Dicen que las derrotas son huérfanas. No siempre es así. Las campañas políticas latinoamericanas, por lo general, cuentan con equipos de asesores y estrategas políticos que, cuando ganan, cantan el triunfo, pero cuando pierden, hacen mutis por el foro. Sin embargo, muchos de ellos, dejándose llevar por una insana soberbia, anuncian que están presentes, tratando de ser como los amuletos de sus candidatos. Se presentan como garanơa de triunfo haciendo creer que, por eso, porque ellos están allí, la gente se va a sentir confiada, el candidato se va a empoderar, y todo va a resultar bien. Pero a veces es todo lo contrario.
El que fue asesor de Petro, y precisamente por eso, se presenta con esa aura de infalibilidad, repitiendo, craso error, un formato de campaña que no necesariamente funciona como elixir universal. Aposentado en sus propios éxitos, dejó de pensar, subordinó el análisis, comenzó a ser víctima de falacias analógicas y dio por ganado lo que terminó siendo una estruendosa derrota.
El primer error estratégico fue confiarse. Y se confió porque no supo, no quiso leer el ánimo social y las emociones que generaban las alternativas que estaban contendiendo. Gutiérrez Rubí (o Rubí como lo llaman sus íntimos, aludiendo a la joya “roja-rojita”) planteó una estrategia de campaña que mezclaban una racionalización de la realidad, apartándose de la empaơa sentimental que exigía el momento. Presentó a su candidato como el hombre necesario, el nacionalista imbatible que defendía la moneda argentina hasta la muerte, el incomparable especialista sensato que si sabía manejar la burocracia y se sabía de memoria el significado de todas las siglas y acrónimos gubernamentales. ¿Sabes qué significa el GDE? tronó Massa en el segundo debate, tratando de demostrar que él sabía lo que el otro ignoraba, y que por eso no estaba inhabilitado para gobernar. Gutiérrez Rubí tal vez se contorneaba de placer mientras veía cómo su candidato trataba de devorar al contrario exhibiendo tal sabiduría, mientras en la calle la gente temía a sus propios monstruos: la inflación, el hambre y la pobreza provocadas por el candidato y ministro de economía.
El segundo error estratégico fue concomitante al barranco en el que ya estaba metido. Una intensa campaña de miedo difundida por redes sociales. Miedo, mentiras y mendacidad que saturaron los canales tratando de presentar a Javier Milei como insano, extraño, incapaz, mentiroso, peligroso, fascista, ultra-derechista, y por lo tanto, un seguro salto al vacío al provocar la ira del país y la ingobernabilidad de su posible gestión. La campaña tan extenuante como inútil. El estratega logró el resultado inverso, porque en lugar de conseguir una deserción social por miedo, obtuvo la victimización de Milei y una mayor galvanización de las mayorías del país a su alrededor.
El tercer error estratégico fue jugar a la abstención de los que habían votado por Patricia Bullrich. Con eso demostró Gutiérrez Rubí que se sabía perdido. Nada más complicado que promover el voto en blanco, sobre todo después de la reconciliación pública entre Javier y Patricia y la presencia mediadora de Macri. Y la inteligente manera en que resolvieron sus divergencias privilegiando las coincidencias, que eran más. Al que mostraba Rubí como intransigente y obsesivo el país lo vio como capaz y dispuesto para las alianzas entre la gente de bien, superando con buen humor las trompadas electorales. Patricia y Macri fueron reconocidos en su grandeza, sin los cálculos arteros del peronismo, sin el vandalismo bajo cuerda de un gobierno irresponsable. A Rubí el populismo de tirar 10 mil millones de dólares a la calle no le bastó. Porque sin conocer al país, quiso meterles dinero en la boca creyendo que así adormecía sus conciencias. Ahora el estratega es corresponsable de la irresponsabilidad de haber hundido aún más la economía bajo la consigna de que para ganar todo vale.
Ese “todo vale” dispuesto por el asesor de campaña hizo que su candidato terminara siendo una morisqueta mal bocetada. Su estrategia lo quiso mostrar como el heraldo del nacionalismo, contendiente de Margaret Thatcher (a Rubí se le olvidó que lleva muerta más de 13 años), adalid de Las Malvinas, defensor del Banco Central y de su signo monetario. ¡Nadie le creyó! Porque tanto ardor no se correspondía con una gestión de consecuencias desastrosas, que la gente vivía todos los días, entre la inflación, el desempleo y la pobreza.
