América Latina: dos palabras y una historia que parece ser una bolsa llena de cosas inéditas.
Quienes aprecian su cultura seguramente han llegado a ese punto que mencionaba Gabriel García Márquez en su artículo “¿Quién carajos somos los latinoamericanos?”, quien expresa su indiferencia de ser de cualquier país, con tal de vivir en esta región que tiene tantas cosas por decir al mundo.
Y es que, si nos pusiéramos a hablar de las diferencias entre nuestros países, empezaríamos a encontrar tantas similitudes que quizás nos llevaría a pensar en esa vía anhelada por muchos: la integración; donde exista una confianza verdadera.
Pero la integración de nuestras naciones va más allá: es un concepto que genera muchas dudas sobre su alcance y limitaciones. J. Caporaso y A. Pelowski, en el artículo científico titulado “Economic and Political Integration in Europe” (1971), la definen como “aquella emergencia de nuevas estructuras y funciones en un nuevo nivel del sistema”.
Un ejemplo de ello son las organizaciones regionales en América Latina, las cuales se rigen por unos tratados adoptados por los países para limitar su soberanía por un interés común, en pro de la democracia y la libertad.
Pero ese interés puede ser un arma de doble filo si lo estudiamos bajo la Teoría Intergubernamentalista de Stanley Hoffman, la cual establece que la dinámica de las relaciones internacionales se basa en la voluntad externalizada de los Estados para velar por sus intereses, incluyendo la coacción como estrategia política.
Esto se debe a que los países aprovechan la integración como un instrumento de posicionamiento político en el continente, para ser los actores protagónicos de la región, manifestándose así la excesiva ambición de los gobernantes por obtener poder.
Tantas cumbres como una cordillera
En América Latina la integración fue transformada en el contexto de la postguerra fría que superaba la condición geopolítica bipolar entre Estados Unidos y la URSS, cambiando las reglas de juego: la consolidación de la Unión Europea en 1993, el Consenso de Washington de 1996 y el estancamiento de las negociaciones en la “Ronda Uruguay” del Acuerdo General sobre Aranceles Aduaneros y Comercio (GATT), fueron puntos determinantes para la evaluación y ampliación de la agenda integracionista.
Años más tarde la región se convirtió en un hervidero de maniobras para adquirir liderazgo. Por ejemplo, la propuesta del Bloque Venezuela-Cuba en el 2001 para la creación de la Alianza Bolivariana de nuestra América (ALBA) con el fin de promover el llamado “socialismo del siglo XXI”, enfrentando al Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA) impulsada por Estados Unidos.
El famoso discurso de Hugo Rafael Chávez Frías, fallecido presidente de Venezuela, pronunciado en la ciudad del Mar del Plata en Argentina, en noviembre del 2005, es el ejemplo perfecto de la influencia ideológica como base de múltiples organizaciones creadas con el fin de obtener poder. “Está muerto el ALCA, aquí en Mar del Plata está la tumba”, sentenció.
Un segundo caso fue la Unión de Naciones Sudamericanas (UNASUR), donde se intentó conformar un bloque sólido de negociación, representando esa “voz potente para el mundo” que decía Michelle Bachelet, ex-presidente de Chile, en la reunión extraordinaria de la organización celebrada en diciembre del 2014. En un mundo lleno de bloques, se buscó la coordinación de medidas para enfrentar situaciones como el conflicto interno en Bolivia o la crisis diplomática entre Venezuela y Colombia.
A pesar de la diversidad ideológica que contenía la Unión, el giro a la derecha en América Latina fue el golpe final a su funcionamiento en abril del 2019, donde seis países sudamericanos (Argentina, Brasil, Chile, Colombia, Paraguay y Perú) comunicaron a la presidencia temporal de Bolivia que suspendían de manera indefinida su participación en Unasur, alegando que esta institución había dejado de funcionar porque expresaba ideologías bolivarianas.
“Asistimos a una sucesión de cumbres, tantas, que parece una cordillera. Cumbre de Unasur, cumbre de Mercosur, cumbre Iberoamericana, cumbre de la OEA. Tenemos muchas instituciones, pero falta la verdadera voluntad de integración de nuestro continente», dijo el presidente de Chile, Sebastián Piñera, desde Uruguay para criticar la sucesión de cumbres que tiene América Latina.
Frente a esto, y por iniciativa del eje Piñera-Duque, se creó el Foro para el Progreso y Desarrollo de América Latina (PROSUR) para sustituir a Unasur, pretendiendo conformar un espacio flexible en la toma de decisiones y agregando como requisito excluyente la plena vigencia democrática, la separación de poderes del Estado y el respeto a las libertades fundamentales.
Pero los reproches fueron destacados. Incluso el Foro Permanente Chileno de Política Exterior manifestó a través de un Comunicado Público en marzo del 2019 que PROSUR es una proposición sin trabajo y hecha de un día para otro, y que sus efectos serán negativos por ser creada bajo una improvisación con el pretexto de que las organizaciones regionales no funcionan.
¿Utopía?
Es evidente que hay una corona por la cual se están peleando los diversos países y alianzas de América. Lamentablemente los gobiernos han utilizado estas organizaciones con el propósito final de posicionarse bajo la bandera de estructura regional de integración para así alcanzar premios anhelados, como el apoyo de la Unión Europea (UE).
La única organización que ha logrado esto último, después de 20 años de negociación y muchas dificultades, fue el Mercado Común del Sur (MERCOSUR) compuesto por Argentina, Brasil, Uruguay y Paraguay, el cual firmó el año pasado un Acuerdo de Asociación Estratégica con la UE, que representa uno de los más importantes en la historia.
“¡Presidente, tenemos un acuerdo!”, le decía el canciller Jorge Faurie al entonces presidente Mauricio Macri, el 28 de junio del 2019, expresando la emoción del bloque por establecer un vínculo político permanente con la Unión Europea, siendo una oportunidad histórica que permitiría a los cuatro países del cono sur hacer crecer sus economías.
Sin embargo, las tensiones ideológicas entre el actual presidente argentino que reemplazó a Macri, Alberto Fernández, y su homólogo Jair Bolsonaro, son evidentes. En consecuencia, el gobierno argentino anunció el pasado 24 de abril su decisión de suspender su participación en las negociaciones de los acuerdos comerciales actuales con la Unión, señaló el comunicado del vocero de Política Exterior Comunitaria de la UE.
En conclusión, el deseo de poder ha sido la razón por la cual muchos doctrinarios definen la región como fallida, basados en todos los errores de los gobernantes.
¿Cuál es la dirección adecuada? Pues la integración. Sabemos que la única estrategia que contribuirá a la conciencia de los gobiernos, entendiendo que el concepto “en la unión está la fuerza”, es la integración pura. Así los problemas sociales tendrían más soluciones, los conflictos limítrofes se podrían resolver con la diplomacia y se daría el primer paso para el desarrollo de América Latina.
Pero, ¿es posible la integración en un continente convulsionado por disputas ideológicas y políticas, que podrían incluso trascender a conflictos armados, como por ejemplo, las tensiones entre Colombia y Venezuela? ¿O, basados en los hechos reales hasta ahora, estamos hablando de una simple utopía?