“Mientras la Ley siga en vigor y quede alguien dispuesto a violarla, habrá un lugar para la gente como yo. A los que no respetan, nada les aterroriza el miedo. Por eso, he basado en él mi organización”.
La frase la pronunció el famoso gánster Al Capone en su famosa entrevista con Cornelius Vanderbilt Jr. De allí se pueden sustraer una serie de interrogantes que resuenan y causan reflexiones para la comprensión propia del miedo: ¿Cómo el miedo puede fundamentar una estructura? ¿Existe la proyección del miedo?
Pero quizás la incógnita más resaltante en este contexto: ¿En el miedo se encuentra el poder?
El poder se mira en diversas manifestaciones, entre las que se encuentran las más crueles y escalofriantes. Cuando se habla del miedo como instrumento de posicionamiento político, se me vienen a la cabeza muchas imágenes: un judío frente a una autoridad nazi, una persona de raza negra observando las cruces quemadas del Ku Klux Klan, Argentina y Chile en la época del militarismo o el padecer peruanos con el Sendero Luminoso.
Particularmente, la ideología del miedo ha sido empleada por muchas organizaciones criminales. El carismático gánster citado nos muestra cómo a través del uso de este instrumento de control, soporta toda una formación estructural económica y política, donde el Jefe goza de una visualización fría y despiadada.
En el siglo XXI los carteles de narcotráfico han adoptado este camino y han formado una dirección política dirigida a creerse y ser gobierno.
En Latinoamérica, los Jefes de los carteles se posicionan en esferas de poder a través del miedo. Por ello, se parte del hecho de que los liderazgos característicos de la región no se tratan únicamente de aquellos que pueden encontrarse de manera común en los gobiernos. También están aquellos que evidencian que la convergencia de las formas en que se manifiesta el poder es muy diversa, lo que permite extenderse hasta órganos gubernamentales como el caso del Cartel de los Soles; o enfrentarse a ellos, como con la aprehensión y posterior liberación del hijo del Jefe del Cartel de Sinaloa, Joaquín el “Chapo” Guzmán.
El Cartel de los Soles resulta un caso enigmático. Estados Unidos el pasado 26 de marzo señaló a una serie de personajes que fungen como Altos Funcionarios del Gobierno de facto de Nicolás Maduro, acusados de convertir a Venezuela en un narcoestado.
Resulta interesante esta posición tomada por la Administración estadounidense en cuanto a su “lucha contra el narcotráfico”, pues incluso desplegaron operativos militares en zonas cercanas a las líneas marítimas limítrofes venezolanas, lo que desde un principio se mostró como una acción imponente y al mismo tiempo preocupante.
Y quizás las máscaras del miedo esconden estructuras aún más secretas y de mucho alcance, si se piensa que Maduro, señalado como uno de los principales criminales buscados por Estados Unidos, posee alianzas con otros líderes mundiales.
En el segundo caso, la aprehensión y posterior liberación del hijo de Joaquín «el Chapo» Guzmán, jefe del Cartel de Sinaloa, representa una muestra de cesión no consentida del poder bajo estas figuras negativas, ante la imposibilidad de controlarlas.
Una vez aprehendido el hijo del “Chapo” Guzmán, se desató en Sinaloa un escenario de violencia excesiva a favor de su liberación, contra las fuerzas federales gubernamentales, donde se probó que se poseían los medios para enfrentarse a las autoridades públicas.
Incluso se presenció apoyo por parte de comunidades de la zona de Culiacán, invistiendo a estos grupos criminales de una suerte de legitimidad completamente atípica y acabando en la rendición de las fuerzas de seguridad del Estado mexicano.
Las estructuras narcotraficantes en principio buscaban percibir un únicamente beneficio económico. Pero tras el descubrimiento del miedo como instrumento para su posicionamiento y su eficacia integral, se acrecienta la ambición de estos grupos y hace que en ellos nazca una vocación política activa, que en algunos casos como Brasil, Colombia, Perú y Venezuela, crean normas distintas a aquellas promulgadas por un Parlamento.
Así se representa la dimensión paradigmática del poder de la norma derivada de una organización criminal, que puede terminar convertida en una norma perdurable en el tiempo y cumplida por los ciudadanos so pena de ser castigados.
¿Debemos temerle al poder del miedo? No, es la respuesta, a pesar de la desalentadora exposición.
América Latina parece convertirse en el primer paso para próximos proyectos de gran alcance por parte del narcotráfico y está en los gobernantes la responsabilidad de reconocer estas estructuras de poder y combatirlas, como adversarios iguales o en algunos casos superiores al Estado mismo, pues poseen enormes recursos y no tienen miedo: ellos mismos representan el miedo. Y, a veces, ellos mismos también son el Estado.