Como Rubí nunca logró con su estrategia calibrar la personalidad de su candidato, o sea, resignificarlo para hacerlo creíble, los argentinos vieron con estupor cómo el ministro de finanzas más incapaz de la extensa nómina de incapaces de la economía populista-peronista, repentinamente se converơa en el defensor de precio del pasaje del autobús. Quería demostrar que él garantizaba un pasaje barato, aunque la gente no tuviera para donde ir, ni motivo para hacer el recorrido. Porque sin empleo, sin poder comprar comida, sin poder consumir cultura, qué sentido tenía esa discusión. El mensaje decidido por el estratega lo hacía pasar de lo infatuadamente sublime a lo ramplonamente ridículo. La estrategia de Gutierrez-Rubí desenfocó al candidato hasta hacerlo inimaginable. El error estuvo allí, en la imprecisión moral, en que no era posible que uno y otro fueran el mismo.
Sergio Massa era la perplejidad provocada por “ni lo uno, ni lo otro, sino todo lo contrario”. El ministro-candidato terminó convirtiéndose en el Uróboro perfecto. La serpiente que se devoraba la cola. Un personaje que anulaba al otro constantemente, en un arrebato del ventajismo más vergonzoso que, sin embargo, le restó total credibilidad. Gutiérrez Rubí nunca logró descifrar el acertijo que él mismo planteó. ¿Cómo es que un ministro de la economía en funciones dice que va a dejar para después las importantes decisiones que necesita el país para estabilizarse? ¿Cómo es que el perpetrador de la masacre social y económica sea el que después la va a resolver? Nadie se lo creyó. La propuesta estratégica resultó lánguida, incapaz de solucionar apropiadamente la contradicción.
Y como a la hora de las chiquitas todo vale (eso dicen los pésimos estrategas amorales) colocó a Massa como el Defensor de la Fe y el espaldero del Papa Francisco. Una y otra vez, en todos los debates el candidato de Gutiérrez Rubí exigió que pidiera disculpas al papa argentino y obviamente peronista. Creyendo que eso iba a poner en entredicho a Milei, solamente logró demostrar que su oponente podía reconocer los costos de sus excesos discursivos, que podía pedir disculpas y que se comprometía a recibir al Papa como lo que era: jefe de Estado y líder de la mayoría de los argentinos, creyentes católicos. ¿Qué más quería Massa? ¿Qué quería demostrar Gutiérrez Rubí? Mientras tanto, los argentinos abandonados por ese papa que nunca los ha visitado, que ha recibido a CFK todas las veces que ella ha querido, que se entromete en la campaña siendo parte y no pastor, celebraban a su candidato al ritmo del rock argentino. ¡Todas las expresiones del peronismo estaban colapsando! Sin que el estratega se diera cuenta. No vio el barranco. No quiso verlo.
La estrategia y la desesperación táctica son mutuamente revulsivos. Vamos a estar claros. Gutiérrez Rubí fue víctima del acotamiento de las opciones disponibles. Pero no dejó de usar ni las más viles. Al final creyó que su “estrategia del miedo” podía relanzarse si apelaba al liderazgo internacional. Nada más y nada menos que el cuarteto más desprestigiado del momento: Pedro Sánchez Castejón, Gustavo Petro, Lula Da Silva y Evo Morales hicieron pública su adhesión y advertencias contra los peligros de esa “ultraderecha incalificable dirigida por el peligroso Javier Milei”. ¿Cómo es posible que un estratega no estuviera informado del desprecio social que españoles, colombianos, brasileños y bolivianos sienten por cada uno de ellos? ¿Cómo no pudo siquiera imaginar la proyección internacional de ese desprestigio? Gutiérrez Rubí quiso apagar el fuego con gasolina, y el incendio que provocó lo volvió cenizas.
Porque cuando un estratega pierde así, ¿cómo mantiene el prestigio de su marca personal? Sus errores fueron gruesos, no pudo con el desaİo. Eso para que lo tengan presente los que lo tienen previsto para que dirijan sus campañas. Un perdedor no conduce a victorias.