Desde pequeño, siendo un ser humano común y corriente, nunca me imaginé la lucha, el menosprecio, las amenazas e incluso la desmotivación a la que tendría que enfrentarme, al igual que muchos de mis hermanos indígenas en todo el mundo, por culpa de élites políticamente mejor posicionadas.
Con el pasar de los años me propuse convertirme en activista. Entendí que mi historia está conectada directamente a las batallas ancestrales de mis antepasados, quienes tuvieron que transmitir de generación en generación la lucha de las comunidades y territorios de la Moskitia de Nicaragua.
Esto me ha motivado para fortalecerme en diversos aspectos; con acciones de resistencia, que empleo junto a mis comunidades, pero especialmente intentando dar a conocer historias jamás contadas por los medios.
Pero si algo debo decir es que nuestra convivencia local, y las enseñanzas que venimos adquiriendo, nos han hecho fuertes y duros para enfrentar una de las batallas más poderosas: la guerra de la mente.
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Las personas tienden a hartarse cuando viven en extrema precariedad.
La incertidumbre, el estrés y los malos momentos son un verdadero problema, así como también lo vulnerable que somos ante instancias gubernamentales y autoritarias.
Soy activista desde los 12 años. Decidí serlo porque me gusta y me entusiasma defender los derechos de mi pueblo, mi gente y mi etnia; decidí serlo también para sumar más voces porque, como joven, sé que existe el potencial para lograr cambios importantes tanto en Nicaragua como en otros países.
Pero sobre todo decidí ser activista porque mi pueblo lo necesitaba, sobre todo en el contexto actual en el que nos enfrentamos, donde no tenemos la posibilidad de elegir a través del voto y nos enfrentamos a persecuciones por parte del Estado nicaragüense.
Jóvenes como yo alzamos la voz por las múltiples problemáticas que vive la población indígena de la Moskitia en Nicaragua. Mi pueblo es mi mundo y toda razón por la cual un día daré mi vida si esta la necesite. No me importa si vas a leerme o no, pero en estas letras tecleadas dejo al mundo entero saber de la historia de los activistas jovenes indígenas que vivimos y que queremos llevar un cambio dentro de nuestra sociedad. Mi nombre es Presly Coleman Alejandro, me conocen como LAKIA, soy de nacionalidad nicaragüense, tengo 30 años, soy alto, simpático, piel moreno y responsable.
En mi infancia solamente conocí la vida comunitaria o lo que llamamos la vida del campo. Y créanme cuando les digo que no era, ni es, una mala vida.
Porque cuando vives la vida del campo, el viento toca cada parte de tu cuerpo, sientes una paz total y te llenas de seguridad en este ambiente. No padeces hambre, ni sed, ni sufres por vestimenta. Tampoco tienes que vivir fuera del hogar sin ver a tu familia o teniendo que condimentar tu almuerzo, para sentir un gusto agradable, con productos químicos que con el tiempo dañan tu salud. También puedes disfrutar de la sensación única de ver el cielo color celeste y nublado, en su máximo esplendor.
A menudo pienso en la vida que me ha tocado. Cuando estoy deprimido, siento el mundo caer por lo duro de esta vida que escogimos como defensores.
Pero al ver las gotas de la lluvia caer, me lleno de motivación para poder dar más y seguir ayudando a todas las personas que pueda; pero sobre todo seguir luchando los derechos de mis hermanos indígenas.
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Fui expulsado tres veces de espacios laborales por mi perfil de activista y defender los derechos colectivos. Pienso matricularme en la universidad, pero en la mente solo tengo que al llegar con mis papeles me negarán el cupo. Me encantaría estudiar una licenciatura en qué sé yo, matemáticas, ciencias sociales u otra.
Mis hermanas y mis hermanos que han querido estudiar, les han negado la oportunidad por sus papeles. En algunos casos hasta les han demostrado fotos de mi persona para negarles la oportunidad porque soy su hermano. Así de duro es ser activista en un país en el que cientos de estudiantes se han tenido que exiliar, cuando no han sido detenidos, por su resistencia estudiantil y su lucha por los Derechos Humanos.
Hoy soy parte de una Asociación de Jóvenes Indígenas de la Moskitia que en sus siglas se llama AJIM. Es un colectivo de jóvenes organizados, con tendencia social apolítico-apartidario, arreligioso, sin fines de lucro en defensa de los derechos individuales y colectivos de los habitantes de los pueblos y comunidades de la Moskitia en Nicaragua.
Promovemos la unidad de las juventudes de los pueblos indígenas para ser actores del presente, tanto dentro como fuera de sus comunidades. En nuestras memorias históricas, como jóvenes indígenas, hemos atravesado por constantes luchas para mantener nuestra existencia y permanencia, nuestras tierras, nuestros bosques y nuestra identidad en el tiempo.
Y estas luchas, con el pasar del tiempo hasta la actualidad, han cobrado la vida de muchos jóvenes.
De hecho, en Nicaragua, históricamente, el Estado ha permitido el despojo y el saqueo a los Pobladores Indígenas de sus territorios, arrebatándoles su agua, bosques, minas y recursos naturales, pero además segregando idiomas, historias y culturas; promoviendo el racismo, la exclusión y la criminalización hacia los Pueblos Indígenas.
Mucho antes del complicado escenario social y político que vive el país, de los plantones y barricadas que se dieron en el año 2018, hemos tenido que luchar: han sido años de luchar contra las violaciones a los derechos humanos de los indígenas.
Y el deterioro de los derechos de cada ser humano continúa esparciéndose: el acoso, el bloqueo, la persecución selectiva y la detención por el derecho a la libre expresión, son algunas de las amenazas y acciones que aplica el régimen contra nosotros.
A pesar de esto, seguiré en esta lucha: sabrán de mí cuando me persigan o encarcelen. Honestamente temo por la vida de mi familia, especialmente mis hijos. Pero aun así, como joven que lucha por los derechos colectivos de mi pueblo, pienso en que si no somos nosotros, entonces: ¿quiénes serán los que llevarán cambios a nuestros pueblos?
El cambio no es de la noche a la mañana. Debemos ir poco a poco. Y aunque a veces me siento cansado, no me rindo.