de la evolución desde sus cimientos, valiéndose de todas las capacidades físicas y cognitivas que fueron prosperando consecuencia del reto cotidiano, basado en la supervivencia, la seguridad del grupo, la reproducción y acaso una incipiente aspiración de legado, que dio paso a las primeras innovaciones con los años en campos como la escritura, el arte y la guerra, por mencionar algunos.

Ahora, en un mundo donde los peligros han sido en general contenidos, ya no tememos a un gran depredador, ni a la falta de acceso a alimentos o incluso al riesgo de no dejar descendencia; circunstancias todas que en gran medida se encuentran bajo el control del individuo moderno. Nuestras preocupaciones ahora parecen ser mucho más simples en relación a nuestro potencial humano integral, lo que ha llevado a la especie a una curiosa encrucijada que contrasta los grandes progresos tecnológicos con una progresiva decadencia en los planos espiritual, mental y físico, en relación a cómo nos posicionamos frente a conceptos como la adversidad, el éxito o la buena vida, sobre la que reflexionaron no pocas de las grandes mentes de la historia humana, desde las escuelas helenísticas, pasando por los escolásticos, los exponentes de la Ilustración o los referentes del liberalismo clásico. ¿Dónde quedaron las enseñanzas de Sócrates, las creencias de Tomás de Aquino, los postulados de Charles Louis de Secondat – Barón de Montesquieu o las reflexiones de Adam Smith sobre las aspiraciones humanas? ¿Podemos recuperar “el tiempo perdido” y anhelar el desarrollo una vida conforme a la naturaleza en nuestro ajetreado mundo?

Justamente recordando a Cronos, había transcurrido un tiempo desde que quien escribe estuvo en contacto con el largometraje Capitán Fantástico, dirigido por el realizador Matt Ross y protagonizado por el inolvidable Viggo Mortensen. En aquél entonces la propuesta de esta película resultó inquietante, descolocando al espectador frente a la idea de unos padres que habían decidido recorrer un camino de vida diferente al de la sociedad común, aleccionando a sus hijos bajo una metodología poco ortodoxa que apuntaba hacia el despliegue de lo que ellos consideraban el ideal humano, lejos de convenciones religiosas, sistemas educativos anquilosados en la repetición sin cuestionamiento por décadas y hábitos gradualmente espurios, cuya evidencia entre sus practicantes demostraba un menoscabo de las que deberían ser sus habilidades naturales. Encontrándose con la fatalidad del suicidio de su Leslie como resultado de un trastorno, pero fiel a lo que ambos se propusieron construir aún con sus dudas, miedos y reproches, Ben decide emprender este proyecto sobre la vida formativa de sus hijos hasta el final de sus consecuencias, que no son escasas al punto de limitar aspectos vitales de sus hijos como lo es nuestra capacidad de socialización y de generar un sentido de pertenencia con una comunidad, para lo cual se requieren valores compartidos, indistintos de los que éstos sean.

El planteamiento de Capitán Fantástico, desde luego, está lejos de ser perfecto y presenta numerosos cuestionamientos desde nuestra perspectiva. Pero como todo asunto atingente al hombre, no se trata de perfecciones o modelos mentales óptimos para el correcto devenir de la vida, ya que no creemos en la idea de tribunales morales o ideológicos, sino que retrata más bien una aproximación a nuestro entender olvidada por el hombre moderno: la relevancia de vivir conforme a la naturaleza, de esa que tanto hablaron los estoicos. Por ende, más allá del espíritu hasta cierto punto revolucionario de la cinta, impregnada de un culto a referentes del socialismo como Noam Chomsky y por momentos coqueteando con lo que parecería ser una mera postura de rebeldía, lo cierto es que la historia rescata un conjunto de elementos trascendentales para quién logre decantar sus sedimentos, presentando un narrativa humana, tanto por acción como por omisión, y exigiendo al público a hilar más allá de sus aspectos ideológicos o “incivilizados”.

Justamente sobre este punto, aquella citada controversia entre la explosión tecnológica en contraposición al desarrollo de las capacidades físico-mentales para maniobrar en el mundo es quizá el aspecto del metraje donde se genera una de sus mayores apuestas. Pues no sólo trata de recordarnos todo el potencial de nuestro cuerpo para el funcionamiento de una vida que valga la pena ser vivida, sino que conecta además el argumento según el cual el afinamiento de nuestras capacidades de movimiento, de estrategia, de lucha, de supervivencia y de resolución de problemas prácticos basados en la acción, sirven de combustible para el florecimiento de las tan valoradas habilidades cognitivas o inteligencia, pues nuestro cuerpo no se encuentra separado de nuestro cerebro, sino que ambos son parte de nuestra existencia y conviven en una permanente retroalimentación. Estadios como el entrenamiento de la actitud en base a la personalidad, la capacidad de sobrellevar la adversidad física, mental y emocional y la apuesta por transmitir que el homeschooling es una vía más que válida para la educación de los hijos, constituyen poderosas razones que no deberían ser subestimadas, especialmente ante el apogeo actual de situaciones críticas en apartados como la salud mental, el estado físico-morbilidad o la fragilidad de carácter en crecientes generaciones, que son dominadas por sus pasiones, reacciones o necesidad compulsiva de aprobación externa, cuando no por la satisfacción inmediata de sus deseos. Así, nuestra capacidad de lucha, tanto material -cuerpo- como inmaterial -consciencia- debería ser una real ocupación – que no preocupación- de quién aspire a aportar a hacer del mundo un lugar mejor.

En su libro Civilización, Occidente y el resto, para ilustrar un pasaje de la competencia existente entre los países europeos por expandir sus conquistas en contraste con la postura adoptada por China durante los siglos XV y XVI en adelante,Niall Ferguson cita a Feng Guifen, pensador chino, que expresa lo siguiente: ¿Por qué ellos son pequeños y, sin embargo, fuertes? ¿Por qué nosotros somos grandes y, sin embargo, débiles?… lo que tenemos que aprender de los bárbaros es sólo… barcos sólidos y armas eficaces”.

Esta parece ser la paradoja del hombre contemporáneo que, mientras encumbra su obra de la innovación tecnológica y científica, se distancia más de su mejor y más grande creación: el practicar y vivir sobre los fundamentos de aquello que nos hace humanos. Quizá sea hora de recordar cómo hacer esos barcos sólidos y armas eficaces, aprovechando al máximo las condiciones que la vida moderna nos ofrece, sin ser arrastrados por las promesas de la comodidad, el apego, las distracciones, el temor o la aprobación externa, esas que nos alejan de la integridad y de nuestro llamado en el mundo como personas únicas e irrepetibles. 

Carlos A. Herrera Orellana

Carlos A. Herrera Orellana es antropólogo y ha colaborado con diversos medios de comunicación.

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